Contra el estrés del viajero: ¿se nos está olvidando disfrutar en vacaciones?
Viajar a un lugar muy exótico y lejano y, una vez allí, ver, fotografiar y compartirlo todo en redes. La vuelta a casa con la cartera más ligera y más cansancio nos hace plantearnos qué ha sido del objetivo principal: descansar.
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Volver de vacaciones y necesitar otras para recuperarse. Revisar el carrete del móvil con cientos de imágenes y apenas recordar esos momentos en que se hizo clic. Invertir los ahorros del año en un viaje de 10 días a las antípodas y volver con los recuerdos enmarañados pero con contenido para alimentar Instagram durante un mes. Estas ideas, escuchadas y comentadas en conversaciones reales, ponen de manifiesto en qué se ha convertido irse de vacaciones en los últimos años. El turismo alcanzará cuotas históricas en 2019, según la Organización Mundial del Turismo (en 1980 la media de turistas internacionales era de 278 millones y, en 2014, alcanzó los 1.133 millones de viajeros). El turismo de sol y playa pierde interés entre los que visitan España y ganan terreno ofertas de mayor actividad, como las culturales (28% frente a un 19%), apuntan datos de un estudio realizado por Mabrian Technologies e Interface Spain a través del uso de etiquetas en redes. Las prioridades han mutado y pasan factura: “Al ir de vacaciones nos imponemos una agenda muy apretada, sin espacio a la improvisación, a fluir. Esto acaba por generarnos estrés”, explica a S Moda la psicóloga Paola Graziano. “Planificarse está muy bien pero ‘querer verlo todo’ y tomarnos el turismo como una maratón para ‘aprovechar al máximo’ el viaje no es sano”.
Como apunta Graziano, las vacaciones cada vez menos tienen que ver con los horarios difusos y las siestas eternas, y más con viajar y el verbo hacer. Carlos Puj, experto en turismo responsable explicaba a S Moda a propósito del sobreturismo que “estamos aplicando al viaje la mentalidad consumista de usar y tirar que aplicamos a todo”. Este modelo de turismo de atracón se alimenta también de las ofertas que ofrecen las grandes turoperadoras, de la facilidad con la que conseguimos recorrer miles de kilómetros por apenas 30 euros y de las infinitas posibilidades de hospedaje a precios competitivos. Todo ello, con su correspondiente huella medioambiental y socioeconómica. Un modelo fácil y asequible que dificulta la reflexión cuando renunciar a ellas en pro del planeta, de los ciudadanos o del propio descanso significa también perder el estatus que unas vacaciones lustrosas proporcionarán en nuestro entorno y a golpe de ‘me gusta’.
Esa exposición de lo que hacemos en vacaciones también pasa factura a nuestra desconexión y disfrute. “La idea de ‘felicidad’ superficial que se vende en las redes sociales es otro impedimento: parece que hay que mostrar todo lo que hacemos, lo felices que somos, los lugares que visitamos, y vender esa visión ideal. Visualizar esa supuesta felicidad de los demás y compararnos frustra bastante. Nos imponemos el ‘tener que pasarlo bien en vacaciones’ y a veces esta propia imposición acaba generando lo contrario. Se da una especie de ‘tiranía de la felicidad’ en la sociedad actual”, observa la psicóloga. “Hay estudios que señalan que cuanto más tiempo pasamos en redes sociales mirando publicaciones, más infelices nos sentimos”. Por otro lado, apunta, “una de las claves del bienestar es aprender a vivir de manera relajada, disfrutar del presente”.
Nostalgia de los veranos sin móvil
¿Qué echamos de menos de esas vacaciones en las que no andábamos hiperconectados e ir hasta Japón no era lo más normal del mundo? Más allá de la nostalgia por los veranos de la infancia, de los que habla Anna Pacheco en Verne con La muerte del verano-niño y el final del amor, donde explica cómo en el paso a la edad adulta los veranos dejan de serlo para convertirse precisamente en vacaciones (“una palabra que solo cobra sentido en el marco de un convenio laboral”); preguntamos a varias personas cómo vivieron la irrupción del móvil y el cambio de modelo vacacional ya de adultos. «Echo de menos descubrir lugares, bonitos y feos, sin información previa. Coger el bus para ir a alguna playa en condiciones, dormir en campings, descubrir… Vivir más aventuras y hacer más esfuerzos para conseguir cosas”, cuenta Eva Zurita, artista plástica (31). “Ahora, sin viajar, ya sé cómo es Bali y tengo cero curiosidad por ir. Es más, tengo la sensación de que ya he ido. Echo en falta creer que todavía tengo un mundo por descubrir”, dice Isabel, responsable de Marketing (32).
No hacer nada y no sentir presión por ello. “Me gustaría volver a esas tardes viendo Pasión de Gavilanes y comiendo galletas María con leche condensada, en las que rematábamos yendo a la piscina del pueblo (Íllar, en la Alpujarra almeriense). Ahora parece que no estás aprovechando el tiempo si no haces planes guay y luego los enseñas”, cuenta Blanca, profesora (29). “Lo que más echo de menos es los veranos sin móvil”, dice Flora, cámara (29). “Quedar a una hora sin mil mensajes. Que te pasaran a buscar gritando tu nombre en la puerta del jardín. Y sobre todo, no saber que era la hora de comer más que porque tenías hambre, porque cerraba la piscina y porque la playa se quedaba sin gente. Eso era felicidad. En bici, sin móvil”. Para Francisco, ingeniero informático (37), la frustración con las vacaciones llega de manera anticipada a las suyas propias, precisamente por culpa del teléfono: “Es casi imposible no comparar inconscientemente tus vacaciones con las del resto de personas de tu feed. Ni tener la sensación de que el resto de la gente está cuatro meses fuera mientras tú ‘disfrutas’ del caluroso verano de Madrid”.
Volver a disfrutar de las vacaciones
“A mucha gente le cuesta cuidarse, bajar las revoluciones y priorizar el descanso, incluso en vacaciones”, reconoce la psicóloga Graziano cuando le preguntamos sobre las dificultades que detecta en sus pacientes para disfrutar de los días libres. “Se entra en una dinámica acelerada en la que cada vez es más difícil parar y tomarse las cosas de manera relajada (lo observo sobre todo en mujeres de mediana edad y madres, con este ‘síndrome’ de la superwoman”, explica.
Sus recomendaciones para afrontar las vacaciones como un periodo de relajación, aunque no necesariamente de inactividad, pasan por, en primer lugar, limitar el uso de la tecnología. “Yo dejaría el móvil en casa, o lo cambiaría por uno viejo de esos que sólo sirven para llamar. Ir a sitios sin cobertura ayuda. Olvidar también lo de hacer mil fotos digitales, aconsejo sacar fotos con una cámara de carrete”. Como defendía Paola anteriormente, es interesante recuperar la idea de no llevarlo todo planificado al milímetro -concepto para el que no falta el anglicismo de turno: ‘turismo slow’-. “Dejar margen para la improvisación en la programación, se trata de tener tiempo libre, no de exprimir ese tiempo para hacer mil cosas”. Y por último, «invertir tiempo y conectar de verdad con aquellas cosas que te hacen disfrutar» como forma de recargar las pilas: “Arte, gastronomía, naturaleza, deporte, leer, tiempo de calidad en familia, explorar cosas nuevas…”.