“Los escombros son parte de la patria a la que no renunciaremos”: regreso a ninguna parte en Gaza
A los gazatíes les cuesta identificar sus casas entre las montañas de ruinas en las que se han convertido sus barrios. Enfrentarse a la destrucción de su vida anterior es su nueva realidad
Mohammed Dwahreh tardó dos horas en reconocer su casa. Finalmente, entre las montañas de ruinas, vio unas puertas que tenían el mismo color y forma que las de su hogar y también identificó los restos de algunos muebles. Había llegado a su antiguo barrio, en el norte de Jan Yunis en un carro tirado por burros, sin esperar a que el ejército israelí permitiese oficialmente que los residentes desplazados regresaran a ciertas áreas de Gaza tras el pacto de alto el fuego del pasado jueves.
Lo que apareció ante él en esta zona del sur de la Franja le dejó sin palabras. El paisaje no tenía nada que ver con sus recuerdos, las carreteras se mezclaban con los campos, reventados por las bombas, y los escombros eran tan altos que hubo un momento en que los animales ya no podían seguir, obligando a este gazatí de 48 años terminó su periplo a pie.
“Dios nos basta, Dios nos basta”, se repetía a sí mismo. “Nos destruyeron, destruyeron nuestra patria, nuestras vidas, nuestros hogares, nuestro pasado y nuestro futuro”, solloza Dwahreh, padre de siete hijos, frente a las ruinas de su casa.
Poco queda del edificio de cuatro pisos en el que vivía con sus padres y hermanos. Tampoco hay nada de los invernaderos que logró construir durante la anterior tregua, entre enero y marzo pasados. La familia permaneció en el lugar hasta mediados de mayo, cuando las fuerzas israelíes ordenaron a los residentes de la zona que evacuaran.
Destruyeron nuestra patria, nuestras vidas, nuestros hogares, nuestro pasado y nuestro futuro"Mohammed Dwahreh, vecino de Jan Yunis
“Para nosotros, estos escombros son parte de la patria a la que no renunciaremos; volveremos a vivir aquí para reafirmar nuestro derecho a estar aquí”, asegura Dwahreh.
Raji, el hijo mayor, de 19 años, intenta mantener el equilibrio entre los restos del edificio, espantado ante la magnitud de la destrucción. “El trabajo de nuestras vidas convertido en escombros, nuestros barrios convertidos en cenizas. Pero con la gracia de Dios nos volveremos a poner en pie”, piensa en voz alta su padre.
Un vecino se acerca pidiéndoles un poco de agua. Antes de que Dwahreh se la ofrezca, el hombre se desploma. Varias personas acuden para asistirlo y reconfortarlo. El hombre solloza mientras sujeta con fuerza algunos objetos que ha recuperado de entre las ruinas y se marcha finalmente solo y en silencio minutos después.
La urgencia de volver
Apenas había amanecido cuando Midhat Wafi, de 38 años, llegó a su antiguo barrio, en el área de Katiba (Jan Yunis, sur de la Franja), para ver qué quedaba del edificio de su familia. El carpintero se sentó con sus hermanos en las ruinas del bloque de cuatro pisos. Cada uno de ellos tenía 300 metros cuadrados, divididos en dos apartamentos. Sus padres, sus hermanos y sus familias habían vivido allí.
La conmoción marca su rostro y solo articula palabras inconexas para expresar su rabia, pena y frustración. Este padre de familia sentía la urgencia de escapar cuanto antes de la tienda de campaña en la que se refugia con su esposa y cuatro hijos, de entre cuatro y 12 años, desde que las bombas israelíes bombardearan su taller de carpintero, hace cuatro meses. Confiaba en salir de “ese infierno”, como él mismo dice, y regresar a casa. Pero su esperanza se esfumó al encontrar el edificio convertido prácticamente en una montaña de ruinas inhabitables.
Esto da miedo, la destrucción es aterradora, pero esta es nuestra realidad y no podemos escapar de ella"Midhat Wafi, de 38 años
Aun así, Wafi insiste en que abandonará definitivamente Al Mawasi y empezará a vivir en el patio de una escuela destruida, situado justo en frente de su antigua casa. Es el lugar más cercano a su antiguo hogar, donde puede instalar una tienda de campaña.
Los desplazamientos son solo internos. No hay pasos fronterizos operativos que permitan a los palestinos marcharse de Gaza. Hasta ahora, Rafah, el único punto de salida para que los gazatíes abandonen la Franja a través de Egipto, permanece cerrado desde hace más de un año.
“No hay opción: hay que volver a la vida, aunque sea sobre escombros y edificios derruidos”, garantiza este hombre. “Esto da miedo, la destrucción es aterradora, pero esta es nuestra realidad y no podemos escapar de ella”.
Mientras habla, consuela a su hijo mayor, Jasser, de 12 años, que vino con él y buscó en vano entre los escombros cuadernos y ropa, pero no halló nada porque no pudo acceder hasta el que fue su apartamento, sepultado bajo las ruinas de pisos superiores. Wafi promete a su hijo que van a regresar y vivir ahí, o al menos muy cerca, en los días venideros.
“Queremos volver a la vida donde crecimos, nos casamos y criamos a nuestros hijos”, dice, mientras sacude la cabeza, como intentando espantar el dolor. “Todo esto es de una crueldad indescriptible. Ves tu hogar destruido, pero incluso así te sientas entre los escombros y recuerdas los momentos vividos entre esas paredes. Las ruinas nos dan una sensación de calidez porque traen de vuelta nuestra vida anterior, pese a lo duro que es el presente”, afirma. Su desafío será ahora reconstruir una vida digna de ese nombre sobre las ruinas. Empezando por encontrar agua y materiales para acondicionar un refugio.
El ejército israelí se ha retirado parcialmente de algunas zonas de la Franja, pero mantiene el control y la presencia en gran parte del territorio. Un portavoz militar comunicó el viernes a los habitantes de Gaza que “permitirá la circulación de sur a norte” a través de las dos rutas que atraviesan la Franja, Rashid y Salahedinn. Pero subrayó que acercarse a algunas zonas en el norte y otras donde sigue habiendo soldados israelíes es “extremadamente peligroso”.
También avisa que los habitantes no deben acercarse a la zona del paso fronterizo de Rafah, limítrofe con Egipto, ni al área limítrofe con el Israel. Por último, también avisa a los gazatíes que no deben entrar al mar para pescar o bañarse en los próximos días.
Poner fin al desplazamiento
El viernes, muchas familias no pudieron intentar volver a sus casas —o a lo que queda de ellas— por las restricciones del ejército. Es una espera indefinida y angustiosa. Yasser Shaath, de 50 años, es uno de ellos. Este hombre soñaba con regresar el viernes a Rafah y no puede ocultar su tristeza y su rabia, sentado junto al horno de barro con el que se gana la vida cociendo pan, en Al Mawasi. Este gazatí se ha desplazado 12 veces en los últimos dos años y solo piensa en volver a los escombros de su hogar, aunque ya sabe que está destruido.
“Éramos optimistas y pensábamos que cuando se llegara a un acuerdo de tregua podríamos poner fin a este terrible desplazamiento. Pero parece que aún no ha llegado ese momento”, dice este padre de ocho hijos, de entre 23 y cuatro años. “Esperaremos, pero hasta que no volvamos no tendremos tranquilidad ni sentiremos alivio. Tememos que Israel quiera seguir manteniendo el control de Rafah y no se retire”, afirma, apelando a la ONU a que intervenga, porque su desplazamiento vulnera “todas las normas y leyes internacionales”.
Más de 67.000 palestinos han muerto violentamente desde octubre de 2023 en Gaza, según las cifras del Ministerio de Salud de la Franja, las que la ONU toma como referencia. Los números reales de víctimas, en cambio, podrían ser muy superiores porque hay cadáveres bajo los escombros, gazatíes desaparecidos y centenares de enfermos crónicos que fallecieron por falta de cuidados. Según la ONU, más del 90% de las viviendas de Gaza han sido total o parcialmente destruidas.
Ahmed Kamil, de 43 años, y su familia, recogieron sus escasas pertenencias, desmontaron la tienda de campaña en Al Mawasi y esperaron a que un camión los llevara de vuelta a Ciudad de Gaza. Su hijo mayor, Diab, de 18 años, ya había ido más temprano para preparar un lugar donde instalarse cerca de su hogar destruido.
La familia ha estado fuera de la localidad dos semanas, pero han sido muy duras. Su tienda estaba en un lugar expuesto al viento, porque no encontraron otro lugar disponible para instalarla, en una zona que ya estaba abarrotada de desplazados. Los niños enfermaron y están exhaustos.
“No podemos vivir en nuestra casa, pero espero que con algunas lonas podamos crear al menos un espacio habitable. Por muy malo que sea, será mejor que la tienda de campaña, donde no hay ninguna privacidad ni dignidad”, explica Kamil. Y añade: “Lo más importante es que nuestro regreso significa que la guerra se ha detenido”.
Como ellos, miles de desplazados comenzaron su regreso hacia Ciudad de Gaza desde el viernes. El norte de este territorio palestino de 365 kilómetros cuadrados, las localidades de Beit Hanun, Beit Lahia o Yabalia y barrios enteros de Ciudad de Gaza están totalmente destruidos. Volver exige que se limpien mínimamente las calles, se abra uncamino entre los escombros y se tenga un lugar medianamente limpio y adecuado para instalar una tienda de campaña. Por eso, muchas familias prefieren esperar. Además, temen que los bombardeos se reanuden y tengan de desplazarse nuevamente.