Arte y alta moda, una alianza imparable
Convertidos en aliados naturales, lujo y talento se retroalimentan: Louis Vuitton ya tiene su fundación y Pinault inaugura este año una residencia para creadores.
Sucedió un miércoles de diciembre a primera hora de la mañana. ¿Qué hacía François Pinault subido en un vagón de clase turista en dirección a la deprimida región francesa del Pas-de-Calais? El objetivo de tan improbable viaje era presentar ante la prensa su último proyecto de mecenazgo: la nueva residencia para artistas que el multimillonario fundador del grupo Kering –el conglomerado del lujo que concentra marcas como Yves Saint Laurent, Balenciaga o Alexander McQueen– piensa crear en la ciudad de Lens.
A finales de 2015, los estadounidenses Melissa Dubbin y Aaron Davidson se conve...
Sucedió un miércoles de diciembre a primera hora de la mañana. ¿Qué hacía François Pinault subido en un vagón de clase turista en dirección a la deprimida región francesa del Pas-de-Calais? El objetivo de tan improbable viaje era presentar ante la prensa su último proyecto de mecenazgo: la nueva residencia para artistas que el multimillonario fundador del grupo Kering –el conglomerado del lujo que concentra marcas como Yves Saint Laurent, Balenciaga o Alexander McQueen– piensa crear en la ciudad de Lens.
A finales de 2015, los estadounidenses Melissa Dubbin y Aaron Davidson se convertirán en los primeros inquilinos de un antiguo presbiterio situado a dos pasos de la sucursal que el Louvre abrió hace dos años en este paisaje minero. A partir de ahora, el lugar quedará consagrado a la creación contemporánea, gracias a la iniciativa de este empresario francés, con buen ojo para los negocios desde que vendió una pequeña empresa familiar que comerciaba con madera y terminó haciéndose con la mismísima Gucci. No queda claro, sin embargo, qué beneficio puede obtener este hombre, propietario de una fortuna valorada en más de 8.000 millones de euros, subvencionando a un par de semidesconocidos artistas. «No tengo ninguna intención oculta, si no es la de ofrecer a los creadores sin medios la oportunidad de desarrollar su obra», sostiene Pinault.
Una obra de Petrit Halilaj, parte de las actividades culturales de los grandes almacenes.
Aurelien Mole / Fondation d’Entreprise Galeries Lafayette
Se trata de la última iniciativa del magnate del lujo en los dominios, cada vez más concurridos, del mecenazgo. Además de ser propietario de la casa de subastas Christie’s, Pinault posee el Palazzo Grassi y la Punta della Dogana, los dos museos venecianos donde expone su impresionante colección de piezas contemporáneas, que ya suma cerca de 3.000 cuadros adquiridos a lo largo de 25 años, entre los que figuran nombres como Jeff Koons, Takashi Murakami, Damien Hirst o Marlene Dumas.
Su contrincante Bernard Arnault también ha movido ficha. El pasado mes de octubre, el propietario del conglomerado LVMH –que concentra insignias como Céline, Kenzo, Givenchy o Marc Jacobs–, inauguró su propio museo en París: la Fundación Louis Vuitton, en un espectacular edificio de Frank Gehry destinado a exponer parte de la colección que lleva el nombre de la marca, iniciada en 2001 y formada por obras de Giacometti, Maurizio Cattelan, Giuseppe Penone o Wolfgang Tillmans.
La fundación Hermès patrocina exposiciones en todo el mundo. La próxima (del 6 de febrero al 30 de abril) es Philaetchouri, de Ann Veronica Janssens y Michel François, en la galería La Verrière, de Bruselas.
Expo Pilaetchouri: Michel François / Fondation d’entreprise Hermès
Las fundaciones de Arnault y Pinault son la punta del iceberg de un fenómeno que lleva años sin dar muestras de retroceso. La veterana Cartier cuenta con una fundación para el arte contemporáneo desde 1984, con sede en el barrio parisino de Montparnasse. Hermès creó la suya en 2008, con espacios de exposición en Bruselas y Tokio, además de mantener abiertas tres residencias para creadores. Las Galerías Lafayette estrenaron el año pasado su propio patronato para las artes, que a partir de 2016 tendrá su sede en un nuevo edificio de Rem Koolhaas en París. Por su parte, Prada abrió en 2011 un espectacular espacio de exposiciones de piezas contemporáneas en un palacete veneciano, al que esta primavera se sumará una segunda sede en un antiguo complejo industrial al sur de Milán. Y la Fundación Fendi financia desde 2007 la restauración de patrimonio, la edición de libros, la celebración de festivales líricos y la concesión de becas para artistas.
¿Es esta contribución tan desinteresada como la pintan algunos, o se trata de una estrategia encubierta para desgravar impuestos, como les permite la legislación vigente en buena parte del planeta? «Si persiguieran solo esa optimización fiscal, existen maneras más eficaces de alcanzarla», sostiene el comisario Ashok Adicéam, quien trabajó para Pinault en el Palazzo Grassi y luego dirigió la fundación creada por el magnate del vino Bernard Magrez. «Los mecenas han estado históricamente vinculados al desarrollo del arte europeo, desde el Renacimiento hasta hoy. Hay que saludar el riesgo que representa la adquisición y el apoyo a una obra de arte». Y todavía más cuando, según Adicéam, el beneficio obtenido suele ser de orden «simbólico».
Capsule Ventilée, primer premio Émile Hermès 2014, de Johan Brunel y Samuel Misslen.
Marc Domage / Fondation d’entreprise Hermès
Mejor imagen. Si acordamos que esa plusvalía es etérea, ¿qué tendrá entonces el arte para resultar tan seductor para personajes obsesionados por la rentabilidad máxima? En el lado opuesto del espectro, Jean-Michel Tobelem, profesor en la Université Paris 1 Panthéon-Sorbonne y especialista en cuestiones de mecenazgo, responde que las marcas que invierten en este campo «sí esperan necesariamente un beneficio, aunque sea indirecto». «Persiguen una transferencia de valores asociados a este tema, al patrimonio y a la cultura, provechosos en un sector donde los productos suelen correr el riesgo de la banalización», afirma. Para Tobelem, las nuevas fundaciones reflejan la última mutación del capitalismo, que hoy parece «nutrido de referencias simbólicas y activos inmateriales». El filósofo y sociólogo Gilles Lipovetsky, gran teórico de nuestra relación con el lujo, diagnostica ese mismo fenómeno en su nuevo ensayo, La estetización del mundo (Anagrama). Expone el concepto de «capitalismo artístico», partidario de crear alianzas con las industrias creativas, ya que permiten disimular (aunque sea levemente) su objetivo último: vender más a cada vez más personas.
En los últimos años, la convergencia entre lujo, arte y arquitectura se ha acelerado. En 2007, todavía resultaba desconcertante descubrir colaboraciones como la de Damien Hirst con Levi’s y la Fundación Warhol para crear una minicolección de jeans a 4.000 dólares la pieza. Hoy, en cambio, casi no sorprende descubrir productos como el nuevo perfume Serpentine, que Tracey Emin acaba de crear junto a Comme des Garçons para la Serpentine Gallery de Londres. ¿Una fragancia con nombre de museo e ideada por una antigua enfant terrible del arte británico? Todo apunta a que no será lo más descabellado que nos depare el futuro. Tampoco parecían pintar nada, hasta hace media década, las insignias de moda que hoy invaden las ferias del sector. Marcas como COS, Gap, Gucci o Selfridges patrocinaron la última Frieze London, mientras que la reciente Art Basel Miami contó con eventos organizados por Jimmy Choo, Swarovski o Calvin Klein.
Fachada del Museo Louvre-Lens.
SANAA / K. Sejima & R. Nishizawa – IMREY CULBERT / Celia Imrey & Tim Culbert – MOSBACH PAYSAGISTE / Catherine Mosbach – Photo Hisao Suzuki
Mayor oferta artística. Ambos colocan la creatividad por encima de las demás cualidades y ambos están lejos de resultar mercados deficitarios: en 2013, el sector del arte generó 93.000 millones de euros, mientras que el del lujo superó los 235.000 millones en todo el mundo. Más que una cuestión de sensibilidad, se trataría de un matrimonio de conveniencia guiado por el poderío industrial. O puede que ni siquiera eso: según William Howard Adams, autor de On Luxury (Potomac), un ensayo sobre la evolución del concepto del lujo a través de las épocas históricas, los mecenas ya no invierten para reafirmar «su poder y su gloria», como sucedía en el Renacimiento. «El arte forma parte del mercado y constituye una mercancía como las demás. El empresario convertido repentinamente en patrocinador no persigue el placer estético, sino una inversión interesante a largo término, más duradera que la que suponen otros productos de lujo».
Una vez más, Adicéam discrepa. «A estos coleccionistas, el arte les aporta respuestas existenciales sobre sus destinos, sus aspiraciones y su responsabilidad social», afirma el comisario, para quien las nuevas fundaciones constituyen plataformas serias y comprometidas, que completarán gradualmente la programación de los centros públicos. Se entenderá así que su función es más espléndida y bienintencionada que guiada por el cinismo comercial. «Tradicionalmente, los mecenas han estimulado la creación a través de sus encargos, asegurando una mayor variedad de la oferta artística, en detrimento de un arte oficial creado por las estructuras estatales», concluye.