Lluís Montoliu, científico del CSIC: “Los primeros que estaríamos encantados de dejar de usar animales somos los investigadores”
El experto del Centro Nacional de Biotecnología acaba de publicar ‘No todo vale’, un ensayo en el que aborda los dilemas éticos de la investigación
Imagine el lector de este artículo que es científico y está de turismo por el Amazonas. Un día tropieza con una nueva raza de hormigas rojas. Asombrado, las recoge para analizarlas en el laboratorio. Al examinarlas, observa que pueden eliminar las células tumorales. ¡Acaba usted de descubrir la cura contra el cáncer! Además, su sobrina padece leucemia, por lo que se le ocurre pincharle con el compuesto extraído para curarla, y lo consigue. ¿Qué hay de malo en esta historia? Todo. La ciencia tiene unas normas básicas que se deben cumplir y, aunque sea creativa, uno no puede sacar de un país extranjero recursos genéticos, empezar a investigar sin autorización y, mucho menos, administrarlo a humanos. Esto se explica en No todo vale (Next Door Publishers, 2024), el último libro del científico Lluís Montoliu, donde expone que tener la capacidad tecnológica y científica de hacer algo no significa que deba hacerse.
Desde su despacho, rodeado de libros y con una camisa hawaiana, Montoliu (Barcelona, 60 años) atiende a EL PAÍS por videollamada. El doctor en biología por la Universidad de Barcelona es también investigador en el CSIC y del Centro de Investigaciones Biomédicas en Red de Enfermedades Raras en el Centro Nacional de Biotecnología. Combina la investigación con la divulgación y un tema que le apasiona: la bioética, es decir, las normas morales aceptadas que deben aplicarse en ciencia. Como genetista y biotecnólogo ha aprendido a modificar plantas y ratones. Conoce mejor que nadie cuando un experimento con animales debe hacerse si no queda otra opción. Ha sido presidente del Comité de Ética del CSIC durante la pandemia por coronavirus y el panel de ética del Consejo Europeo de la Ciencia en Bruselas, al que sigue vinculado.
“Sé que por lo general la sociedad confía en los científicos, pero quiero argumentar esa confianza”, dice. Con su obra, busca acortar la separación que muchas veces existe entre la ciudadanía y la ciencia. Hacerla más comprensible. Explica conceptos como cuándo se debe investigar con animales o personas, pero también resalta la importancia de la justicia social o medioambiental. O por qué un experimento nunca debe hacerse si su aplicación es más peligrosa que sus posibles logros. Además, asegura que vulnerar la integridad científica en España sale demasiado barato y que debería haber más consecuencias.
Pregunta: El título del libro es una total declaración de intenciones. ¿Por qué no todo vale en la ciencia y existe la bioética?
Respuesta: Lo que la gente piensa que podemos hacer los investigadores, frente a lo que podemos hacer, es muy distinto. Creen que como la ciencia es creativa podemos hacer lo que queramos, pero estamos delimitados por unos códigos y legislaciones que no son opinables. Esto pasa con temas sensible como la investigación en animales y en humanos, que hay que seguir unas leyes muy concretas. La gente piensa que yo puedo ponerme a pinchar ratones cuando quiera. Tengo que argumentar por qué no puedo hacer el experimento sin ellos. Tengo que tomar un dossier para que los comités lo vean y en 3 o 4 meses podré hacer el experimento.
P: Entonces, ¿cuál es el mensaje del libro?
R: Pido a la sociedad que se fíe de nosotros. En los índices de credibilidad de los científicos, los más altos están los médicos, seguidos de profesores e investigadores. Quiero confirmar esa credibilidad, argumentando que lo que hacemos es en base a lo que la sociedad ha establecido en los parlamentos. Quiero alertar de cuándo alguien puede saltarse las normas y enseñar los mecanismos que existen [contra ello].
P: Como indica, existe una gran separación entre lo que se hace en los laboratorios y lo que la gente cree que se hace en ciencia. ¿Por qué existe esa desconexión?
R: Nuestra capacidad de sorpresa como sociedad está superada. Hemos contado cosas tan sorprendentes… Desde los embriones sintéticos o un macho que es capaz de generar óvulos, a un robot a Marte que está explorando el planeta. Cuesta hacer creer que la ciencia tiene límites. La sensación de estas noticias es que somos imbatibles. Pero no es así. Lo más importante de un experimento es la pregunta: ¿para qué quiere usted realizar ese experimento? Y si no existe una buena respuesta, no está justificado. Ni siquiera el tener los medios para poder hacerlos. Debe haber una justificación moral en la mejora de la vida de la sociedad y que los riesgos no empeoren la calidad de vida. Un ejemplo es el de clonar personas, no hay ningún argumento científico o médico que lo justifique.
P: Hay quien dice que los avances científicos muchas veces van más rápido que la ética y normas.
R: Por supuesto. Para poder aplicar la ética, tiene que estar normalizada, con sus parámetros aplicables. Cuando hay avances que van más allá de lo que controlamos, eso no está en el libro de instrucciones. ¿Cómo organizamos que las personas puedan recibir órganos de cerdos modificados genéticamente? Habrá que regularlo.
P: A partir de células de la piel de un ratón macho se pueden transformar en óvulos. Eso quizá podría servir a parejas homosexuales. ¿Sería lícito?
R: Esto es lo que hay que acordar. Tú obtienes esperma de ese mismo ratón y un óvulo a partir de su piel. Cualquiera de estos supuestos acaba en un embrión que hay que gestar en una hembra, pero tendrían por padre y por madre al mismo individuo, lo cual te hace explotar la cabeza. La gestación subrogada en España es ilegal, pero no impide que haya personas que busquen soluciones en otros países. Los niños que gestan nacen en otros países y legalizan su situación, pero habría que darle una vuelta.
P: ¿La bioética trata de apuntalar el principio de que no todo aquello que se puede investigar se debe investigar?
R: No todos los experimentos que se pueden hacer, se deben hacer. Por ejemplo, George Church habla de que va a desextinguir a los mamuts en Siberia. Pero, ¿para qué quiere hacerlo? Técnicamente es capaz. Él dice que es para combatir el cambio climático. Lo que quiere es tener, no uno, sino centenares o miles de mamuts que estén transitando por la tundra que allanen el terreno y que impidan que los gases de efecto invernadero se sigan desprendiendo y que se siga descongelando terreno que está congelado. A mí me parece esto que está lejos de la realidad.
P: Menciona bastante la covid-19 y el desarrollo de la vacuna en su libro. Por hacer memoria, ¿dónde se ha visto que se ha saltado la ética en el desarrollo de las vacunas?
R: En bioética hay cuatro principios básicos: no hacer daño, la eficiencia, que sea eficaz y que cuente con la autonomía de la persona afectada. La OMS lanzó la alternativa COVAX, que creo que es para aplaudir: que los países del primer mundo generen dosis de vacuna también para los países que no pueden financiarlas. A todos nos pareció bien y no acabó llevándose a cabo. No vale mandar dosis caducadas a África y que intenten aprovecharlas. A día de hoy seguimos arrastrando la pandemia, de una forma cronificada. ¿Por qué? Aquí todos tenemos varias dosis de la vacuna, pero las personas en países subdesarrollados que siguen sin vacunarse son un reservorio del virus para que mute. Si es una pandemia, o la controlamos en todo el mundo o seguirá llamándonos a la puerta.
P: En su libro habla de la justicia a la hora de realizar investigaciones, como el ejemplo de la sífilis en Estados Unidos inyectada a campesinos afroamericanos que luego no tuvieron acceso al tratamiento. ¿Cómo de perjudicados se han visto las personas de clases sociales más pobres por investigaciones científicas?
R: Hay un principio básico en las investigaciones y es que si yo desarrollo una terapia, esta tiene que ser válida para todo el mundo. No solo para quien se lo pueda pagar. Si el desarrollo de la terapia es peligroso, no puede ser que el riesgo lo asuman solo una parte de la población más vulnerable. Tienen que asumirlo todos los grupos de la población y ser válido tanto para unos como para otros.
P: ¿Hay sesgos racistas en la investigación?
Hay que evitar que las vidas de las personas más vulnerables valgan menos por el hecho de serlo.
P: Se critica mucho la investigación en animales desde los colectivos animalistas. La bioética habla de las ‘3R’ para poder investigar: reemplazo, reducción y refinamiento. ¿Por qué tanta polémica?
R: El otro día, en la Feria del Libro, aparecieron unas personas con unas pancartas que se posicionaron enfrente mía. Eran de un colectivo animalista, estaban mostrando las pancartas con imágenes de maltrato animal y utilizaban el nombre de mi libro. Yo les decía que estamos de acuerdo. Que si leen el libro se darán cuenta de que es un lujo que tenemos los investigadores y que tiene que estar estrictamente regulada y que solamente va a ocurrir en aquellos casos en los cuales no pueda acudir a cualquier otro método.
Creo que hemos fallado a la hora de transmitir estos conceptos. Ha calado una idea de que al trabajar con animales podemos hacer lo que queramos con ellos. No hay nada más regulado que el intentar investigar con animales. Hay que tener una licencia y formación para ello, que tienen que renovarse. Los primeros que estaríamos encantados de dejar de investigar con animales somos los investigadores. Sería la persona más feliz del mundo si las investigaciones de pérdida de visión asociadas a las enfermedades raras las pudiese hacer con células de cultivo o chips. Aún no se puede, pero en cuanto se pueda seré el primero en dejar de utilizar animales. Es importante trasladar a las personas que igual que la investigación con la participación de seres humanos se pone hincapié en proteger a las personas, aquí también se pone hincapié en proteger a los animales. La legislación no protege al experimento o al investigador.
P: ¿Puede haber cierto buenismo con los animales?
R: Racionalmente, uno no puede estar en contra de la investigación animal y si luego tiene un problema médico acudir al hospital a que pongan la última medicación. El medicamento que solicita para curarse ha sido validado con animales. Cierto buenismo es normal. ¿Quién quiere hacerle daño a un animal? Yo suelo argumentar que si queremos ir al dentista y nos quiten una muela con anestesia, esta está probada en animales. Si estamos en contra de investigar con ellos, que nos quiten las muelas sin anestesia.
Eso sí, yo estoy totalmente en contra de usar a los animales para espectáculos y entretenimiento como la tauromaquia. No son equiparables a los animales que yo uso para entender y desarrollar terapias para enfermedades. Es un error meterlo todo en el mismo sitio. Y, ¡ojo! quien maltrata a animales mientras investiga tiene que caer todo el peso de la ley sobre él. Tiene que haber un acuerdo de transparencia para mostrar a la sociedad lo que hacemos. Yo no tengo ningún problema y ya lo he hecho con varios medios y estoy encantado de mostrarlo. Si lo escondes, la imaginación es muy libre.
P: Ese miedo sobre lo que hacen los científicos pasa con la Inteligencia Artificial y que se piensa que los robots van a dominarnos. ¿Cuánto hay de cierto?
R: Terminator ha hecho mucho daño en la sociedad [se ríe]. No estamos en ese punto de que la tecnología controle a los humanos y espero que tampoco lleguemos. La inteligencia artificial, tiene una gran capacidad de encontrar patrones, tú le das muchos datos aparentemente inconexos y la IAl los estructura de una manera lógica tal y como lo has programado. Entiendo que sea más apetitoso comentar las supuestas maldades asociadas a la inteligencia artificial. Me gustaría que se subrayaran los beneficios reales. Si la IA la podemos utilizar para mejorar el diagnóstico de enfermedades, utilícese. Hay que tener en cuenta que puede fallar y que genere datos fraudulentos. Tiene que legislarse, pero como herramienta no hay que demonizarla
P: Hablando de la praxis, en el mundo de la ciencia hay mala praxis, acosos laborales, endogamia… ¿Debería mejorarse?
R: Una cosa es la ética de la investigación y otra la integridad científica. Ahí no regulas el experimento, sino los comportamientos de las personas que realizan ciencia. De esto no va mi libro, hay otros. La integridad científica se regula con los códigos de buenas prácticas, los códigos deontológicos.
P: Me refiero más al problema de la endogamia en la universidad o de prácticas injustas que se dan en organismos públicos que están siendo revocadas por la ley.
R: Absolutamente. Esto es algo que tenemos que atender. Hay unas normas también a la hora de publicar y referenciar. En integridad científica, Estados Unidos nos lleva años con una Oficina de Integridad Científica desde hace 30 años. Esta oficina es capaz de imponer sanciones y enviar investigadores a la cárcel. Las consecuencias en Españas deberían ser más graves en todos los tipos de malas praxis y debería haber más mecanismos para investigarlas.
P: Por último, como investigador, durante su carrera, ¿cuál ha sido el dilema ético más grande al que se ha tenido que enfrentar?
R: A partir del 2005 empecé a trabajar con seres humanos para la enfermedad rara que investigaba sobre albinismo. Me escribió un padre de un niño con esa enfermedad por si podía ir a Alicante a explicar lo que sabía. Colaboré con ellos y empezamos a hacer diagnóstico genético. Ahí empezaron a surgir dilemas nunca vistos. Por ejemplo, nosotros tenemos el permiso del Comité de Ética del CSIC para realizar estas investigaciones y determinar el tipo de albinismo que tienen, pero no tengo el permiso de investigar otras alteraciones.
Ellos me decían: “Doctor, ya le he dado mi ADN. ¿Por qué no echa una miradita a ver si tengo la capacidad de desarrollar cáncer de colon o alguna enfermedad neurodegenerativa?”. Ahí el dilema es que, pudiendo hacer ese experimento, no debo hacerlo bajo ningún concepto. El consentimiento informado que tengo de esa persona solo me permite investigar los genes que causan el albinismo. Para hacer lo que me pedían, debería pedir más permisos. Como padres, puedo entender que quieran saberlo, pero esos niños tienen un derecho a no saber que no debe ser vulnerado.