Susana Abaitua: “Me ha costado verme ‘sexy’. Es increíble hasta dónde nos tiene pilladas el machismo”
La actriz vasca interpreta en ‘Los Farad’ (Prime Video) a Sara Farad, la explosiva hija de uno de los traficantes más poderosos de la Costa del Sol. Hablamos con ella del gozo y el dolor de ser una mujer consciente de su poder sexual.
A Susana Abaitua (Vitoria, 33 años) le ha costado ponerse en la piel de Sara Farad, la hija de los traficantes de armas más poderosos de la Costa del Sol a la que interpreta en Los Farad (Prime Video). “Nunca había interpretado a una mujer tan consciente de su poder sexual y a la vez tan contenida”. A Abaitua le apasiona su oficio, que descubrió como tal cuando sus padres le dijeron que ser actriz era un trabajo como otro cualquiera. “Entonces yo quiero eso”, declaró. No fue algo que les resultase especialmente extraño en su casa. Su madre era propietaria y profesora en la misma escuela...
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A Susana Abaitua (Vitoria, 33 años) le ha costado ponerse en la piel de Sara Farad, la hija de los traficantes de armas más poderosos de la Costa del Sol a la que interpreta en Los Farad (Prime Video). “Nunca había interpretado a una mujer tan consciente de su poder sexual y a la vez tan contenida”. A Abaitua le apasiona su oficio, que descubrió como tal cuando sus padres le dijeron que ser actriz era un trabajo como otro cualquiera. “Entonces yo quiero eso”, declaró. No fue algo que les resultase especialmente extraño en su casa. Su madre era propietaria y profesora en la misma escuela de danza clásica donde la propia Susana se formó y dio clases y donde, un buen día, un profesor de interpretación, Iker Ortiz de Zárate, le dio el empujón para presentarse a un casting. Tenía 16 años y de pronto se vio actuando junto al único actor famoso que había en su ciudad. “Imagínate, con Unax Ugalde, del que había estado totalmente enamorada de niña. ¡El de Báilame el agua!”.
Pregunta. ¿Se desengañó cuando lo conoció?
Respuesta. [Risas] No lo diría así. Bajas a la tierra a las personas. Por ejemplo, acabo de trabajar con Hugo Silva, que es la mejor persona del mundo, pero ya no le ves como un mito sino como a un compañero de carne y hueso.
P. ¿Qué aprendió en la danza clásica que pudiera llevarse a su profesión actual?
R. Por un lado está la disciplina, el rigor. No es que yo haya bailado dos años y ya, es que llevo subida a un escenario desde los tres años y entrené de cuatro de la tarde a once de la noche toda mi infancia. Luego está el control físico: tengo una conciencia física de mi cuerpo y de lo que genero con él en el espacio que es casi un reflejo. Muchas scripts me lo comentan en los rodajes: es increíble cómo tienes ubicado todo lo que pasa a tu alrededor.
P. Supongo que ser tan consciente de todo tiene una parte negativa…
R. Sí, porque hay un momento en que no todo depende de ti, estás ahí con tus compañeros y tienes que dejarte llevar. A veces como espectadora, incluso en el teatro, mi sentido del oído me hace estar en tensión, pensando: se cae, la obra se cae. Me hace ser muy controladora.
P. ¿Se ha sentido cómoda haciendo de mujer sexy?
R. Ha sido complicado para mí porque no estoy acostumbrada a que mi imagen y mi cuerpo estén en el centro: he tenido que hacerme muchas fotos, muchas alfombras de promoción y de pronto me he dado cuenta de que me sentía culpable por compartir imágenes de mi personaje. Pensaba: “Cómo me voy a poner así de guapa”. Ha sido un trabajo conseguirlo. Es muy fuerte hasta dónde el machismo nos tiene pilladas.
P. ¿En qué momento tuvo su despertar feminista?
R. He pasado por diferentes fases. Todas hemos sufrido machismos y he tenido rodajes jodidos en los que me he callado mucho y ese silencio se me ha reprochado. Lo he pasado tan mal a veces por esas cosas como por callarme. Me he juzgado mucho a mí misma. Ahora estoy en una siguiente fase, de empatía extrema, en la que intento no juzgar a ninguna mujer bajo ninguna situación. ¡Ni siquiera a la mujer que juzga [risas]! Justo hoy mi terapeuta me hacía darme cuenta de que no ha sido lo mismo la promoción de esta serie para mí que para mis compañeros hombres: desde cómo te colocan en el photocall hasta todas las elecciones que tienes que hacer de estilo, vestuario… hay una presión muy diferente.
P. ¿Admira a Sara Farad?
R. Muchísimo. Es la primera vez que hago de una femme fatale, luchadora, empoderada. Y comparto una reflexión que me hicieron amigas de profesión: qué gusto que ahora nos hemos acostumbrado gracias al nuevo feminismo a la idea de que una mujer para ser respetable no tiene que masculinizarse, ni quitarse el maquillaje y los tacones. Da gusto ver a una tía que se maquilla, que es guapa, que sabe de su sexualidad y no la oculta. Me ha costado mucho ver que no pasa nada por decir: “Estoy buena”.
P. ¿Alguna vez ha rechazado un personaje por reparos morales?
R. Me preocupo de vigilar que los proyectos en los que me involucro hagan apología de algo en lo que no creo. Sara Farad, que se dedica a la venta y compra de armas, un negocio moralmente reprobable pero que existe y está ahí, me planteó dudas. Me daba miedo que pasara como pasó con Breaking Bad, cuyo creador siempre ha dicho que si hubiese sabido cómo se iba a idolatrar a ese villano héroe que es Walter White, quizá no lo hubiese creado. Pero bueno, al final dije: adelante todo.
P. ¿Qué soñaba poder comprarse cuando aún no era una actriz de éxito?
R. Pues yo hago surf desde niña y vuelvo todo el rato al País Vasco francés, sobre todo a Bidart. Necesito el mar, es mi casa. Mi sueño era comprarme una furgo, y lo acabo de hacer: la he camperizado en Windy Camper y le he puesto un espacio extra para la tabla. El otro sueño es una casa pero va a tener que esperar. No puede ser que en mi barrio obrero de Madrid, una casa con dos habitaciones y una terraza, no baje medio millón de euros. Es terrible. Eso hay que regularlo.