La crisis de las metanfetaminas desata la violencia en el Alto Egipto: “Algunos pueblos están completamente tomados por los traficantes”
Comunidades enteras denuncian que se ven obligadas a tomarse la justicia por su mano ante la inacción policial
El Alto Egipto, al sur del país, está siendo golpeado por el shabú, como se llama en algunas zonas a la metanfetamina cristalina, una droga altamente adictiva y cuyo abuso está asociado con comportamientos agresivos y violentos. “Algunos pueblos están completamente tomados por los traficantes”, advierte Gamal Taha, líder comunitario de Asiut a este diario. Fuentes de la Fiscalía egipcia confirman a EL PAÍS esta información y añaden que existen aldeas donde la policía ni siquiera puede entrar.
En Asuán, una de las provincias más afectadas, el 6,5% de la población consume narcóticos, lo que la sitúa en el sexto lugar nacional en consumo de drogas, según el Fondo de Control de Drogas y Tratamiento de Adicciones de Egipto. Pero las estadísticas apenas reflejan la magnitud de un fenómeno que, en la práctica, significa convivir a diario con armas, robos y violencia. “Los traficantes recorren las calles en coche, equipados con ametralladoras. Los drogadictos roban todo lo que pueden. Ningún hogar está a salvo ni de día ni de noche”, relata por teléfono un residente de Asuán, que pide el anonimato por miedo a represalias.
La crisis, que lleva más de una década, está llegando a un punto crítico. Los datos internos del centro de tratamiento del doctor Ihab el Kharrat, uno de los especialistas en adicciones más destacados de Egipto, muestran que los consumidores de shabú constituyen hoy el 40% de los pacientes a los que trata, frente al 14% en 2022. Ante la inacción de las autoridades para enfrentar a los traficantes y para prestar ayuda a los consumidores, los civiles han tomado la justicia por mano propia.
En mayo, un joven consumidor en la aldea cercana a Al Nagagra asesinó y decapitó a su padre. Unos días después, los habitantes de toda la provincia protestaron ante las denuncias ignoradas por la policía sobre la propagación del shabú. Como tampoco hubo respuesta, el 30 de mayo hubo un estallido de violencia en Al Nagagra.
“Los traficantes recorren las calles en coche equipados con armas pesadas. Los drogadictos roban todo lo que pueden. Ningún hogar está a salvo ni de día ni de noche”Habitante de Asuán
Egipto, que alberga la población joven más numerosa del mundo árabe, ha padecido epidemias de drogas desde los años setenta. Pero el tráfico de shabú es especialmente destructivo, porque fomenta la existencia de grupos que se toman la justicia por su mano, los enfrentamientos armados y el riesgo de guerras tribales en el Alto Egipto. Dada la ausencia de las instituciones estatales, las comunidades tienen que elegir entre vivir bajo el control de narcotraficantes armados o enfrentarse a ellos, con el consiguiente peligro de desestabilización de una de las regiones más frágiles del país.
“Llevamos años intentando comunicarnos con las autoridades”
La revuelta de Al Nagagra no fue más que un estallido dentro de una conflagración general que está extendiéndose por todo el Alto Egipto. Ha habido escenas similares en Kom Ombo, Abu Simbel y West Suhail, donde las mujeres se manifestaron para exigir la protección del Gobierno. “En algunos pueblos, familias enteras consumen o venden shabú. Los traficantes lo controlan todo”, explica por teléfono a EL PAÍS otro residente de Asuán.
La doctora Randa Mahrous, directora técnica del Centro para la Libertad de las Adicciones en Hurghada, dice que los profesionales médicos dieron la voz de alarma mucho antes de que la población local interviniera. “Hemos estado tratando de comunicarnos con las autoridades desde que comenzó la crisis en 2013, pero durante años no hubo respuesta”, declara a EL PAÍS en una entrevista telefónica. “La policía solo intervino después de que las familias empezaran a tomar medidas por su cuenta, pero para entonces ya se estaban cometiendo crímenes horribles en todo el Alto Egipto”.
Un miembro de la fiscalía del Alto Egipto señala que la policía empezó a detectar el consumo generalizado de shabú después de la primavera árabe. “En esa época había un auténtico caos en materia de seguridad. Cuando las fuerzas del orden se reorganizaron, la prioridad era combatir a los terroristas del Estado Islámico en el Sinaí. La guerra contra las drogas en el Alto Egipto ocupaba un lejano tercer lugar”, explica.
Sin embargo, muchos residentes locales piensan que el problema no es que el Estado no tenga capacidad, sino que hay una negligencia deliberada. El exdiputado por Asuán Hilal al Dandarawy, en entrevista telefónica, acusa al Ministerio del Interior de no cumplir su deber: “No hay en Asuán ni una sola casa en la que no haya un adicto al shabú”. Recuerda que, en los primeros años, la policía se mantuvo al margen, en gran parte, por frustración. “Las familias se negaban a cooperar, no querían entregar a sus hijos a los agentes”, asegura. “Pero, a medida que la crisis se agravaba y casi todos los hogares se fueron viendo afectados, acabaron rogando a las fuerzas del orden que hicieran algo”.
Ametralladoras, decapitaciones y disputas entre clanes
La región ha vivido una ola de crímenes horripilantes que ponen de manifiesto los devastadores efectos psicológicos del shabú. En Qena, en 2022, un hombre bajo los efectos de la droga disparó una ametralladora con la que mató a sus padres y su esposa e hirió a su hermana y su cuñado.
Ali Abdelsabour, residente en Qena, describe por teléfono unas calles dominadas por drogadictos a los que han expulsado de su casa. “Roban a la gente a punta de navaja. Evitamos pasar por allí”. Él y otros confirman que los residentes organizan sus propias incursiones —aunque menos intensas que en Asuán—, que, con frecuencia, acaban en tiroteos.
Pero la acción de los grupos justicieros supone riesgos mortales en una región de lealtades tribales muy arraigadas. “El Alto Egipto es tribal”, advierte Taha, desde la ciudad de Asiut. “El mero hecho de acusar públicamente a alguien hace que su tribu se considere insultada, lo que provoca disputas entre clanes”. Señala, por ejemplo, la aldea de Al Seil, escenario de recientes enfrentamientos, que ya fue el epicentro de la guerra tribal de 2014 entre los daboudiya y los hala’ila, también relacionada con disputas por drogas, en la que murieron 26 personas.
En el pueblo de Menia, un importante centro de distribución de shabú en Asuán, un testigo dice que, en muchos casos, las familias ponen a los traficantes en manos de la policía, pero ven que salen en libertad bajo fianza enseguida, porque pueden contratar a abogados expertos. En un vídeo compartido con EL PAÍS, se ve a los lugareños atando a un presunto traficante e interrogándolo.
Últimamente, la policía ha pasado de detener a pequeños consumidores a llevar a cabo redadas contra traficantes. “No hace mucho, se podía comprar shabú descaradamente en la calle. Ahora no suele pasar”, dice por teléfono un residente de la aldea de Bardis, en Sohag. “La situación está más tranquila”.
“Cuando matas a un traficante, aparece otro. Hay demasiados jóvenes en paro que piensan que el tráfico de drogas es la única oportunidad de hacerse ricos”
Taha confirma el cambio: “De noche oímos disparos entre la policía y los traficantes. Ahora los matan en el acto. Hay menos shabú disponible”. Pero duda de que esta estrategia sea eficaz a largo plazo. “Cuando matas a un traficante, aparece otro. Hay demasiados jóvenes en paro que piensan que el tráfico de drogas es la única oportunidad de hacerse ricos”.
El fiscal contactado por EL PAÍS reconoce que “no hay ningún plan ni criterios claros para actuar”. Mientras las comunidades del Alto Egipto se toman la justicia por su mano, la pregunta sigue siendo si el Estado va a poder intervenir antes de que las acciones de los justicieros desencadenen la guerra tribal generalizada que muchos temen que ya esté comenzando.