Juan Manuel Santos: “El liderazgo de las mujeres es más honesto y empático”
El expresidente de Colombia y Nobel de la Paz, que acaba de publicar un libro con mensaje optimista, reflexiona sobre el futuro de su país, el perdón y el poder
Este viernes hace dos años que Juan Manuel Santos (Bogotá, 68 años) dejó la presidencia de Colombia, después firmar el acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC, que le valió el Nobel de la Paz en 2016. El exmandatario acaba de publicar Un mensaje optimista para un mundo en crisis (Planeta), un libro de conversaciones que evalúa 30 años de progreso en Colombia. La charla concluye apenas una hora a...
Este viernes hace dos años que Juan Manuel Santos (Bogotá, 68 años) dejó la presidencia de Colombia, después firmar el acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC, que le valió el Nobel de la Paz en 2016. El exmandatario acaba de publicar Un mensaje optimista para un mundo en crisis (Planeta), un libro de conversaciones que evalúa 30 años de progreso en Colombia. La charla concluye apenas una hora antes de que la Corte Suprema ordene la detención de su predecesor, y mayor azote durante su mandato, el expresidente Álvaro Uribe: “Como ser humano he aprendido a no desearle el mal a nadie. Espero que el expresidente Uribe pueda resolver su difícil situación. Como ciudadano y demócrata le exijo a la justicia plenas garantías y a los colombianos pleno respeto por la justicia”, es el tuit que escribió y al que se remite.
Pregunta. ¿Cómo fue dejar el palacio de Nariño?
Respuesta. Me preparé ocho años para ese día. Uno tiene que entender que el poder es pasajero, que hay que aprovechar al máximo mientras se tiene, pero que no se puede mantener ese cordón umbilical con el poder cuando se deja, porque si no, los mandatarios, en vez de ser jarrones chinos, como decía Felipe González, se conviertan en un factor negativo para el país y la democracia.
Lo que más extraño es la adrenalina. Cuando uno está en el sillón presidencial no hay minuto en que la adrenalina no esté. Ahora no tengo esa presión
P. Pero usted es muy activo, ¿sí se ha convertido en un jarrón chino?
R. Yo soy un jarrón chino y he estado haciendo un ejercicio de autodisciplina para serlo y no hacerle a mi sucesor lo que me hicieron a mí durante ocho años, una sucesión de ataques sin piedad. Sí estoy activo en otras actividades que me llaman la atención, pero sin molestar al Gobierno actual.
P. ¿Qué se echa más de menos?
R. Lo que más extraño es la adrenalina. Cuando uno está en el sillón presidencial no hay minuto en que la adrenalina no esté. Ahora no tengo esa presión.
P. Firmó el acuerdo de paz con las FARC, ganó el Nobel. Ahora acaba de publicar un libro de entrevistas, ¿tan mal están las cosas para que vuelva al periodismo?
R. No, no, nunca volví al periodismo, porque nunca se deja de ser periodista. Yo recuerdo con mucha nostalgia, ahora que está en problemas el rey emérito, el premio Rey de España de periodismo, que recibí en 1985. Pero no estoy regresando al periodismo, el libro surge de una conferencia que escuché a Steven Pinker sobre cómo el mundo había progresado como nunca antes y, sin embargo, el estado de ánimo era deplorable. Pensé que lo mismo está pasando en mi país. Reuní a una serie de expertos y escogimos las últimas tres décadas, porque hace 30 años estábamos a punto de ser declarados un Estado fallido y hoy, con cifras en la mano, hemos logrado salir de esa situación. Lo mismo que haremos con la pandemia, pero si hacemos cosas diferentes y corregimos problemas estructurales.
Nunca volví al periodismo, porque nunca se deja de ser periodista
P. Su mensaje suele ser siempre optimista. ¿Por qué Colombia, sin embargo, suele ser tan pesimista?
R. Porque la polarización política lleva a eso. Yo tuve una oposición que repetía que todo estaba muy mal, y a punta de repetir los mensajes negativos… Por fortuna eso se puede corregir. Los indicadores de progreso están obsoletos, no son los que miden el bienestar de la gente, el famoso producto interior bruto no mide la salud, ni la educación ni el medio ambiente. La economía no es para producir plata, es para generar bienestar. Tenemos que aprovechar esta pandemia para redefinir una nueva normalidad y una nueva forma de medir el progreso.
P. ¿Echa en falta liderazgos?
R. En este momento no hay líderes. El señor Trump se dedicó no solo a destruir su país, sino el orden mundial y no hay quien le haya hecho contrapeso. En esta pandemia ha surgido un nuevo tipo de liderazgo que espero que tome más fuerza, que es el liderazgo de las mujeres. Los países gobernados por mujeres han sido los que mejor han gestionado la pandemia. ¿Qué hacen que no están haciendo los hombres? Son dos tipos de liderazgo distinto, el liderazgo de las mujeres es mucho más honesto y empático.
La economía no es para producir plata, es para generar bienestar. Tenemos que aprovechar esta pandemia para redefinir una nueva normalidad y una nueva forma de medir el progreso
P. En el libro entrevista a Rodrigo Londoño, alias Timochenko cuando era jefe de las FARC. Usted lo quiso matar y él lo quiso matar a usted. ¿Cómo es su relación?
R. Yo lo conocí por primera vez en Cuba, en 2013-14. Raúl Castro nos dejó solos en un cuarto. Le pregunté cómo estaba y me dijo que tenía dengue. Le dije: “Vamos a comenzar a remar en la misma dirección, en el mismo bote y va a ver muchos enemigos que quieren hundir todo esto”. Ahí se creó una especie de química personal positiva. Desde entonces, mi respeto por él, que no era mucho, ha venido creciendo, y la forma en como él se ha comportado, las dificultades que ha tenido… me parece una persona que está dando ejemplo a muchos otros. No es que seamos amigos, pero es una relación amable, respetuosa y de mutua admiración.
P. ¿La paz era eso?
R. ¡Y qué bueno! A mí me dicen por qué no hago las paces con otra gente, como con Uribe, y yo estoy dispuesto, pero para bailar se necesitan dos.
P. ¿Qué parte de todo lo que le dijo le hizo sentirse responsable o, al menos, reflexionar?
R. La respuesta que me dio cuando le dije que de las cosas más dolorosas que recuerdo era dar el pésame a las viudas y a los hijos de los soldados que morían. Le pregunté si él sentía lo mismo con los muertos de la guerrilla y la respuesta me impactó: “Usted por lo menos podía consolarlos, yo no tenía esa posibilidad”. Es muy figurativo de cómo fue esa guerra y el sufrimiento que provocó.