Opinión

Tú también deberías estar furiosa

Getty (Getty Images/fStop)

Deberías estar furiosa. No deberías ser amarga. La amargura es como el cáncer. Se alimenta del anfitrión. No hace nada al objeto de su disgusto. Así que usa esa ira. Escríbela. Píntala. Báilala. Márchala. Vótala. Haz todo sobre ella. Habla de ella. Nunca dejes de hablar de ella. -Maya Angelou

Como el dios del Antiguo Testamento, he construido una obra literaria alrededor de la ira. Es más, quiero que mi ira narrativa sea como la que se lee en Isaías:

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Deberías estar furiosa. No deberías ser amarga. La amargura es como el cáncer. Se alimenta del anfitrión. No hace nada al objeto de su disgusto. Así que usa esa ira. Escríbela. Píntala. Báilala. Márchala. Vótala. Haz todo sobre ella. Habla de ella. Nunca dejes de hablar de ella. -Maya Angelou

Como el dios del Antiguo Testamento, he construido una obra literaria alrededor de la ira. Es más, quiero que mi ira narrativa sea como la que se lee en Isaías:

Aullad, porque cerca está el día de Jehová; vendrá como asolamiento del Todopoderoso. Por tanto, toda mano se debilitará, y desfallecerá todo corazón de hombre y se llenarán de terror; angustias y dolores se apoderarán de ellos; tendrán dolores como mujer de parto; se asombrará cada cual al mirar a sus compañeros; sus rostros, rostros de llamas. He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad (…) Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su iniquidad; y haré que cese la arrogancia de los soberbios (…) Sus niños serán estrellados delante de ellos; sus casas serán saqueadas, y violadas sus mujeres (…) Con arco tirarán a los niños, y no tendrán misericordia del fruto del vientre, ni su ojo perdonará a los hijos (…) Y en sus palacios aullarán hienas.

Ojito con el dios cabreado.

Un día, entrados los cuarenta, me di cuenta de que había vivido mi vida con miedo a la opinión de los demás. Miedo a intentar por miedo a fracasar, miedo a mostrar(me), a exponer(me), a que se burlen de mi literatura y de mi celulitis porque, ya lo saben, todas las inseguridades son la misma: tripa y verso, michelín y arte.

Escribe mal y es gorda. Es una pésima escritora gorda. No lean a la gorda. Es tonta, es mujer, es fea, usa un lenguaje tan desagradable como ella misma.

En mi época no se le llamaba bullying a eso que hoy conocemos como bullying. No se nombraba, era, simplemente. Venía de quién sabe dónde: telúrico, como los terremotos.

Lo aguanté todo, todo.

La tinta de mis cuentos es la ira contra los acosadores de mi infancia y mi adolescencia. La Carrie de Stephen King, bañadita en sangre de chancho, prendía fuego. Yo escribo.

Que se cierren todas las puertas, que se bloqueen todas las salidas: quémense hasta los huesos, hijueputas.

No me avergüenza mi ira. Es la Brienne of Thart de mi Juego de Tronos, la que lleva una espada forjada con acero valyrio y que corta en cada relato las cabezas de los que se reían de mí en el instituto, de los que me llamaban tonta y gorda, de los que creían que perseguirme por el patio del colegio haciendo oink oink era divertidísimo.

A por ellos Brienne, los y las que me convirtieron en una mujer que yo no quería ser.

No hay nada más triste en el mundo que una niña convencida de ser la Mujer Maravilla a la que transformaron en una adulta tensa -siempre tan tensa, maldita sea, tan titubeante- que no sabe cómo ocultar sus muslos y sus textos y sus dientes chuecos y sus deseos de que la miren con amor.

A por ellos, Brienne.

No, no, no y no. No quiero paz en mi corazón, no quiero gozo en mi alma, no quiero zen, no quiero mindfulness, no quiero sanar.

Quiero abrazar este sentimiento y hacer con él cada cosa: bailar, marchar, escribir. 

Como dice Angelou, yo no soy amarga, para nada, yo lo que estoy es furiosa y, ¿saben qué? Confío en mi furia.

Mi niña furia, la que me lleva de la mano.

La ira, como la alegría, es una señal de que nos importa el mundo y durante muchísimo tiempo yo no sentí ni lo uno ni lo otro. Ahora, que de nuevo siento, que, por fin, en medio de las toneladas de concreto que eché sobre mi pecho ha salido un brotecito de algo -¿rabia?, ¿plenitud?, ¿euforia?, ¿ansia de cortar cabezas?- lo valoro casi con lágrimas.

No se puede estar viva, viva de verdad, sin sentir ira.   

La furia, amigas, mueve mi feminismo, mi ecologismo, mi antifascismo, mi antirracismo, mi absoluta repulsión por las homofobias, transfobias, xenofobias y todos esos odios enmascarados de valores o de tradición.

¿Por qué otra razón iba a unirme a una causa si no es porque me emputa lo que le hacen a la gente indefensa?

Conozcan su ira, abrácenla y recuerden que en la mitología griega las Furias eran fuerzas femeninas que “comparadas a menudo con perras, perseguían sin descanso a sus víctimas hasta volverlas locas”.

Pues eso.

Nos vemos en la calle.

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