Opinión

Flechazo y poliamor

Defiendo el poliamor olfativo y tengo una mesa llena de perfumes. No soy la misma que era hace un año, ni seré la misma el próximo año que ahora empieza: ¿por qué tengo que oler siempre igual?

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“Las canciones favoritas no se eligen”, escribe Alejandro Zambra en boca de Carla, la protagonista de su estupendo Poeta chileno, un libro sobre palabras y relaciones que sí se eligen. De la misma manera que no elegimos las canciones que nos marcan tampoco elegimos los aromas que nos atraviesan. La música y los perfumes riman. Soy poco enamoradiza, tampoco con las fragancias, pero cuando el amor llega, ay, qué descontrol, qué lío. Me ocurrió hace poco: fui a dar un abrazo a Natalia, una amiga y, de repente, olí algo y, pum, l’amour. Se me paralizaron los músculos y casi se me saltan las lágrimas. Llevaba Portrait of a Lady, de Frédéric Malle.

Aquello era demasiado: olía a antiguo y a moderno, era como una nube de belleza. No lo olvidé y como la intensa que soy, procedí a buscar información sobre eso que tanto me había trastornado. Resulta que Malle habló a Dominique Ropion de un enjuague bucal, Eau de Botot, que habían usado Luis XV y su padre. Él recordaba el aroma (que continúa vendiéndose) y quería que fuera el embrión de un perfume de hombre: Geranium pour Monsieur. Una vez creada esa fragancia, Malle supo que se podría convertir en un perfume de mujer y Ropion pensó que eso se lograría mediante una locura: añadiendo un equivalente a 400 rosas en cada botella. Había nacido Portrait of a Lady. Es un perfume tan disparatado que solo se puede hacer en el marco de las Editions de Parfums de Frederic Malle, una biblioteca olfativa sin límites de presupuesto ni test a consumidores que reúne algunas de las mejores fragancias del mercado.

Lo que yo olí aquel día fue algo sublime y que me resultó casi molesto. Kant escribió que lo sublime conmueve, lo bello encanta. Lo sublime puede provocar melancolía, una se enfrenta a ello con seriedad o algo así estudié en la facultad. Oler Portrait of a Lady fue un momento kantiano. Al propio Malle le debió pasar algo similar cuando lo probó por primera vez: afirmó que en 30 años de carrera no había olido nada igual.

Hacía tiempo que no tenía un flechazo olfativo de tal calibre. He recordado otro: el que tuvo lugar cuando olí la primera vez Cuir de Russie, parte de otra colección potente, la de Les Exclusifs de Chanel. Lo usaba un italiano de cuyo nombre me acuerdo, pero no puedo decir y nunca olvidaré ni su carisma ni el del aroma. Flechazo. Que te agite un perfume tan barroco tampoco se elige, igual que no se elige que te guste una copla tan barroca como Torre de arena ni que Marifé de Triana te acompañe toda la vida. Tan bonito como tener un flechazo olfativo es ser testigo de uno. Me ocurrió el otro día: vi cómo otra amiga, Paloma, probó un perfume que olía a sábanas limpias, abrió mucho los ojos y tardó dos segundos en comprarlo y salir de la tienda abrazada a él. Ella se disculpó: “No suele pasarme”. Sentimos la necesidad de hacerlo cuando algo nos saca de nosotros. Cómo somos. Defiendo el poliamor olfativo y tengo una mesa llena de perfumes. No soy la misma que era hace un año, ni seré la misma el próximo año que ahora empieza: ¿por qué tengo que oler siempre igual? Siempre pienso, como escribió Aute, “que no, que no, que el pensamiento no debe tomar asiento”. Las fragancias, tampoco. Por cierto, él es el autor de algunas de mis canciones favoritas. Felices flechazos.

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