Auge y caída de Elon Musk, de iconoclasta a odiado tirano a lo Trump
Su última rabieta en Twitter: llamar «pedófilo» al buzo que salvó a los niños tailandeses. Sus seguidores se autodenominan ‘MuskBros’ y forman parte de la peor subcultura machista y antisocial que envenena Internet.
Acababa de hacer una promesa de contrición hace apenas cuatro días en la revista Bloomberg. “He llegado a la conclusión errónea, y trataré de mejorar en esto, de pensar que sólo porque alguien está en Twitter y me ataca, todo vale. Ese es mi error. Y voy a corregirlo”, dijo. Pero bien poco le han durado las buenas intenciones a ...
Acababa de hacer una promesa de contrición hace apenas cuatro días en la revista Bloomberg. “He llegado a la conclusión errónea, y trataré de mejorar en esto, de pensar que sólo porque alguien está en Twitter y me ataca, todo vale. Ese es mi error. Y voy a corregirlo”, dijo. Pero bien poco le han durado las buenas intenciones a Elon Musk, que el domingo llamó “pedófilo” al buzo británico Vern Unsworth, uno de los rescatadores de los 13 niños tailandeses atrapados en una cueva. Unsworth había declarado a la CNN que el dueño de Tesla y SpaceX “podía meterse su submarino dónde más duele”. Unsworth dejó claro en varias entrevistas que el plan de Musk para sacar a los chavales con una nave sumergida era inviable por las características de las rocas y que se trataba de un montaje publicitario con menos interés real en sacar vivos a los chicos y más ganas de venderse globalmente como un superhéroe con los mejores gadgets. Fiel a su estilo, Musk le contestó llamándolo “pedo”, de pedófilo, y cuando otros usuarios de Twitter le señalaron que no tenía ninguna base para decirlo, dijo que se “apostaba un dólar” a que así era. Ahora el buzo estudia querellarse contra él.
El multimillonario, que en febrero puso en órbita el cohete más potente del mundo, continúa así con su verano de la rabia en Twitter. Desde mayo, lleva centenares de tweets (400 solo en ese mes) iracundos, dedicados a periodistas, sindicatos (por las condiciones de trabajo en su empresa, que a menudo se describen como crueles y draconianas), expertos en nanotecnología, inversores de Silicon Valley y en general a cualquiera que osa criticarle. Durante los días en los que se estudiaba cómo hacer el rescate en Tailandia, si alguien ponía en duda su estrategia del submarino, él no dudaba en llamarle “jackass” (gilipollas). En abril, cuando circularon cifras que aseguraban que Tesla estaba en bancarrota, Musk colgó tweets irónicos del tipo “Encuentran muerto a Elon Musk junto a un Tesla Modelo 3, rodeado de botellas de teslaquila y con marcas de lágrimas aun visibles en sus mejillas”. Lo acompañó de fotos en las que se hacía el muerto. Dado que justo esa semana se había conocido la primera muerte en uno de sus coches autopilotados, el chiste tuvo poca gracia.
Antes de atacar a buzos heroicos, Musk reservaba sus peores insultos a la prensa “tradicional”. Presume de no concederles entrevistas (aunque sí lo hace) y detesta cómo “presumen de publicar la verdad cuando en realidad sólo escriben la suficiente verdad como para azucarar sus mentiras”. Por todo eso, pretendía crear su propio medio de comunicación llamado Pravda, como el histórico órgano oficial de la URSS. Dado que el dominio está cogido, se conformó con PravDuh.
Al New York Times su comportamiento le recuerda a otro millonario de cierta prominencia: “Tiende a erupciones de Twitter desquiciadas. No soporta las críticas. Abomina de los medios por sus supuestas mentiras y amenaza con crear un aparato soviético para controlarlos. Consigue que la gente le de dinero prometiendo cosas que no puede cumplir. Es un multimillonario cuyo negocio flirtea con la bancarrota. Se ha vendido como un iconoclasta anti-establishment pero es poco más que un trilero aventajado. Sus legiones de fanáticos son, admitámoslo, un poco estúpidos”. En efecto, concluía el periodista Bret Stephens, Elon Musk es “el Donald Trump de Silicon Valley”.
Sus seguidores serán estúpidos, pero también poderosos y, cuando se juntan, peligrosos. Se llaman a si mismos MuskBros y concentran lo peor de la cultura “bro”, machista y antisocial que se cuece en los rincones más insalubres de internet. Una periodista que cubre temas tecnológicos, Erin Riba, escribió “lo que te pasa cuando criticas a Elon Musk” (y eres mujer). Ella se atrevió a hacerlo, sabiendo lo que se le venía encima, cuando el millonario atacó a una bióloga molecular diciendo que sus investigaciones eran “basura”. La periodista le etiquetó en un comentario bastante inocuo en el que señalaba que “el periodismo y la ciencia son indispensables para la democracia” y que “nuestro idilio con los millonarios debe terminar”. Y entonces llegó la respuesta: centenares de tweets y correos electrónicos de los MuskBros, muchos mencionando su “coño infollable” con el ocasional comentario antisemita (Riba es judía). Otra periodista tecnológica y geofísica de profesión, Mika McKinnon, que incluso se curtió en los días del Gamergate, le dijo a Riba que si hay alguien a quien evita etiquetar en sus informaciones es a Elon Musk, precisamente para ahorrarse esas reacciones y otras peores que ha experimentado, como amenazas de muerte y violación. Y lo mismo le pasó a Sharon Weinberger, de la revista Foreign Policy.
Musk, que presume de tuitear bajo los efectos combinados del vino tinto y el Ambien, nació en Suráfrica en 1971, de padre ingeniero y piloto y madre modelo (Maye Musk sigue muy en activo). Dicen que ganó sus primeros 500 dólares con 12 años, por un juego que diseñó y que vendió a la revista PC and Office Technology. Eso no le evitó sufrir bullying en el colegio. En 2000 se casó con su novia de la universidad, la escritora canadiense Justine Wilson, y ambos tuvieron seis hijos en ocho años, el mayor de los cuales falleció de muerte súbita con tan solo diez semanas. Después, se casó y se divorció dos veces de la misma mujer, la actriz británica Tallulah Riley. Más tarde salió un año con Amber Heard y ahora es pareja de la cantante Grimes. Los dos oficializaron su relación en la pasada gala del Met. Está claro que a Musk no le molesta en absoluto que le relacionen con el mundo del espectáculo: le gusta presumir de que asesoró a Robert Downey Jr. para moldear el personaje del millonario Tony Stark en Iron Man y hasta hizo un cameo en Iron Man 2. Al parecer, Downey Jr. buscaba un “Howard Hugues moderno”. Hugues, que en una ocasión compró el hotel de Las Vegas que pretendía echarle de su habitación, protagonizó todo tipo de escándalos (ver El aviador) pero que se sepa nunca llamó a un buzo “pedófilo” por meterse con uno de sus juguetes.