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Adiós, Bill Cunningham: la vida del antropólogo visual de la moda, en imágenes

El maestro y precursor de la fotografía callejera, Bill Cunningham, fallecía el sábado por la noche a los 87 años de edad. Repasamos sus grandes hitos...

"En esta época de réplicas y copias solo me interesa la gente con estilo, me da igual que sean o no celebrities". Esta fue la máxima que Bill Cunningham, padre de la fotografía de street style, siguió durante las más de cuatro décadas que inmortalizó la sociedad neoyorquina para The New York Times.
“Cualquier profesional podría decir que soy un fraude”. Solo capto lo que veo, fotografío la vida en movimiento, nada más”, contaba en el documental Bill Cunningham New York (Richard Press, 2010). Esa humildad le acompañó durante toda su trayectoria profesional y le convirtió en un personaje entrañable, querido y respetado en la industria.
'On the street' y 'Evening hours' eran sus dos secciones para The New York Times. La primera, un retrato del estilo de las calles cuajado de detalles que solo él era capaz de percibir y que tantos otros intentarían imitar depués. La segunda, un paseo por las fiestas y eventos de Manhattan, le convirtió en gran conocedor de la élite neoyorquina.
Su pasión por la moda empezó siendo un niño. "En la iglesia no podía apartar los ojos de los sombreros de las mujeres", cuenta en el documental. Tras abandonar sus estudios en Harvard y viajar a Nueva York para trabajar como publicista, comenzó a diseñar sombreros. En la imagen, dejándose llevar por la 'era del selfie' junto a Rihanna y Stella McCartney.
Pronto empezó a trabajar para Tribune y Women’s Wear Daily y, tras fotografiar por casualidad a Greta Garbo (él dice que no la reconoció), comenzó su andadura como fotógrafo del estilo callejero. Su cámara y su bicicleta (de segunda mano ya que le han robado más de 30) han sido sus únicas compañeras durante más de 40 años de trabajo.
Cunningham siempre ha mantenido un perfil discreto y austero. Vivía en un microscópico apartamento en el que apenas entraba su cama y su extenso archico fotográfico y siempre vestía igual. El fotógrafo compró su característica chaqueta azul en una ferretería francesa por 20 dólares. Se trata de una prenda utilizada por la clase obrera y tiene cuatro bolsillos delanteros para tener todo a mano.
Cunningham fue el primero en introducir al público americano nombres como Azzedine Alaïa y Jean-Paul Gaultier. Siempre estuvo más preocupado por relacionarse con la calle que con los popes de la industria. Sin embargo, nunca le faltó un hueco reservado en el front row de los mejores desfiles. En la imagen, junto a Karl Lagerfeld.
En 2008, el ministerio de cultura francés le concedió la Orden de las Artes y las Letras. El fotógrafo aprovechó su discurso de agradecimiento para recordar que lo suyo: "No es trabajo, es placer". Acto seguido se emocionó entre los aplausos del público. Al año siguiente fue nombrado 'hito viviente' de Nueva York.
Su ojo clínico le permitió anticipar tendencias antes de que se convirtieran en modas globales. Los personajes únicos y extravagantes como Patrick McDonald (el dandy de Nueva York), también fueron su especialidad. Fue el gran antropólogo de la moda contemporánea.
Cunningham era una biblioteca de moda andante. Sus conocimientos le permitían detectar plagios e imitaciones entre diseñadores a golpe de vista. Publicó las semejanzas entre una colección de Giorgio Armani en el 89 con las de Paul Poiret en los años 20 o el asombroso parecido entre un vestido de Geoffrey Beene (1976) e Isaac Mizrahi (1989).
"Bill lleva documentando mi estilo desde que yo tenía 20 años. En realidad, todos nos vestimos para que nos fotografíe y si te ignora es la muerte", bromeaba la mismísima Anna Wintour en el documental Bill Cunningham New York.
Este domingo, por primera vez en cuarenta años The New York Times publicaba su edición dominical sin ninguna fotografía suya. En la foto, durante la gala MET 2014.
En Manhattan, la intersección entre la 57 y la Quinta Avenida, donde el fotógrafo siempre esparaba paciente a encontrar un look especial, ya echa de menos su chaqueta azul, sus pantalones beige y su olfato único para captar el estilo con mayúsculas.

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