El anillo Oura de los superricos y el boom por los símbolos de estatus contra el coronavirus

El anillo favorito de estrellas, deportistas y magnates tecnológicos es solo una muestra de un mercado, el del wellness tecnológico, que explotará en los próximos años con inversiones millonarias.

El príncipe Harry con el anillo Oura en una visita a Nueva Zelanda en 2018.Getty (Getty Images)

Entre su lista de usuarios VIP  ya estaban Lance Armstrong, el príncipe Harry, Larry Page (fundador de Google), Jack Dorsey (Twitter) Steve Chen (Youtube), Kevin Lin (Twitch), Will Smith y buena parte de los deportistas de la NBA, pero desde el pasado mes de diciembre ...

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Entre su lista de usuarios VIP  ya estaban Lance Armstrong, el príncipe Harry, Larry Page (fundador de Google), Jack Dorsey (Twitter) Steve Chen (Youtube), Kevin Lin (Twitch), Will Smith y buena parte de los deportistas de la NBA, pero desde el pasado mes de diciembre el anillo Oura ha pasado de ser un weareable tecnológico más, de un capricho detector de superricos si mirabas a sus manos, a un nuevo marcador de estatus en las estrategias de detección del coronavirus. O como resume la biblia del pijerío británica, la revista Tatler: «El anillo chic se ha convertido en el líder en el campo de la tecnología del wellness desde que un estudio defiende que es capaz de detectar el coronavirus en su portador». Hablamos de Oura, un anillo inteligente estrella de Oura Health, la compañía finlandesa creada en 2013, que está construido en titanio, con cobertura exterior de diamante y que cuenta con un avanzado sistema de medición en su interior a lo Fitbit monitorizando la eficiencia del sueño y otras variantes cuantificables conectándose a una app del smartphone –donde indica la temperatura corporal, el pulso de las arterias, cuentapasos o calorías quemadas–, cuyo precio oscila entre los 300 y los 1000 euros y con baja disponibilidad de compra para favorecer así la sensación de exclusividad.

El anillo fetiche de Silicon Valley y las estrellas –especialmente masculinas– se ha convertido, además, en nuevo marcador de estatus en el pujante negocio de la tecnología post covid. Según informa The Telegraph, un estudio realizado por la Universidad de California de San Francisco (UCSF) y San Diego recogido por Nature el 14 de diciembre de 2020 defiende que la generación continua de datos de temperatura del anillo inteligente «puede detectar enfermedades como la covid-19» y que durante sus pruebas pudo identificar con precisión temperaturas más altas en personas con síntomas del virus (siendo inservible, no obstante, para asintomáticos). Aunque el anillo tiene un precio más elevado que cualquier prueba de detección certificada (una PCR en España ronda los 120 euros), el nivel de interés por la tecnología del wellness en la era pandémica se ha disparado, tal y como certifica una estimación de GlobalData, que dobla el valor de mercado de los dispositivos tecnológicos vestibles, los wearables, de los casi 22 mil millones de euros en 2019 a la friolera de 52 mil millones para 2024 debido a la pandemia.

Jack Dorsey, fundador de Twitter, es otro de los usuarios de Oura.Getty

La inversión y expansión del negocio del bienestar es una de las bazas que, para y bien y para mal, más ha explotado desde la irrupción del coronavirus. En paralelo a la explosión de holística empresarial y pseudociencias que han florecido publicitando supuestos remedios de inmunidad frente al virus –de las que han hecho promoción y sacado rédito económico figuras como Paula Echevarría, Miranda Kerr o Gwyneth Paltrow–, el espíritu de optimización y cuantificación personal que viene caracterizando al nuevo consumidor desde hace unos años convierte al coronawellness en un mercado listo para generar sus marcadores de estatus frente al resto. Tan desencaminada no iba Elizabeth Holmes, la estafadora y villana mediática más emblemática de Silicon Valley, cuando predijo que el negocio del futuro estaba en nuestra analítica personal de nuestra salud.

Porque no sólo se trata del anillo de las estrellas, basta con echar un vistazo a las propuestas «anti-Covid» presentadas en CES, la prestigiosa feria tecnológica  que se celebra estos días en Las Vegas y que ya ha dado signos de que la tecnología pandémica aplicada al uso no profesional para el beneficio personal empieza a calar fuerte. Allí se han presentadomascarillas inteligentes‘ con sensores conectados a nuestro teléfono o micrófonos integrados resistentes al polvo y al agua, robots domésticos que sanitizan el ambiente con luz ultravioleta o sensores que se adhieren al cuerpo («biobotones») para detectar síntomas similares a los de la gripe con una precisión cercana al análisis clínico.

Además de esa voluntad protectora de explotar los gadgets contra el virus, desde Silicon Valley han entendido que también habrá muchísimo negocio para explotar frente a la crisis mental que nos asola tras la irrupción de la pandemia. Según datos de PitchBook, la empresa de análisis y tecnología, en el valle se llevaron 146 acuerdos acumulados de casi un billón de dólares en inversiones de capital de riesgo relacionados con apps y start ups de salud mental durante el año pasado. La cifra supera a la alcanzada en 2019, donde el total fue de 893 millones de dolares en 111 acuerdos, mientras que hace una década solo había 3 acuerdos por valor de 6,6 millones de dólares.

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