Columna

¿Podrá Podemos?

Tanto el Gobierno como el Govern han perdido la poca autoridad moral que les restaba

Con la traca final del 9-N concluye por fin el castillo de fuegos artificiales detonado por el secesionismo catalán. Demasiado ruido para tan pocas nueces. Y dado que sólo se trataba de un proceso de consulta-ficción, al final ambas partes salvan la cara presumiendo ante los suyos de haber vencido al adversario: los unos al Gobierno y los otros al Govern. Pero los dos han perdido la poca autoridad moral que les restaba. Decía Bourdieu parafraseando a Weber que el poder público se ejerce mediante el monopolio de la verdad legítima. Pues bien, al desautorizarse mutuamente, tanto el Govern como e...

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Con la traca final del 9-N concluye por fin el castillo de fuegos artificiales detonado por el secesionismo catalán. Demasiado ruido para tan pocas nueces. Y dado que sólo se trataba de un proceso de consulta-ficción, al final ambas partes salvan la cara presumiendo ante los suyos de haber vencido al adversario: los unos al Gobierno y los otros al Govern. Pero los dos han perdido la poca autoridad moral que les restaba. Decía Bourdieu parafraseando a Weber que el poder público se ejerce mediante el monopolio de la verdad legítima. Pues bien, al desautorizarse mutuamente, tanto el Govern como el Gobierno han perdido ese poder simbólico. Y la consecuencia es que ambos han quedado desacreditados y deslegitimados. Tras instrumentalizar las instituciones públicas en su beneficio, ya nadie puede creerles ni confiar en ellos.

Y esto contribuye a explicar mejor, junto con la corrupción, el irresistible ascenso de Podemos, que pasa a acumular como capital propio toda la confianza y la credibilidad que están perdiendo de forma incontenible los demás actores políticos, y en particular el Gobierno del PP. Hasta ahora los ciudadanos mirábamos a Podemos con evidente simpatía al verlos como un grupo de jóvenes profesores que asumía la defensa de los intereses populares injustamente agredidos por la coalición dominante. Y no nos importaba que su programa fuera tan increíble como idealista porque todavía nos parecían un puñado de aficionados incapaces de acceder al poder.

Pero eso se ha acabado. Tras las dos encuestas del CIS y EL PAÍS, ha llegado la hora de tomarse en serio a Podemos. Pero no por la seriedad de su propuesta, que sigue pareciendo inconsistente, sino porque ya no podemos tomarnos en serio al Gobierno, al Govern ni a los demás partidos, tras constatar con desaliento y consternación que son absolutamente indignos de nuestra confianza. Frente a la patente indecencia de la clase política española, hasta la gente de Iglesias y Monedero empieza a merecernos mayor credibilidad.

Por eso puede haber llegado la hora de confiar en Podemos para hacer de necesidad virtud, pues sólo ellos parecen capaces de castigar como se merece a nuestra clase dirigente. La necesidad de castigarles resulta evidente, pues a juzgar por sus hechos y sus promesas siempre incumplidas, ya no podemos confiar en que se regeneren a sí mismos. Por lo tanto, quizá convenga designar a Podemos para que les obliguen a cambiar y reformarse, pues a lo que parece sólo ellos podrán hacerlo. Pero si bien parece necesario delegar en Podemos la tarea de forzar a la casta a regenerarse, lo que ya no está tan claro es que semejante misión redunde en mayor virtud pública.

Si algún día llegase a gobernar, es de temer que Podemos cayera en dos vicios igualmente perniciosos. De un lado su afinidad electiva con las técnicas de la democracia plebiscitaria, acentuando así una tendencia que ya pervierte al régimen casi presidencialista actual. Y del otro su propensión a caer en la práctica del iliberalismo, rebajando el imperio de la ley para someterlo al dictado de la mayoría popular. Un viaje que no precisa de alforjas para emprenderlo, pues el remedio podría ser tan malo como la enfermedad a curar.

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