El arte se lleva puesto
Van hechos, literalmente, un cuadro. Su indumentaria forma parte de una performance atemporal y andante que juega con el género, el sexo, el minimalismo o la imagen excesiva.
Pandemonia Panacea (¿salud en el infierno?) apareció por primera vez en 2009, en una exposición de la artista británica Tracey Emin. 2,13 metros de látex, con pelo y labios rojos hinchables, retorcieron cuellos a su paso. Era como si una de las mujeres de Lichtenstein se hubiera salido del cuadro. Le acompañaba su perro Snowy, también lleno de aire; del otro brazo, un bolso del mismo material. Pronto, aquella muñeca con vida se ganó un puesto en la primera fila en los desfiles de la Semana de la Moda de Londres. ¿Quién hay bajo este disfraz? «Podría ser cualquiera. Pandemonia es la encarnaci...
Pandemonia Panacea (¿salud en el infierno?) apareció por primera vez en 2009, en una exposición de la artista británica Tracey Emin. 2,13 metros de látex, con pelo y labios rojos hinchables, retorcieron cuellos a su paso. Era como si una de las mujeres de Lichtenstein se hubiera salido del cuadro. Le acompañaba su perro Snowy, también lleno de aire; del otro brazo, un bolso del mismo material. Pronto, aquella muñeca con vida se ganó un puesto en la primera fila en los desfiles de la Semana de la Moda de Londres. ¿Quién hay bajo este disfraz? «Podría ser cualquiera. Pandemonia es la encarnación de una idea, de las creencias y valores culturales de la sociedad: soy glossy (lustrosa) y eternamente joven», aclara a S Moda. Y aparece en la prensa junto a noticias de sucesos y otras celebrities. «Es una reflexión sobre la identidad y cómo nos relacionamos en la era de los medios de comunicación. Mi obra –la expuso en la Aubin Gallery de Londres el otoño pasado– gira en torno a estos conceptos». Pandemonia es una escultura con vocación artística y de crítica social. Arte.
Su traje de superheroína fashionista no es más que una instalación caminante. La performance de algunos artistas contemporáneos, como Marina Abramović, llevada al extremo. En el término medio, una generación de creadores con nombre y apellido, cuyo atuendo se explica por su producción. Entre ellos, Terence Koh, de quien el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León hizo una retrospectiva en 2008. «Su relación con la moda es muy especial», explica Agustín Pérez Rubio, director en funciones del museo. «Incorpora la ropa a sus fotografías, como un poncho de Carlos Díez, que imitaba una tela de araña y con el que se hizo unas instantáneas, saltando sobre una cama en el Hotel Ritz de Madrid». Su forma de vestir –cuenta– es parte de la fabricación de una identidad (como su biografía o el lugar y la fecha de su nacimiento, inventados para cada ocasión). «Juega con la confusión, el travestismo, la mascarada».
Grayson Perry en la inauguración de una exposición en la Real Academia de Arte Británica.
Cordon Press
El blanco ostenta un papel protagónico en su performance textil. «Koh sigue los presupuestos minimalistas de los 60 y 70». Este color es el grado cero, un estado previo, algo sobre lo que se puede construir. En la religión católica representa la pureza, la virginidad; en la budista, es el símbolo del renacimiento; para un artista, el lienzo sin mácula o el máximo exponente de la abstracción. Sobre él se puede dejar huella. Algo que trasladó, en forma de metáfora, a las zapatillas que diseñó para Converse, de una blancura a la que la nieve no hace justicia. Su obsesión por este color (o ausencia de tal) se hace extensible al negro y al dorado.
Más por opción vital que por principios artísticos, Grayson Perry, ganador del Premio Turner en 2003, pasea por las alfombras rojas a su álter ego, Claire. Su afición al travestismo, que explica por la ausencia de una figura paterna en su infancia –su padre se fue cuando su madre le fue infiel y su padrastro le maltrató–, es un tema recurrente en su cerámica. Sobre vasijas de inspiración clásica o inocentes tazas y teteras que confecciona de forma tradicional, Grayson despliega su obra de carácter autobiográfico con escenas de sexo explícito, sadomasoquismo y bondage. Imágenes que se cruzan en sus piezas con la propia Claire, una de cuyas personalidades es la de una cuarentona que apenas sabe coser un botón.
El juego de la identidad y la confusión entre género y sexo, es una constante en el arte contemporáneo. Para Regina Fiz –artista de origen brasileño residente en Berlín– el traje es una herramienta más para la descontextualización de la especie: «Lo uso para la creación de mi multimarca sexual. El cuerpo de Regina ya es un objeto de deseo, y el vestido es una piel ambigua, una suerte de artefacto, de interfaz con el entorno», explica a S Moda. El vestuario que lleva es una escenografía portátil, una máscara de contenido político.
Harald Glööckler en la presentación de su doble álbum Pompöös.
Cordon Press
También político –aunque alejado de la polémica del género– es el trabajo del caricaturista húngaro Tibor Gaál, conocido como T-Boy, que se cosió un traje de monedas –de uno y dos florines– cuando el banco nacional anunció su retirada del curso legal. La performance –según explicó– representaba el contraste entre la aparente opulencia y su escaso valor real. El debate sobre el coste de los materiales que emplea no interesa al artista holandés Gwen van den Eijnde –que incorpora a sus producciones desde materiales reciclados de la cocina, decoración navideña, juegos de mesa o mondadientes, hasta telas de la máxima calidad. Todo lo que requiera la performance–. Inmerso en el mundo del romanticismo oscuro, que raya lo bizarro, los trajes de Van den Eijnde son esculturas de inspiración circense, que se completan cuando las lleva una figura humana. Y siempre es la suya: «Al principio fue el modo más práctico de presentarla», aclaraba en una entrevista para la revista digital www.anormalmag.cl. «Poco después se convirtió en una verdadera declaración, la elaboración del vestuario y la expresión del mismo en mi propio cuerpo».
Gwen fue asistente de vestuario en la Ópera Circo de Damon Albarn y Jamie Hewlett pero afirma que, más que esta experiencia, es el cine el que aporta elementos nuevos a sus obras. Sus directores de cabecera, Peter Greenaway, Derek Jarman, Fellini, Ken Russell y los hermanos Quay. Aunque también encuentra inspiración en las propias pasarelas: «Hay más libertad para la experimentación en la moda de hoy, que en los diseños de ropa para cine, teatro y ópera. Uno podría sentir nostalgia de la época de León Bakst y Paul Poiret, una edad de oro, durante la cual el teatro y la moda se estimulaban entre sí».
De esta autonomía para arriesgar disfruta Harald Glööckler, conocido en su Alemania natal como el príncipe de la pompa. Versión plástica y exagerada de Prince, Glööckler encarna los fundamentos del lujo y la extravagancia. «De niño decidí que viviría en la abundancia y que acercaría el lujo a las masas». Más allá de su imagen excesiva, sus diseños de moda, joyería, accesorios e interiorismo han conquistado a damas del cine como Gina Lollobrigida, que lo describe como «un volcán lleno de ideas». Dita Von Teese opina de él que es el nuevo Liberace. Él se considera un creador cosmopolita y visionario, con un modo de vida inconfundible que, llevado a sus cuadros, se transforma en lienzos de colores brillantes y formas abstractas. La vestimenta no solo sirve para cubrir el cuerpo. Establece códigos y lanzan mensajes al entorno. Algunos provocadores, en el sentido artístico de la palabra.