El día que me convertí en mujer (en Facebook) y sufrí en mis carnes el acoso machista

Un hombre cambia su género en Facebook para comprobar si en la red social se sufre más acoso siendo chica.

Getty

Una tarde de septiembre. Paseaba junto a mi pareja por las calles de Madrid. Empezamos a debatir sobre algunos asuntos relacionados con la desaparición de Diana Quer y algunos comentarios que habíamos leído en redes sociales relacionados con su vestimenta. El debate terminó con mi mujer retándome: “Ponte en la piel de una mujer. Pero ponte de verdad. Conviértete en mujer por unos días, aunque sea en las redes sociales”. Recogí el guante y me abrí un perfil de chica en Facebook: Candela Pacheco. No lo busquéis. Ya no existe. Lo borré hace un par de días.

Tenía que elegir...

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Una tarde de septiembre. Paseaba junto a mi pareja por las calles de Madrid. Empezamos a debatir sobre algunos asuntos relacionados con la desaparición de Diana Quer y algunos comentarios que habíamos leído en redes sociales relacionados con su vestimenta. El debate terminó con mi mujer retándome: “Ponte en la piel de una mujer. Pero ponte de verdad. Conviértete en mujer por unos días, aunque sea en las redes sociales”. Recogí el guante y me abrí un perfil de chica en Facebook: Candela Pacheco. No lo busquéis. Ya no existe. Lo borré hace un par de días.

Tenía que elegir una foto. Seleccioné una de mi mujer en la playa de espaldas, para que no se le viera la cara. Una foto de cintura para arriba. Básicamente, un hombro y una media melena. Una foto muy común en época veraniega. Decidí poner el perfil público, para favorecer la interacción con otras personas.

Escribí un par de estados de qué bien me lo había pasado en vacaciones. Sin fotos. Y agregué a dos o tres amigos de mi perfil de Facebook real. Pocas horas después, empecé a recibir solicitudes de amistad. Todos hombres. La mayoría españoles, pero también algunos de Latinoamérica, el Magreb y África Subsahariana. Los iba aceptando a todos.

La mayoría de ellos, inmediatamente a ser aceptados, me escribían con la intención de chatear. Algunos eran majos y prudentes pero, al cabo de un tiempo, terminaban preguntando si tenías novio. Siempre dije que sí. Hasta en tres ocasiones me llegaron a proponer intercambio de parejas.
Otro, más romántico, quizás, me escribía poemas, supuestamente de su propia creación, y me llegó a enviar sus libros de versos en documentos PDF para que yo los disfrutara. Aparentemente era algo inocente, pero no podía evitar sentirme presionado. Acosado.
A las 12 horas de haberme abierto la cuenta tenía cientos de amigos.

“Hola, guapa”.

Los peores eran los que decidían ir directamente al grano, sin contemplaciones, sin ni siquiera una introducción amistosa, como la que suele suceder en un bar de copas en los habituales procesos de ligoteo cara a cara. Jamás pensé que un “hola, guapa” pudiera resultar tan desagradable, tan intrusivo y tan sospechoso para quien lo escucha. “Hola, guapa”, me decían a bocajarro. ¡Pero si no me habían visto la cara! Ese “guapa” me sonaba sucio, provisto de malas intenciones. Ahora comprendo a las mujeres cuando les lanzan piropos por la calle, lejos de sentirse aduladas, lo que sienten es intimidación. Asco.

Normalmente a la segunda frase de la conversación ya me preguntaban si tenía novio o marido y casi a la tercera, si quería quedar con ellos, a veces esa misma noche. Hasta tenía la sensación de que me lo imponían. Me soltaban frases pornográficas, sin duda extraídas de la escuela del porno de saldo, como si en el proceso de flirteo ese tono fuera efectivo. Algunos me mandaban fotos de sus torsos desnudos, de sus miembros viriles en erección, de escenas eróticas. Otros afirmaban que tenían un problema de salud, que no se encontraban bien, que si podía ir a ayudarles a sus casas…

Yo alucinaba. ¿Por qué hay tal cantidad de salidos en Facebook tratando de tener relaciones sexuales con mujeres a las que no le ha visto la cara cuando existen aplicaciones para ello como Tinder, Badoo, POF u otras muchas más? ¿Por qué me había convertido en alguien tan popular? ¿Por mi supuesta espalda semi desnuda de una foto normal de un día veraniego? ¿Por tener el perfil público? ¿Simplemente por estar en Internet? ¿Por ser una mujer? ¿Qué pasaría si la supuesta chica que era yo hubiera aceptado quedar con alguno de estos locos? ¿Habría estado en peligro de violación?
Comentando la situación con algunas amigas, todas me contaban que a veces recibían solicitudes de amistad de desconocidos sospechosos, pero que nunca las aceptaban. A mí, como hombre, nunca me han pedido conexión acosadoras y, si hubiera ocurrido, inmediatamente habría pensado en las oscuras y económicas intenciones de sus propuestas.

Cerré el perfil agobiado. Dejar de ser Candela Pacheco fue una liberación. Sentí que no podía ejercer mi libertad de conocer a gente nueva y charlar con ella. Sin más. Sin duda, que no “debía” ejercer mi libertad de colgar más fotos. Como esas mujeres que pudiendo volver por el camino más corto a su casa y con la ropa que les apetece, tienen que “taparse” y dar un rodeo por una calle más iluminada y transitada.

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