La espada del guerrero que destrozó el juguete
La Universidad de Boston resuelve el enigma de por qué en Menorca apenas se conocen vestigios árabes al desenterrar un poblado andalusí con los enseres y ajuares completos
Las fotografías del informe La reocupación andalusí del yacimiento de Torre d’en Galmés, firmado por especialistas de las universidades norteamericanas de Boston y SUNY Brockport (Nueva York), así como por el Institut Menorquí d’Estudis lo muestran como un pequeño camello rechoncho o quizás una minúscula oveja, algo “zoomorfo”, escriben los arqueólogos que no se atreven a determinar su especie. Era el juguete de arcilla de un niño musulmán que pasaba horas imaginando aventuras en la coc...
Las fotografías del informe La reocupación andalusí del yacimiento de Torre d’en Galmés, firmado por especialistas de las universidades norteamericanas de Boston y SUNY Brockport (Nueva York), así como por el Institut Menorquí d’Estudis lo muestran como un pequeño camello rechoncho o quizás una minúscula oveja, algo “zoomorfo”, escriben los arqueólogos que no se atreven a determinar su especie. Era el juguete de arcilla de un niño musulmán que pasaba horas imaginando aventuras en la cocina de su casa mientras sus padres cultivaban los terrenos cercanos. La figurita fue hallada junto a un remache del cinturón de un soldado de la Corona de Aragón, con el escudo tribarrado grabado. Ambas imágenes son el resultado de 10 años de investigaciones plasmadas en un estudio que profundiza en una gran incógnita de la arqueología española: ¿Por qué en Menorca no se conservan apenas restos arquitectónicos musulmanes a pesar de haber sido ocupada durante más de trescientos años?
Entre los años 902 y 903, las Baleares fueron conquistadas por el gobernador (valí) Isam al-Jawlani para el Emirato de Córdoba. “Desde el primer momento, comenzó un rápido asentamiento de población árabe y bereber, la mayoría procedente de la Península y el Norte de África”, que aportó su “tecnología, lengua, cultura y religión”. Se desconoce el destino de la población aborigen. En 1231, Menorca se convirtió en territorio vasallo del rey aragonés Jaime I; no obstante, durante 56 años mantuvo su autonomía e, incluso, floreció intelectualmente bajo el mandato del gobernador Said ibn Hakam, que atrajo hacia la isla a poetas, escritores y eruditos que huían de los territorios que iban reconquistando los reyes cristianos en la Península.
En enero de 1287, el rey Alfonso III decidió poner fin al vasallaje, desembarcó y, tras la rendición de Santa Águeda –la gran fortificación andalusí-, todo pasó a manos cristianas. Se abandonó la capital musulmana -Ciutadella de Menorca- así como las alquerías, granjas, cultivos… Casi toda la población fue hecha prisionera o vendida como esclava. “Se tardarían algunos años en repoblar la isla con cristianos, por lo que todo cayó en el olvido”, explica Amalia Pérez-Juez, codirectora del proyecto. “Y así solo quedaron como recuerdo, tras la conquista, las ruinas del castillo de Santa Águeda, la toponimia isleña y los cambios en el paisaje agrícola”, añade la experta.
No fue hasta el siglo XIX cuando los arqueólogos comenzaron a investigar la isla. Centraron su interés en los impresionantes restos arquitectónicos que se repartían por todas partes y que son conocidos como de cultura talayótica, unos asentamientos prehistóricos gigantescos que se mantuvieron hasta la conquista del territorio por los romanos en el 123 antes de Cristo. Estas ciclópeas construcciones, que siguen visibles en los campos de Menorca, han sido estudiadas desde entonces con profusión, están protegidas y muchas de ellas son visitables. En estos momentos, la cultura talayótica es candidata a la declaración de Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO.
Lo que la investigación de la Universidad de Boston constata ahora es que “la mayoría de los asentamientos prehistóricos, quizás todos, fueron ocupados en época andalusí, por lo que sufrieron cambios y remodelaciones”. Es decir, los musulmanes aprovecharon las estructuras de la Edad del Hierro para vivir, algo que no se había estudiado hasta el momento, entre otros motivos, por el impresionante estado de conservación de los restos prehistóricos. “Es el caso del asentamiento de Torre d’ en Galmés [municipio de Alaior], uno de los yacimientos más grandes de la isla y mejor conservado. Pudo llegar a ser el mayor centro urbano durante el primer milenio antes de nuestra Era con la construcción de edificios públicos, tres talayots [edificaciones ciclópeas] y un recinto de taula [una especie de santuario con un pilar central en forma de T]. “El sitio creció”, continúa el informe, “colina abajo con numerosas casas, zonas de almacenaje y cisternas. También tenía cuevas naturales y artificiales, un muro y múltiples espacios para la circulación y actividades colectivas”.
Durante el siglo XX “se estudió el yacimiento pero solo los momentos asociados a la Edad del Hierro y al periodo romano”. Pero el equipo de investigadores norteamericanos y españoles, con financiación de Boston University y el Consell Insular de Menorca, ha hallado ahora la “secuencia total del uso, abandono, reutilización de Torre d’en Galmés durante 2.000 años”, incluyendo el periodo andalusí. Y detallan: “El lugar fue probablemente abandonado al final de la época romana, y algunas estructuras se derrumbaron. Otras fueron reutilizadas por los musulmanes que aprovecharon sus piedras para levantar estructuras regulares de 4 x 3 metros. Estas fueron construidas fuera de los edificios talayóticos o sobre sus escombros tras los colapsos”.
Las construcciones disponían de grandes losas en su entrada, estaban cubiertas con tejas y enlucidas con cal. En Torre d’en Galmés ya se han excavado tres de ellas, aunque se han documentado otras seis completas.
“Una de estas construcciones desenterradas merece una mención especial: una cocina y una despensa conservada intacta de finales del siglo XIII”, señala el estudio. El techo se desplomó justo después de la conquista cristiana y “selló el último rastro de ocupación doméstica de una pequeña comunidad rural”. Todo quedó congelado en el tiempo. “Por debajo del nivel de las tejas, la estructura contenía recipientes intactos para cocinar y almacenar, platos para servir, cántaros para líquidos y otras cerámicas, una piedra de moler y el hogar.
“La familia que vivía en esta casa fabricaba, además, juguetes para sus hijos y eran personas piadosas que usaban talismanes hechos de plomo con inscripciones en árabe. Las otras dos estructuras excavadas eran muy parecidas, pero debieron usarse para dormir. La separación de las áreas de cocina, comedor y dormitorio refleja una separación de actividades y un uso claro del espacio para propósitos específicos”, aclara el estudio de las universidades.
Estas comunidades rurales producían casi todo lo que necesitaban, desde cal a ruedas de molino. Pastoreaban ovejas y cabras y cultivaban cereales y frutales. “El hecho de que gran parte del mobiliario de la cocina permaneciera in situ sugiere un rápido abandono por parte de los propietarios”. Una huida que, sin duda, está relacionada con una mañana de enero de 1287, cuando aparecieron los soldados de Alfonso III con sus espadas. No se puede saber exactamente qué ocurrió en el interior de la cocina, solo que sobre su suelo quedó el juguete roto de un niño, un amuleto con texto del Corán y una hebilla de cinturón con el escudo de la Corona de Aragón. El dominio musulmán de la isla había acabado de repente y empezaba el misterio de dónde vivían aquellas poblaciones andalusíes que poblaron la isla entre los siglos X y XIII. Hasta ahora.