Unas encuestas ‘normales’

Los sondeos fueron precisos y está bien reivindicarlos, pero también advertir de que los errores volverán: la incertidumbre de unas elecciones podemos ignorarla, pero nunca evaporarla

En vídeo, el análisis de Kiko Llaneras.Vídeo: epv

Acudimos a las encuestas exigiéndoles certezas que nos reconforten, aunque sabemos que esas certezas no existen. Cuando luego cometen errores que eran previsibles, las maldecimos.

Esa incongruencia está en nuestra naturaleza. Primero, porque las personas odiamos la incertidumbre. Usamos estereotipos, encontramos relaciones donde solo hay azar y sacamos conclusiones demasiado rápido. ¿Quién no ha acusado a todo un país de antipáticos después de pasar un fin de semana en París, Atenas o Dublín?

Ocurre también que todo nos parece previsible a toro pasado. Nuestros cerebros sufren un...

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Acudimos a las encuestas exigiéndoles certezas que nos reconforten, aunque sabemos que esas certezas no existen. Cuando luego cometen errores que eran previsibles, las maldecimos.

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Esa incongruencia está en nuestra naturaleza. Primero, porque las personas odiamos la incertidumbre. Usamos estereotipos, encontramos relaciones donde solo hay azar y sacamos conclusiones demasiado rápido. ¿Quién no ha acusado a todo un país de antipáticos después de pasar un fin de semana en París, Atenas o Dublín?

Ocurre también que todo nos parece previsible a toro pasado. Nuestros cerebros sufren un sesgo retrospectivo que hace que, después de que ocurra algo, tendamos a pensar que ya lo sabíamos. Eso explica porque tanta gente sabía que Donald Trump iba a ser presidente de EE UU: en realidad no lo sabían. Como dejó escrito Amos Tversky: “La gente predice muy poco y lo explica todo. Todo lo que ya ha ocurrido debía ser inevitable”.

Estas tres cosas ayudan a explicar nuestra relación con las encuestas: las buscamos porque queremos certezas, ignoramos su incertidumbre aunque se nos avise, y despreciamos sus aciertos porque después de producirse nos parecen obviedades.

Esto último es lo más llamativo. Los sondeos antes de estas elecciones nos habían avisado de varias cosas, como de que el PSOE sería la fuerza más votada, que el Partido Popular podía partirse por la mitad o que un partido de derecha radical accedería al Parlamento. Todo eso nos parece ahora evidente, casi obvio, pero si no fuese por las encuestas, ¿cómo íbamos a saberlo?

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Han sido unas elecciones sin grandes sorpresas para los encuestadores, pero no libres de ellas. La mayor ha sido la caída del PP, que se deja tres puntos respecto del promedio de sondeos de EL PAÍS. Se cumple así una regularidad que usé estos días para ser cauto: los sondeos casi siempre se desvían al menos en tres puntos con algún partido.

¿Qué tal lo han hecho los sondeos? Arranqué este párrafo a media tarde, cuando todavía no teníamos resultados y podían pasar tres cosas: que las encuestas acertasen, que estuviesen normal o que se estrellasen. Al final han sido precisas, pero me había prometido escribir más o menos las mismas dos cosas en cualquier caso.

Lo primero, decir que las encuestas son un instrumento útil, porque anticipan cosas que de otra forma no sabríamos y permiten que los ciudadanos, todos, voten mejor informados.

Y lo segundo, recordar que son un instrumento aproximado. Las encuestas se plantean una misión considerable: predecir el voto de millones de personas antes incluso de que lo tengan decidido. Por eso sabemos que los errores volverán. Las encuestas cometen errores de tres puntos de forma rutinaria, y de vez en cuando se equivocarán aún más. El reto está en explicarlas bien, sin grandes aspavientos, para comunicarles a los lectores la incertidumbre que rodea unas elecciones. Porque esa incertidumbre podemos ignorarla, pero nunca evaporarla.

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