5 reglas para convivir en vacaciones con gente que no soportas
O cómo apañárselas para que todo nos resbale, como el agua.
Hay una felicidad contenida en ese último día de trabajo antes de marcharnos de vacaciones, cuando la energía ya se han anticipado a esos días de descanso; pero la mente, obediente, cumple con sus deberes hasta el último momento. Hay una alegría no disimulable cuando nos despedimos de los colegas y el ánimo se recrea un esa perspectiva de los días libres, caprichosos y hedonistas.
Pero este paraíso de endorfinas puede verse contaminado con la idea de tener que pasar un tiempo con personas que nos caen gordas; volver a ver a la familia política, porque este año no hay dinero para viajes ...
Hay una felicidad contenida en ese último día de trabajo antes de marcharnos de vacaciones, cuando la energía ya se han anticipado a esos días de descanso; pero la mente, obediente, cumple con sus deberes hasta el último momento. Hay una alegría no disimulable cuando nos despedimos de los colegas y el ánimo se recrea un esa perspectiva de los días libres, caprichosos y hedonistas.
Pero este paraíso de endorfinas puede verse contaminado con la idea de tener que pasar un tiempo con personas que nos caen gordas; volver a ver a la familia política, porque este año no hay dinero para viajes y hay que irse al pueblo de los padres, o convivir con la pareja y los hijos. En ocasiones, confortables a tiempo parcial pero que soportan peor las exposiciones más prolongadas. Los psicólogos ya han bautizado este síndrome como el estrés vacacional que, además de entrañar el alterne con gente con la que no simpatizamos, lleva implícita la presión de pasárselo bien, de exprimir los días hasta sacarles todo el jugo, de hacer todo lo que no hemos hecho a lo largo del año y de reincorporarse al trabajo tan relajados y complacidos como bebés.
No hay éxito sin una buena planificación
Según Marisol Delgado, psicóloga con consulta en Avilés y especialista en psicoterapia por la European Federation of Psychologists Associations (EFPA), una de las primeras cosas imprescindibles para que las vacaciones sean ese periodo lúdico y reparador, “es una buena toma de decisiones a la hora de planificarlas. Quizás en el mundo laboral o en otros ámbitos no tengamos tanta libertad o margen de actuación, pero en nuestro tiempo libre deberíamos mandar nosotros. Esto se traduce en que podemos decir no, sin mayores consecuencias, a planes que no nos apetecen, elegir o llegar a acuerdos sobre el destino y evitar o limitar el tiempo de interacción con personas que no son de nuestro agrado. Cada vez más integrantes de parejas se toman una semana de vacaciones para estar solos, con sus respectivas familias o para irse con sus amigos de toda la vida. Hay también que planear un poco el espíritu de las vacaciones. ¿qué se va a hacer?, ¿qué esperamos de ellas?, ¿cuál es nuestra idea del descanso o la diversión? Lo ideal es que las personas que vayan juntas compartan los mismos gustos, pero como esto no siempre es posible habrá que pactar. Uno puede irse a la playa y el otro a ver museos o pasear por la ciudad y luego se ven juntos al final del día, para cenar”.
Pilar, 37 años, (Madrid) solía pasar cada verano una semana con sus amigas del instituto. Era un ritual que compartían desde hace tiempo. El año pasado acudió a estas vacaciones con un novio recién estrenado, con el que salía desde hacía solo dos meses. A sus amigas no les gustó la idea y se sintieron ‘traicionadas’, porque el espíritu de aquel encuentro era una reunión de chicas y un desconocido rompía toda la magia. El gallo en medio de tantas gallinas tampoco se sintió muy a gusto, ya que él era el elemento discordante. Pilar acabó rompiendo con su pareja e intentando recuperar la confianza perdida entre sus ex compañeras de clase. Un caso de mala planificación, de proyecto abocado al fracaso mucho antes de empezar.
Marca distancias
“No conviene mezclar personas de ámbitos distintos de nuestra vida en el mismo espacio”, apunta Delgado, “porque puede salir mal y porque pueden tener intereses opuestos y posicionarnos a nosotros en medio, sin saber muy bien a quién debemos satisfacer. Familia-amigos, trabajo-amigos son combinaciones peligrosas. Por otro lado, irse de vacaciones con alguien del ámbito laboral, como un jefe o un socio, puede ser arriesgado, porque los roces que surjan durante el veraneo pueden dejar su huella y tener consecuencias en el lugar de trabajo. Tampoco es una buena idea compartir nuestro periodo de descanso anual con alguien a quien hemos conocido hace muy poco. Los viajes son la prueba de fuego, ya que entrañan una convivencia de 24 horas. Yo tengo grandes amigas con las que jamás iría a ningún sitio. Si la relación de amistad o sentimental, acaba de empezar y todavía no conocemos bien a la otra persona, mejor probar primero con un fin de semana o un puente, pero no apostar quince días o un mes con alguien que no sabemos como se comporta, ya que podría amargarnos las vacaciones”.
Analiza por qué te irrita
En principio, vivir con alguien quince días no debería ser una tarea tan difícil, especialmente en un ambiente tan relajado y placentero como, se supone que son, las vacaciones. Tan solo sería necesario un poco de buena educación y el establecimiento de unas normas básicas de convivencia. Sin embargo, la realidad es a menudo muy distinta, las chispas saltan a la mínima y el aguante sin limites que exhibimos en el ámbito laboral parece haberse convertido, junto al apacible mar o la montaña, en sensibilidad extrema.
La madre de un ex novio mío vivía en Madrid con su marido, con el que viajaba a Galicia cada verano. Allí pasaban una semana en casa de la familia de él. Siete días que ella exprimía al máximo y que eran la causa de todos sus males para el resto del año. Obviamente, no tragaba a su suegra y, por lo que parece, tenía sobradas razones; pero ¿realmente tenía la señora un radio de acción de tantos kilómetros que llegaba hasta la capital y sus consecuencias duraban 365 días?
Nadie tiene tanto poder sobre otros, a menos que queramos dárselo; levantarle un altar, rezarle cada día y tener así alguien a quien culpar de todos nuestros fracasos. La escritora y bloguera neozelandesa, Karyn Van Der Zwet, está desde hace años fascinada por entender los mecanismos del comportamiento humano e investiga y estudia en campos como la psicología, antropología o neurología. Uno de sus libros, Why people drive you crazy? (¿Por qué algunas personas nos sacan de nuestras casillas?), trata de explicar este fenómeno. A veces incontrolable y meramente químico. Según esta autora, los encontronazos con otras personas se deben a los diferentes temperamentos -que ella clasifica como búho, liebre, mariposa y tortuga-, ya que unos combinan mejor que otros, lo que da lugar a incontrolables reacciones biológicas.
A menudo, las actuaciones de los demás reflejan nuestro propio ánimo o situación interior, que no queremos ver en nosotros pero que censuramos en los demás. Casi siempre, el odio sin motivo hacia el otro encierra una lección que debemos aprender sobre nosotros mismos. La pregunta del millón no es por qué esta persona es tan irritante, sino por qué lo que hace nos disgusta tanto a nosotros.
Usa los ‘mensajes yo’
Cuando estamos en terreno ‘enemigo’ o debemos compartir casa, yate, o tienda de campaña con alguien que destapa nuestro peor yo, hay estrategias para sobrevivir y evitar el conflicto. “Limitar el tiempo de exposición, respetar los espacios diferenciados –incluso dentro de la pareja–, intentar fijar unas reglas –por ejemplo, sobre la limpieza de la casa o el uso de servicios-, son cosas básicas”, apunta Delgado. “Hay que ser tolerante y amable pero tampoco ceder en todo porque sino nos convertiremos en víctimas que un día saltaremos llenas de rencor. Algo que yo siempre aconsejo es usar los “mensajes yo”, que no implican reproches sino respeto hacia uno mismo; pero hay que combinarlos con espacios compartidos. Por ejemplo, ‘he pensado que esta mañana prefiero quedarme a leer o ir solo a dar un paseo. Ya nos veremos luego en la comida”.
Otro aspecto que añade presión al idílico periodo de descanso es el hecho de que, a menudo, esperamos demasiado de él. Creamos grandes expectativas que casi nunca se cumplen y nos sentimos frustrados. Esperamos que nada nos duela y muchas veces el cuerpo utiliza el periodo de descanso para quejarse y decirnos lo que está mal; ya que durante el resto del año trata de mantenerse al cien por cien y dar la talla. Algo muy común en trabajadores estresados es que se enfermen en vacaciones, lo que se traduce en la guinda al pastel del descontento. Mientras las parejas que nunca tienen relaciones esperan que el agua de mar y los baños de sol los conviertan en sex machines. Milagros a Lourdes, no en Torrevieja (Alicante).
Los amigos de filosofar -entre los que, no se si afortunada o desafortunadamente, me encuentro- aprovecharán los días libres para rehacer sus vidas emocionales, sincerarse con la pareja e hijos, hacer planes de futuro, diseñar otras vidas, abrirse en canal y desnudarse emocionalmente frente a otros. Actividad que puede entrañar un sinfín de peligros. Según Delgado, “esto puede ser bueno o malo. Depende de cómo lo hagamos. Si se trata de empezar a rumiar poniendo el foco de atención en lo que no funciona, no va a tener un buen fin. Si se hace desde un punto de vista constructivo puede ser interesante, aunque hay que dosificarlo y no convertir las vacaciones en una sesión de terapia”.
Sé Suiza y busca un mediador en las peleas
Antes de desenterrar el hacha de guerra, hay que asegurarse de que la lucha merece la pena. ¿Es razonable tirar por la borda nuestras vacaciones y bienestar porque los que comparten chalet se niegan a fregar los platos y a saca la basura, a pesar de nuestra insistencia? ¿No es mejor abrazar por una semana la suciedad o encargarse de la gestión de residuos antes que montar el pollo?
Si aún así, la guerra ha empezado, Marisol Delgado aconseja no tomarse las cosas personalmente y usar mediadores en caso de que la comunicación sea ya imposible. No tomar partido por ninguno de los contendientes y, si se pasa muy mal, abortar las vacaciones. Viajar solo es uno de los grandes placeres de la vida. Se conoce más gente, se fija uno más en los pequeños detalles y las lecturas son siempre la mejor compañía.