El circo fuera de las pasarelas

El jardín de las Tullerías se convierte en el epicentro del espectáculo del street style en cada Semana de la Moda. Cientos de personas luchan por ver y dejarse ver en un negocio cada vez menos espontáneo.

Cordon Press

Son las cuatro de la tarde en el jardín de Tullerías y el desfile de Chloé está a punto de empezar. Compradoras, invitadas, modelos, editoras de moda, estilistas y todo tipo de exóticas aves de la moda corretean con tacones por la enorme explanada de tierra porque en la semana de la moda parisina el show espera, aunque no a todas, la invitación es restringida. Sin embargo la escena es más freak que glamurosa: una turba de cientos de personas, casi todas armadas con cámaras digitales y algunos vestidos con formas y colores irreproducibles por escrito, se mir...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Son las cuatro de la tarde en el jardín de Tullerías y el desfile de Chloé está a punto de empezar. Compradoras, invitadas, modelos, editoras de moda, estilistas y todo tipo de exóticas aves de la moda corretean con tacones por la enorme explanada de tierra porque en la semana de la moda parisina el show espera, aunque no a todas, la invitación es restringida. Sin embargo la escena es más freak que glamurosa: una turba de cientos de personas, casi todas armadas con cámaras digitales y algunos vestidos con formas y colores irreproducibles por escrito, se miran y persiguen entre sí en busca de una instantánea. Ninguno de ellos entra al desfile y no importa: otra pasarela ocurre fuera.

«Nos hacen unas 15 fotos al día, y llevamos cuatro aquí», dicen Linda Tol y Niel Oostenbrinc, una pareja de blogueros de Ámsterdam que siempre va conjuntada. Imposible no fijarse en ellos: él lleva un bolso amarillo fluorescente y calcetines fucsia. Posan para un fotógrafo, se giran, posan para otro. «Siempre vestimos así, aunque sí es cierto que para venir a la semana de la moda nos arreglamos un poco más», reconocen. Como tantos otros a su alrededor, buscan ver, dejarse ver, conocer gente y hacer contactos en un mundo, elitista como pocos, que aman. A veces logran entrar en los desfiles, otras –como esta– no.

Sus retratos alimentarán la voraz industria de las imágenes de street style, ese subgénero de la fotografía de moda que, en teoría, premia con su atención a los desconocidos que visten con estilo en su vida cotidiana y que son cazados en cualquier momento y lugar para después aparecer en medios y blogs. En la práctica, las tomas se realizan en situaciones tan sesgadas como esta, donde parece que todas las mujeres llevan a diario un look total de Céline, bolsos que cuestan el sueldo de un mes –con suerte– o zapatos con 12 centímetros de plataforma.

Es cierto que si este tipo de mujer existe, su hábitat natural es ese. Pero la masa de retratistas (fotógrafos profesionales, blogueros, estilistas, curiosos, estudiantes de diseño o aficionados a la fotografía) suele caer con gusto en la trampa de plasmar otras especies que contribuyen al espejismo: lo más espectacular acostumbra ser un cebo de aquellas que desean convertirse en estrellas del street style en este reality de la vida real y que han pasado semanas meditando sus «espontáneos» looks. «No me gusta lo más obvio, al final tú decides qué fotografiar», explica la estilista autónoma Julia Mader, que ha viajado desde Hamburgo solo para encontrar inspiración entre la gente. En un rincón de los jardines, otras estilistas –esta vez de las grandes revistas de moda– hacen un aparte con aquellas elegidas que aparecerán en sus páginas, documentando con cuidado las marcas que llevan encima.

Uliana Sergeenko es una habitual del ‘street style’. Es diseñadora y se usa a sí misma para promocionarse.

Getty Images

Tullerías es el epicentro, pero la escena se repite en otros escenarios parisinos y ciudades del mundo donde se desarrollan otras semanas de la moda, y también en el resto de sedes de la Semana de la Moda de París. «Hace cinco años Tullerías era cool, había menos turistas, curiosos, blogueros», explica Kamel Lahmadi, autor de uno de los primeros blogs de estilo de calle parisinos, Style and the City. «Pero ahora está abarrotado de gente haciendo fotos iguales como borregos. El ambiente es cada vez más y más agresivo», denuncia el fotógrafo, que explica que cuando intenta retratar a alguien una marabunta de gente armada con cámaras se cruza o coloca a sus espaldas para «robarle» la foto, o cómo muchos persiguen y agobian a las chicas más populares. «No piden permiso, no muestran respeto por la mujer, por su sonrisa, por su belleza natural». El objetivo es conseguir el cromo de la modelo recién salida del trabajo, el detalle del tocado exuberante, la marca bien visible del accesorio de lujo.

El resultado de toda esta presión es que el estilo de calle cada vez tiene menos de calle y más de pasarela, acercándose justo a aquello que en sus inicios quiso evitar y alejándose de lo que hizo triunfar un joven género que hoy puebla blogs y medios de moda y que algunos consideran ya en decadencia.

Kamel distingue entre las profesionales de la moda, aquellas a las que no les importa ser asaltadas a la entrada o salida de los desfiles porque son «como actrices» y posan para su trabajo, y las jóvenes a las que les gusta vestir bien y aspiran a unos minutos de atención y fama. De las primeras, la reina es Anna Dello Russo, que a pesar de su puesto como editora de moda de Vogue Japón, es célebre exclusivamente por su excéntrico modo de vestir en este tipo de apariciones. Antes y después de cada desfile posa ante una nube de docenas de personas que la acompaña en cada paso. De las segundas hay incontables, que satisfacen entre ellas sus ansias de hacerse un hueco fotografiándose, posteando y enlazándose entre sí en la red. Como en Sálvame, el espectáculo es consciente de sí mismo y se autoalimenta sin necesidad de intervención externa, en un bucle en el que el estímulo debe ser cada vez más intenso para conseguir el mismo efecto. Incluso los fotógrafos pueden estar a los dos lados de la cámara y ser a la vez iconos y autores, como la francesa Garance Doré o la noruega Hanneli Mustaparta.

«París se está volviendo loco», escribía la editora de la revista Grazia en el Reino Unido, Melanie Rickey, en su blog hace dos semanas, harta de la paparazzización del exterior de los desfiles. «En el pasado la escena del street style había sido un maravilloso añadido al procedimiento, pero ahora está fuera de control». «Esto no es lo que solía ir la Semana de la Moda de París. Seguro que hay unas pocas mujeres que juegan el juego del street style e impulsan sus carreras siendo fotografiadas. Pero aquellas de nosotras que queremos hacer nuestros trabajos sin este fastidio no tenemos otra elección que enfrentarnos al piquete en cada show».

C.N.

La presión es grande, pero el premio también, tanto para los fotógrafos como para las musas que consiguen llegar a la primera línea. Scott Sartorialist Schuman gana más de un cuarto de millón de dólares solo por la publicidad en su web, sin contar el sinfín de trabajos que las marcas (que en los últimos años han fagocitado protagonistas, lenguaje y estética del street style) le encargan. La idea de fotografiar a gente en la calle no es nueva, y tampoco la de buscarla en los momentos cumbre del año. Durante décadas, dictó estilo en solitario como observador de la calle el mítico Bill Cunningham desde sus páginas en The New York Times. «La gente siempre se ha vestido para ir a los desfiles», explica el fotógrafo Françoise Reinhart, que los ha cubierto en la capital francesa desde los años 80. Pero llegaron Internet, los blogs y, como explica Reinhart, «la popularización de las cámaras digitales y los teléfonos móviles con cámara».

Desde entonces la historia se ha sucedido a toda velocidad. El blog Jak & Jil tal y como lo conocemos tiene solo cuatro años de edad y The Sartorialist siete; y eso que son de los más veteranos. La agencia para la que trabaja Reinhart empezó hace cinco años a cubrir el street style como una parte más de la cobertura del mundo de la moda en un intento de alargar un negocio que como tantos otros cada vez es más exiguo y debe luchar contra la desintermediación de la red. Mientras los profesionales cada vez cobran menos por foto, cualquiera puede montar un blog, acercarse a las semanas de la moda con su cámara digital e intentar vender después directamente a las publicaciones.

Observar Tullerías antes de un gran desfile es una metáfora de Internet: a pocos metros de distancia está la vieja aristocracia del papel, la burguesía de la red y las legiones de advenedizos anónimos. Ahí están Cunningham, Schuman, Tommy Ton, Reinhart o Lahmadi, rodeados de desconocidos. Y también están Anna Dello Russo, Garance Doré o la bloguera Susie Bubble; porque el sentido inverso también funciona: si se consigue llamar la atención, cualquiera puede ser convertida en icono callejero y lograr todas las ventajas que conlleva la fama, que primero comienza en la red y después transciende a los medios tradiciones.

La bloguera Gala González, una celebridad de Internet, cree que el street style democratiza un mundo en el que los desfiles solo duran cinco minutos y muy pocos están invitados. «De ellas bebemos el resto», dice sobre las reinas del estilo callejero. Reconoce que si tuviera que empezar ahora, no tendría ningún problema en pasearse por Tullerías. «Si eso te puede dar una oportunidad, contactos, relaciones… Adelante». «Si yo pude, cualquiera puede», anima en casa del modisto libanés Elie Saab, enfundada en un precioso minivestido de la marca. La han contratado para que pinche en su fiesta privada de la Semana de la Moda, un sueño por el que muchas harían cualquier cosa. En realidad, ya lo están haciendo.

Archivado En