Opinión

‘What a wonderful world’

El Congreso celebró la primera 'putivuelta' de su historia, un intento desesperado por formar una mayoría que no tuvo éxito

El Congreso durante la segunda votación de investidura. Tarek (EFE)

Cuando una discoteca enciende las luces y suena el What a wonderful world o lo que sea, es que está cerrando. Hay unos minutos para que se evacúe y la mayoría apura la última copa. Es el momento en que muchos jóvenes se disponen a hacer un paseíllo medio torero, medio humillante, en el que se embarcan chicos y chicas (milagrosamente sin cruzarse) con el objetivo de acabar la noche acompañados.

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Cuando una discoteca enciende las luces y suena el What a wonderful world o lo que sea, es que está cerrando. Hay unos minutos para que se evacúe y la mayoría apura la última copa. Es el momento en que muchos jóvenes se disponen a hacer un paseíllo medio torero, medio humillante, en el que se embarcan chicos y chicas (milagrosamente sin cruzarse) con el objetivo de acabar la noche acompañados.

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El Congreso celebró este viernes la primera putivuelta de su historia, un intento desesperado por formar una mayoría que no tuvo éxito. Fue por tanto una votación canónica, pues el 99% acaba en fracaso y el 1% en expulsión violenta. Sin embargo, como se trataba de un día especial, el hemiciclo se adaptó a las circunstancias como si fuese un festival de fin de curso. Tal fue así que una fiesta en el karaoke Brindis hubiera parecido el Baile de la Rosa comparada con la del Parlamento.

Encender la televisión y ver en la tribuna de oradores a un diputado como Gabriel Rufián hablando como Marilyn Monroe produce casi el mismo impacto que descubrir, al encenderse las luces de la discoteca, a Gabriel Rufián encima de un bafle bailando como Marilyn Monroe. De hecho, se llevó al bafle al Congreso.

No faltó ni siquiera Iglesias como amigo que ofrece el cuarto a la pareja (“pero a las once fuera que tengo que seguir pactando”), el mismo que esta semana trató de escandalizar besándose con un colega en medio de la pista; al ver que eso en la discoteca ya no transgrede nada, no digamos a esas horas, recuerda a los dos días lo loco que fueron los setenta, la jo qué noche con Xavi, el momento histórico que supuso y lo volados que se quedaron todos, cuando en realidad las miradas decían que después de inaugurar la democracia se había puesto a inaugurar la homosexualidad. Cualquier día La Gente le echa ginebra a la tónica y lo bautiza gin tonic. Será entonces cuando Pedro Sánchez le ponga tomillo a la copa y pida “ser malos”.

Rajoy, en su noche después de la selectividad, dijo que aquello era corrupción; la típica rabieta de cuando no te ponen la copa porque se la han puesto antes a otro. Fue una sesión tomada tan a la ligera como un amistoso. Un ridículo asumible si alguien tuviese la sangre fría de desalojar del hemiciclo a la prensa extranjera al grito de “cosas nuestras”. Lo escribió Larkin con cuarenta y pico años: “Las relaciones sexuales comenzaron / en mil novecientos sesenta y tres (un poco tarde para mí)”.

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