JOMO, cuando perderse algo es un placer

De FOMO, el miedo a perderse algo, llega JOMO, la alegría de decir no a conciencia. Perderse cosas puede tener un lado positivo. La clave está en disfrutar lo que sí estamos haciendo.

Corbis

La cura contra FOMO (Fear of Missing Out), el acrónimo que describe la sensación de estar en un lugar con la sensación de que algo importante ocurre al mismo tiempo en otro sitio, viene de la mano de otra palabreja: JOMO (Joy of Missing Out), el placer de decir no a conciencia. Hacer una lista con las fiestas que te has perdido, series que no has visto, ciudades que no has visitado puede resultar terapéutico...

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La cura contra FOMO (Fear of Missing Out), el acrónimo que describe la sensación de estar en un lugar con la sensación de que algo importante ocurre al mismo tiempo en otro sitio, viene de la mano de otra palabreja: JOMO (Joy of Missing Out), el placer de decir no a conciencia. Hacer una lista con las fiestas que te has perdido, series que no has visto, ciudades que no has visitado puede resultar terapéutico cuando lo que se lleva es quemarse las cejas espiando y envidiando lo que hacen los demás.

Pasada cierta edad, y en especial si se tiene familia, es común sentir un cierto alivio al recordar los tiempos de más jarana, de acostarse y levantarse a las tantas. Y tomar conciencia de todas las fiestas que uno se está perdiendo –la de Nochevieja, sin ir más lejos– puede permitir un disfrute mayor de esa cena tranquila con amigos sin tener que volver a casa arrastrándose. Un escenario que, faltaría más, siempre puede contemplarse a la inversa (siempre habrá quien crea que tomar las uvas de fin de año en la Puerta del Sol es un plan por el que merece la pena esperar el resto del año). Lo importante es esto: no hace falta tener tantas vidas como un gato para experimentar el tiempo disponible, finito, con plenitud. Perderse cosas puede ser un placer.

De perder cosas a sabiendas habla JOMO, al antídoto contra la epidemia de ansiedad en un momento en el que somos más conscientes que nunca de lo que hacen los demás. Aunque su manifestación más contundente se produce en el terreno digital, donde las redes sociales son un recordatorio consciente de dónde no estamos y lo que no hacemos, FOMO se ensaña con cualquier actividad: estás en una fiesta hablando con alguien y subyace la ansiedad: ¡quizá te estás perdiendo otras conversaciones más importantes!

“Un día cualquiera se celebra en Nueva York un evento que sería el acontecimiento del año en tu ciudad. La mayoría de las veces, no vas a estar ahí”, escribe el bloguero Anil Dash, a quien se atribuye la creación del acrónimo JOMO. Que “no estar ahí” pueda ser una fuente de placer se le ocurrió cuando nació su primer hijo y pasó un mes totalmente desconectado, para descubrir que tampoco se había perdido nada importante. Decir no a algo interesante, como un concierto o una conferencia, se convirtió en una reafirmación de que su paternidad era más relevante, señala. “Puede haber un disfrute sereno en saber, y celebrar, que hay por ahí gente pasándoselo bomba en algo que podrías haber disfrutado, pero de lo que simplemente vas pasar”.

“El error es pensar que si no tuviéramos algo que perder seríamos felices”, dice la terapeuta californiana Ines Freedman. Esta actitud mental se convierte, advierte Freedman, en el telón de fondo de la existencia. Impide que nos relajemos en el momento, incluso con cosas que disfrutamos. A veces procede del deseo, como cuando vas a una fiesta y deseas participar en todas las conversaciones. Otras veces del miedo: cuando tememos no ser capaces de hacer todo lo que se espera de nosotros si nos relajamos y estamos felices y satisfechos.  

La realidad es esta: nos perderemos cosas. Un montón de cosas. Ni siquiera viviendo siete veces tendríamos tiempo de probarlo todo. Solamente cuando aceptemos la idea de que siempre habrá cosas que perderse, muchas, muchísimas cosas, podremos relajarnos. “Sentirse mal por ello es como fustigarse por ser incapaz de contar hasta el infinito”, señala el columnista Oliver Burkeman.

En sus predicciones sobre las diez corrientes que se convertirían en tendencia en 2014, el gigante de la publicidad y el marketing global JWT mencionaba la 'vida consciente' (mindful living, en inglés) como una de ellas. JWT se refería, como muestras de que JOMO va haciendo mella, al impulso del mindfulness o conciencia plena, el crecimiento del movimiento slow food, los campos de 'desintoxicación digital' en EEUU, el programa Search Inside Yourself ('busca dentro de ti') de Google, el aluvión de apps para frenar y meditar o el idilio de Silicon Valley con todo lo que suene a Zen. “Estás disfrutando lo que tienes entre manos aquí y ahora y no en las redes sociales anunciando o viendo lo que los demás están haciendo”, explicaba Ann Mack, la directora de la división de JWT que elabora estas previsiones.

El problema es que con respecto a la tecnología –como con tantas otras cosas– somos como el doctor Jekyll y el señor Hyde. Lo buscamos y lo resistimos de forma simultánea. “En los últimos años permitimos que la tecnología nos dominase y ahora estamos listos para gobernarla y encontrar equilibrio en nuestras vidas, porque nos damos cuenta de que está cambiando totalmente nuestras relaciones, nuestro comportamiento y quizás nuestro cerebro”, señala Mack. Como prueba adicional de esta esquizofrenia colectiva señalar que la otra gran tendencia que JWT seleccionó para el 2014 no es otra que la impaciencia, un estado mental que no combina nada bien con la felicidad de perderse cosas.

@nataliamartin es periodista. Si quieres ponerte en contacto con ella escribe a natalia@vidasencilla.es

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