Más reducidas pero más profundas: el peaje que pagan las amistades por sobrevivir a la pandemia
La pandemia ha cambiado la forma de priorizar a nuestros amigos y algunas de esas relaciones inevitablemente han bajado de rango
Decía Isaac Rosa en su última columna en eldiario.es:...
Decía Isaac Rosa en su última columna en eldiario.es: “Nos hemos acostumbrado antes a los tres dígitos de muertos diarios que a llevar mascarilla”. Y probablemente y muy a pesar de la moral y la ética de cualquiera, tenga razón. Al margen de las víctimas mortales, los hospitales saturados, las personas que lo han superado pero tienen secuelas o todos aquellos que han perdido su trabajo, lo peor de la pandemia es el precio psicológico que estamos pagando simplemente por vivirla.
Estamos agotados de las restricciones. Cansados de ese papel de policía que a veces nos invade cuando alguien no guarda la distancia en el supermercado o se baja la mascarilla en el transporte público. Pero, sobre todo, estamos hartos de sentirnos solos. De no poder abrazar a esa amiga que ha perdido a su abuelo, o de no tomarnos un café con esa otra que está aterrada porque, en unos meses, entrará al paritorio con mascarilla.
Y es que, por mucho que queramos mantener y cuidar todas nuestras amistades como lo hacíamos en 2019, los nuevos confinamientos y restricciones lo siguen complicando. Las circunstancias personales de cada uno o el amor-odio que muchos estamos desarrollando a comunicarnos a través de una pantalla están haciendo que de alguna forma nos distanciamos de personas que antes veíamos con relativa frecuencia.
“Creo que en mayor o menor medida la pandemia nos está dejando secuelas psicológicas porque nos ha sometido a situaciones muy extremas. Durante la cuarentena de marzo yo misma me vi teniendo roces con personas que nunca pensé que los tendría. Esto hizo que de alguna forma me sintiera más incomprendida o sola al ver que, de repente, esa conexión tan brutal que yo siempre creí que teníamos ya no reinara”, explica Laura Álvaro, profesora de 39 años.
En la misma línea, Elena López, estudiante de 21 años, afirma haberse sentido un poco abandonada por parte de su grupo de amigos de la universidad, entre otras cosas, porque sus circunstancias personales la obligan a ser muy cuidadosa con los contactos sociales: “Como mi padre es paciente de riesgo, no me siento cómoda quitándome la mascarilla delante de alguien que no sé con quién o dónde ha estado”, señala y añade que esta situación la mantiene cada vez más alejada de sus amigos. “Por ejemplo, cuando quedan para comer o tomar algo yo no voy porque sé que se quitan la mascarilla”, añade.
Aunque Elena no ha roto como tal con nadie, reconoce haberse alejado de algunas personas que, de no ser por la pandemia, cree que seguirán ahí: “Siento que si no eres una persona de hablar mucho por WhatsApp y al final no quedas por tus propias circunstancias, inevitablemente las cosas se enfrían. Da mucha rabia, pero se enfrían”, lamenta.
Las prioridades se reordenan y nos centramos en menos gente
Quizá como consecuencia de los nuevos hábitos de vida que llevamos, nuestra escala de prioridades en términos de amistad se ha reorganizado. De repente, simplemente por una cuestión de similitud de circunstancias, podemos sentirnos mucho más unidas a una colega de trabajo que a nuestra mejor amiga. Si, por ejemplo, una parte de tus compañeros de curro está viviendo un retraso en el pago del ERTE, sin darte cuenta, puedes ver como tus audios de WhatsApp van para esas personas que se sienten tan desesperadas como tú, ante una incertidumbre común. La pandemia y las consecuencias de ésta también nos están acercando a personas que antes no estaban tan presentes en nuestras vidas.
Por ejemplo, en el caso de Laura Álvaro, tanto ella como su familia han reforzado mucho su vínculo con una pareja de amigos que el pasado mes de abril se mudó a su mismo barrio, tras años viviendo en provincias distintas: “La cercanía tanto física como emocional de nuestros amigos Mireia y Jorge ha supuesto un oasis de paz en mitad de toda esta locura. No solo compartimos el mismo momento vital (ellos también son padres), sino que además nos aportan mucha comprensión y momentos distendidos. En un contexto en el que te has alejado un poco más de otras amistades por cuestiones de logística o incluso personales, ellos son ese soporte emocional en el que apoyarnos, esa familia que no se elige. Son casa”, relata.
Al igual que le sucede a Laura, Victoria Morfes también ha estrechado mucho su relación con sus compañeros de piso y coincide en la idea de que la pandemia está reorganizando la forma en la que priorizamos nuestras relaciones: “Los que siempre han estado ahí se han mantenido como estaban, pero ha habido personas que inevitablemente sí han bajado de rango. No por nada en especial, simplemente te das cuenta de que esas personas ya no te priorizan a ti y, ante eso, decides dejar de prestarles atención, para centrarse en otras”, comenta.
Y en el caso de Victoria parte de esas personas son sus compañeros de piso, los cuales han pasado de ser su grupo de convivientes, a sus nuevos amigos: “Desde el confinamiento nos adaptamos todos por igual a las restricciones y eso nos sirvió para descubrir todas las cosas que compartimos. Además de alguna que otra serie, por ejemplo, nos hemos dado cuenta de que todos somos muy fans de Samantha Hudson y sus vídeos de repente se han convertido en un punto más de unión”, relata entre risas y añade que, como ahora lo que toca es estar más en casa, aprovechan cualquier evento en el calendario para vestirse un poco más, tomar un vermú, poner música o cocinar juntos.
A diferencia del drama vivido por Elena Cañizares, la enfermera a la que sus compañeras de piso le pidieron que se marchara por tener covid, Victoria reconoce sentirse muy afortunada por haber estrechado su amistad con unas personas con las que previamente no tenía ningún vínculo: “En momentos de incertidumbre como los que estamos viviendo, sentir que cuentas con gente a tu lado ayuda a llevar las cosas de otra manera, a afrontar los problemas desde otra perspectiva. Al final, tener personas con las que compartir la vida es lo que nos ayuda a tirar para adelante”, comenta.
Y, claro, en un contexto pandémico donde la inestabilidad provoca que de un día para otro te confinen perimetralmente o adelanten el toque de queda, la tecnología es lo único que nos queda para mantener nuestras amistades y vínculos emocionales al día. Pero tener esta posibilidad a nuestro alcance tampoco es la panacea. Es más, hay quienes ya comienzan a estar saturados de tanta comunicación digital.
Según el estudio realizado por el Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra, el 70% de los encuestados reconoce haber aumentado «bastante o mucho» el uso de los dispositivos digitales. Hay que tener en cuenta que el teletrabajo y las nuevas herramientas que lo rodean (chats laborales, videoconferencias, listas de tareas, etcétera) obligan a estar más conectados y disponibles que nunca.
De hecho, los participantes de la misma investigación apuntan que, de las nueve horas diarias que se pasaban conectados, “algo más de cinco horas fueron dedicadas al trabajo o al estudio, y el resto, a otros usos como comunicarse o entretenerse”.
Así, mientras para Victoria Morfes el trabajo en remoto la hace sentirse más sola al haber perdido esos momentos distendidos con los compañeros, para Elena López la tecnología ha sido y es su única fuente de sociabilidad: “De la misma forma que me he alejado de mis amigos de la universidad, ahora estoy más unida a mi grupo del colegio. Conforme las restricciones han ido aumentando estos últimos meses, hemos empezado a hacer quedadas digitales casi diarias. Esos ratitos en los que jugamos al Pinturillo o al Among Us me salvan bastante”, describe.
“En un momento tan difícil para todos, los afectos, los vínculos, los cuidados y las relaciones se han vuelto especialmente importantes porque son de las cosas que más nos nutren y de las pocas que ahora nos quedan dentro de todas las limitaciones que tenemos. Pero, igualmente, en un momento tan duro y de tanta vulnerabilidad, no todo el mundo sabe o puede estar para los demás como otros necesitan, ya sea por la propia dificultad de gestionar esto a nivel emocional, como por causas logísticas de organización o tiempo”, explica Sara Villoria, psicóloga y creadora de Psicología Riot.
De forma similar y tras gestionar una ruptura de expectativas respecto a algunas de sus amistades, Laura Álvaro ha llegado a una conclusión parecida a la que relata Villoria: “Siempre he creído que soy de las que da más de lo que recibe, pero esta pandemia me ha hecho ver que no podemos valorar las relaciones en base a las expectativas que depositamos en ellas. Creo que ahora más que nunca tenemos que ser conscientes de que esa persona de la que estamos demandando algo es un ser humano distinto a ti que no tiene porque responder a tus expectativas porque tus expectativas son tuyas”, concluye.