Estilo en 8 mm
De La dolce vita a The Artist. Hace años que moda y cine protagonizan una historia de seducción estética fascinante. Convertida en una pasarela de celuloide, la gran pantalla ha visto desfilar tendencias que hoy son icono de modernidad.
¿Qué tienen en común Los Tenenbaums. Una familia de genios (2002) de Wes Anderson y La dolce vita (1960) de Federico Fellini? ¿O Desayuno con diamantes (1961) de Blake Edwards y Mi Idaho privado (1991) de Gus Van Sant? De entrada, bien poco. O mejor dicho, nada. Casi medio siglo de cine separa el estilo setentero –chándales y chaquetas de pana– de la excéntrica familia recreada por Wes Anderson del look cóctel de las almas perdidas en las noches romanas de Fellini. Y sin embargo, ambas películas destilan ese esprit du temps que l...
¿Qué tienen en común Los Tenenbaums. Una familia de genios (2002) de Wes Anderson y La dolce vita (1960) de Federico Fellini? ¿O Desayuno con diamantes (1961) de Blake Edwards y Mi Idaho privado (1991) de Gus Van Sant? De entrada, bien poco. O mejor dicho, nada. Casi medio siglo de cine separa el estilo setentero –chándales y chaquetas de pana– de la excéntrica familia recreada por Wes Anderson del look cóctel de las almas perdidas en las noches romanas de Fellini. Y sin embargo, ambas películas destilan ese esprit du temps que las hace hoy irremediablemente cool; esa atmósfera intemporal a prueba de vaivenes estilísticos que algunas cintas consiguen y que las transforma en iconos de modernidad. Recordando a Coco Chanel, si «la moda pasa, el estilo permanece», en este caso, en la película. Una categoría permeable entre esos dos espejos recíprocos que son la moda y el cine. Reinos encadenados que, desde la aparición de la imagen en movimiento, no han dejado de segregar intensas y fecundas relaciones: la moda sobre el cine; y viceversa. Solo hay que hurgar en nuestro anecdotario para encontrar un ejemplo: el famoso cárdigan que lucía Joan Fontaine en la película Rebeca (1940) dete y que se popularizó con el nombre de la protagonista. Otro más contemporáneo: el top de Olivia Newton-John en Grease (1978), que llevó toda una generación de adolescentes. O más recientemente, el revival del look Bardot por parte de estilistas y creadores de imagen de la moda.
Para su colección primavera-verano 2012, los creadores de Dolce & Gabbana han recurrido una vez más al estilo siciliano, que tan buen rendimiento les dio en los 80 y 90 como tarjeta de presentación. Domenico Dolce y Stefano Gabbana vuelven a rendir tributo a ese icono cinematográfico que cristalizó en los cuerpos de Sophia Loren, Silvana Mangano o Claudia Cardinale en los años 50 y 60 en el cine italiano, entre la comedia costumbrista y el melodrama documental. Para la ocasión han elegido a la actriz Monica Bellucci, heredera de aquellas maggioratte que, desde la Italia de la Vespa y a ritmo de Mambo italiano, conquistaron medio mundo con sus curvas voluptuosas. Un estilo italiano que encontró su identidad en la película La dolce vita. Mastroianni dio forma al nuevo latin lover o playboy existencialista, cínico y sentimental, que observa –escondido tras sus Wayfarer– los últimos fuegos de artificio de una sociedad en caída libre.
La cinta de Fellini ha sido precisamente la última obra restaurada por el proyecto de conservación que promueve la casa Gucci. Para la directora creativa de la firma, Frida Giannini, «La dolce vita abrió el camino a un nuevo mundo, fascinado por el estilo, la moda y la fama. Simboliza un periodo de profundas transformaciones que ayudó también a exportar el estilo italiano y contribuyó a forjar el propio sello cultural del país». Una época dorada para la propia historia de Gucci, como señala la diseñadora, en la que la marca protagonizó su primera gran aparición en la escena mundial dentro de ese gran escaparate que es la jet-set internacional. Para su colección de invierno 2011-2012, la diseñadora ha recreado esa estética de diva cinematográfica, entre la Faye Dunaway de los años 70 y la inolvidable Maria Schneider de El último tango en París (1972), con sus pantalones anchos y maxiabrigos.
«Cine y moda se entrecruzan continuamente como una cadena de ADN», señala Juan Gatti. Pintor, fotógrafo y diseñador –estos días se puede ver una retrospectiva de su trabajo en la sala de exposiciones del Canal de Isabel II de Madrid–, Gatti ha reelaborado en muchos de sus trabajos esas relaciones porosas entre la pantalla y la moda. «Este fenómeno alcanza su máximo esplendor durante la edad de oro de Hollywood, cuando grandes almacenes como Saks o Woolworth producían masivamente los trajes que lucían estrellas como Joan Crawford, Claudette Colbert o Marion Davies y reproducían las creaciones de Travis Banton o Edith Head que se ponían a la venta el día del estreno de las películas», dice. «Fue en los años 30 y 40», comenta el diseñador de vestuario Javier Artiñano. «En aquellas décadas el cine ejercía una poderosa influencia sobre la moda que nunca más se volverá a repetir». Son precisamente diseñadores de vestuario como Travis Banton en la Paramount o Adrian en la Metro los que configuraron algunos de los grandes iconos estilísticos: Greta Garbo, Joan Crawford, Jean Harlow… Con clichés míticos como Marlene Dietrich vestida con esmoquin y sombrero de copa en Marruecos (1930). Un estilo que recogió Yves Saint-Laurent en 1966 con Le Smoking para redefinir la silueta femenina como símbolo de libertad y poder.
Cuando hace dos temporadas, para celebrar sus 25 años de historia en la industria, la marca estadounidense Tommy Hilfiger decidió elegir al actor Steve McQueen como icono de moda, no hizo otra cosa que refrendar su estilo netamente norteamericano, reflejado en el mito del «rebelde sin causa», poseedor de un estilo intemporal y representación del sportwear made in USA. Un estilo que películas como Bullitt (1968) o El caso de Thomas Crown (1968) patentaron desde la gran pantalla. A su diseñadora, Theadora Van Runkle, se le debe uno de los mayores triunfos de la moda del celuloide con su vestuario para la producción Bonnie y Clyde (1967) de Arthur Penn, que obtuvo una gran repercusión popular.
Steve McQueen se unió a finales de los años 60 a la lista de la aristocracia cool: Audrey Hepburn, Grace Kelly, Cary Grant, Kay Kendall… Como equivalente europeo, la figura de un Jean-Paul Belmondo y su sombrero Borsalino junto a Jean Seberg –camiseta New York Herald Tribune– en Al final de la escapada (1960). «El cine ha creado modas y tendencias», apunta Gatti. «En los años 70, la juventud más alternativa, con los integrantes de la Factory a la cabeza, recuperó las películas de los años 20, 30 y 40, y el estilo de sus estrellas. Lo que les llevó a negocios de segunda mano y thrift shops en busca de prendas que les hicieran parecer estrellas de cine. Y ahí empezó el vintage que perdura hasta nuestros días». En una cultura donde el revival es uno de los ejes creativos de la moda, para Gatti, el cine es la referencia a la que los diseñadores recurren en busca de inspiración. «El espíritu que influyó a Yves Saint-Laurent en los años 70 para su colección de los años 40 no es el de la mujer de los 40, sino el de las estrellas de esa década; y cuando Miuccia Prada retoma los 50, lo que está retomando es el imaginario cinematográfico de aquellos años».
Para finales de este año está anunciado el estreno de la nueva versión de El gran Gatsby de Baz Luhrmann. Una vuelta al gran bazar de Los violentos años veinte (1939), que ya ha tenido su aperitivo con The Artist (2011) y la estética flapper. Retorno al pasado o refugio periódico para creadores y que, seguramente, como ya sucedió con la anterior adaptación de la novela de Scott Fitzgerald, promueva una nueva ola de gusto retro desde la pantalla a las vitrinas. En esta corriente de fluidos alternos anotemos también el protagonismo de la moda en el cine, desde la mirada crepuscular de Prêt-à-porter (1994) a las lecturas más transgresoras o irónicas de Qui êtes-vous, Polly Magoo? (1966) o Unzipped (1995). Una atracción más que fatal, genética, reflejada en el debut en la dirección del diseñador Tom Ford con la pieza de estilización cinematográfica Un hombre soltero (2009). Hoy son Sofia Coppola o Wong Kar-wai quienes representan los atributos contemporáneos de ese estilo cool en el séptimo arte. Con una estética que combina sus raíces indies californianas con el chic parisino, Coppola ha conseguido trenzar una obra de gran virtuosismo estético con títulos como Lost in Translation (2003) o Somewhere (2010). Su publicidad para marcas como Louis Vuitton o Dior refleja esa promiscuidad fascinante (y a veces sospechosa) entre el cine y la moda. Relaciones incestuosas que, de momento, parecen no tener fin.