Menos prendas, de más calidad y con mayor vida útil: así compraremos ropa a partir de 2020
El modelo gana adeptos entre los fanáticos de la estética depurada que popularizara Phoebe Philo y quienes buscan nuevas formas de consumo más lento y responsable. Pero no faltan las contradicciones que plantea un mercado que también saca tajada de esta fórmula.
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«Quédate solo la ropa que te pongas y te haga feliz». Así lo dicta la filosofía sobre la que Marie Kondo, gurú del orden, ha construido su marca popularizando el sistema de armario cápsula. Un formato de organización de prendas por estación que, aunque data de los 70, ha invadido las redes sociales y la vida más allá de las pantallas progresivamente desde 2016. Su máxima minimalista, ya interiorizada por cientos de miles de usuarios, es reducir el número de piezas que cuelgan de perchas y estantes a un total que debe rondar las 37 por temporada, apostando sobre todo por los básicos intercambiables que permitan optimizar al máximo estilismos e inversiones y presentándose además como un reto con una estética y un espíritu indiscutiblemente representativos de la era Instagram que muchos ya se han encargado de capitalizar.
Una tendencia organizativa que se ha sumado a un dictamen de estilo minimalista y depurado dando lugar a una nueva vertiente de consumo y estilo de vida, según apuntan muchos de sus seguidores, congregados en internet bajo las etiquetas #minimalismo #armariominimalista, #modaminimalista o #slowfashion
Entre los factores que determinan su éxito, el hecho de presentarse como alternativa a la espiral de consumo de usar, tirar o almacenar que apela a la conciencia medioambiental. Son muchos los casos en los que las personas que siguen la fórmula del armario cápsula lo hacen tomando la determinación de apostar por prendas cuya procedencia responda también a un modelo lo más ético y responsable posible (segunda mano, tejidos sostenibles, condiciones justas de trabajo y pequeñas marcas frente a los gigantes low cost).
Es el caso de Marie Broberg, una usuaria de Instagram sueca que contaba su caso a S Moda a propósito de un artículo sobre las determinaciones y los cambios vitales que algunas personas han hecho en pro del planeta: «Desde 2018, cuando me inicié con el capsule wardrobe, solo compro piezas de segunda mano y, puntualmente, invierto en prendas nuevas, siempre de marcas responsables con el medio ambiente. Mi regla es invertir en lo que más me va a durar al final». Una respuesta común entre cada vez más consumidores que atiende a la situación de crisis climática: la industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta. Un 30% de la producción anual que se hace a nivel mundial ni siquiera llega a venderse y estos residuos textiles (más de 16 millones de toneladas al año solo en Europa) acaban quemándose, produciendo altísimas emisiones de CO2.
“Cuando conocí el armario cápsula me di cuenta de la cantidad de ropa que tenía. Dos armarios enormes llenos y algunas prendas aún con la etiqueta. No me daba tiempo a ponérmela, compraba demasiado. Llegué a tener unos 60 pares de zapatos y ni recuerdo la de bolsos”, cuenta a S Moda Adriana Ruz, bloguera de moda y belleza que practica el capsule wardrobe y la vestimenta minimalista compartiendo su experiencia de transformación en su blog e Instagram. “Me deshice de muchísima ropa. Vendí, doné y tiré. Ahora tengo mucha menos pero me la pongo toda”, explica. «Antes iba de tiendas todas las semanas. Ahora hago compras con conciencia. Pienso en lo que necesito, como camisetas que están estropeadas y repongo, por ejemplo. Y prefiero más la calidad a la cantidad».
Aunque no todos los armarios cápsula responden a una estética unánime y la idea es que cada cual lo adapte a su estilo, sí hay unos códigos entre aquellos usuarios que se definen como minimalistas y están interesados en la moda y el diseño. Estos son el empleo de una paleta de colores predeterminada, en las que suelen triunfar los colores neutros, y prendas donde predominan de las formas rectas y simples. Piezas por lo general atemporales que beben del legado de la era Phoebe Philo en Céline, quien durante su década como directora creativa de la casa francesa definió sus colecciones como «minimalistas».
Muy conectado tanto con el factor de la sostenibilidad como con el de la tendencia de un estilo depurado y simple y la estética instagrameable de esos armarios perfectamente ordenados y con degradados de color, está el estilo nórdico, que se ha hecho un sitio importante tanto en redes como en las fotografías de street style. Y sumándose a ese auge del minimalismo y el armario cápsula, proliferan las firmas de moda que apuestan por las prendas básicas y que surgen tanto en el plano de pequeñas marcas con trazado sostenible, como la gallega Norte, como en firmas de lujo más sofisticadas (The Row, la marca de las hermanas Olsen) o en versión fast fashion: Uniqlo o COS.
Para Adriana Ruz, a la transición a un armario reducido le siguió otra a un estilo más marcadamente minimalista. «Empecé eligiendo una paleta de colores y que todo combinase entre sí. En mi armario ahora hay cuatro tonos neutros: blanco, gris, azul marino y negro y, por cada temporada, tengo unas 30/35 prendas y unos seis pares de zapatos. Me quedé con los bolsos de mejor calidad (tengo también seis para todo el año). Y evito las prendas llamativas o con estampados que puedan cansarme».
Pero no todos los que se consideran minimalistas y hacen el armario cápsula siguen estos patrones. Para Sebastian Juhola, fundador de la plataforma The Minimalist Wardrobe, donde aúna consejos e inspiración para esta comunidad, «no hay que tener un número mágico de prendas, ni paleta de color que estés forzado a usar”. Se trata “simplemente de un armario altamente funcional”, en el que “te sientas cómodo con cada prenda y que estas expresen realmente quién eres y te las pongas con frecuencia».
El movimiento minimalista y de armario cápsula cala sobre todo entre los millennials, a caballo en conciencia y hábitos de consumo –y de poder adquisitivo– entre la generación más pudiente y consumista (la del baby boom) y los jóvenes de la generación Z, quienes como se visibiliza estos días en Madrid con motivo de la Cumbre Mundial del Clima con el ejemplo de Greta Thunberg y organizaciones como Fridays for Future, lideran la protesta contra los excesos y la inacción de los boomers. El discurso pro optimización del consumo y de la propia vida que emana de esta tendencia y que muchas marcas se han encargado de rentabilizar –véase Cladwell, la app que te ayuda a crear tu armario cápsula y looks diarios que funciona con pago por suscripción–, habla a una generación exhausta y con sueldos precarios a la que, con esta fórmula organizativa, les promete ganar tiempo y bienestar sin tener que plantearse cada mañana qué ponerse; les ahorra el espacio y el dinero que no les sobra en pisos de 30 metros con alquileres estratosféricos y, además, les hace sentir partícipes de un consumo que, sobre el papel, es más responsable.
La controversia se eleva cuando, bajo esos reclamos de sumarse a una tendencia de consumo más consciente y reposado y usando la etiqueta sostenible, el mercado aprovecha para vender justo lo contrario: compre un pack de cinco prendas que le permita conseguir hasta 30 outfits sostenibles y construya su armario cápsula desde cero (Vetta).