Los arreglos de ropa resurgen en medio de la desesperación en Gaza

Los desplazados por la guerra se ven obligados a reparar sus prendas en sastres y pequeños talleres de calzado. “Algunos clientes han perdido más de 40 kilos y acuden a mí para ajustar la talla”, cuenta un profesional

El sastre Mohammed Qannan, en la pequeña tienda en la que hace reparaciones, en Al Mawasi, cerca de Jan Yunis (Gaza), el día 19.Mohamed Solaimane

Assad Maqdad, de 62 años, permanece sentado en silencio fuera de la tienda de campaña gris y raída, con la mirada fija en los rotos, rasgaduras y quemaduras de las cuatro prendas de vestir que aferra entre las manos. Para él y para las docenas de gazatíes que esperan su turno en la tienda del sastre, plantada cerca de la playa de Al Bahr, en la zona de Al Mawasi, cerca de Jan Yunis, cada tejido es testimonio del sufrimiento padecido en los últimos siete meses, desde que Israel lanzó su campaña militar en Gaza.

Maqdad explica que los desplazados llevan la misma indumentaria día y noche, y no utilizan prendas diferentes para dormir. Como consecuencia de ello, la ropa se desgasta muy rápido, sobre todo porque no hay armarios ni estanterías para guardarla. “Por culpa de los bombardeos y por miedo a perder la vida, salimos de nuestras casas con poca ropa”, cuenta Maqdad. “Nadie esperaba que la guerra durara tanto”. La escasez de agua potable, de alimentos y de atención sanitaria para 2,3 millones de gazatíes ha creado una gravísima crisis humanitaria que no hace más que empeorar a causa del actual cierre del paso fronterizo de Rafah, por donde pasa la mayor parte de la ayuda.

Por culpa de los bombardeos y por miedo a perder la vida, salimos de nuestras casas con poca ropa. Nadie esperaba que la guerra durara tanto
Assad Maqdad, desplazado palestino

Llevar la ropa adecuada, algo que a menudo se da por sentado en circunstancias normales, tiene ahora una importancia vital, sobre todo a medida que se prolonga la guerra, y con más de 1,9 millones de palestinos desplazados. La mayoría de ellos se refugian en tiendas de campaña en desiertos y dunas de arena, lo que los deja expuestos a las inclemencias del tiempo, como la lluvia, el frío helador por la noche y el calor abrasador durante el día. Desde que Israel inició su operación militar terrestre en Rafah a principios de mayo, casi 450.000 palestinos han huido de la ciudad, a medida que los tanques israelíes avanzaban hacia el sur de Gaza.

Varios clientes esperaban en el exterior de la tienda del sastre Mohammed Qannan, el día 19 en Al Mawasi, cerca de Jan Yunis (Gaza).Mohamed Solaimane

Esto llevó a Maqdad, ahora sentado en la tienda mirando y dando vueltas en la mano a la ropa rota y dañada, a huir una vez más con su familia, agotando los pocos recursos de que disponían. Ahora, este padre y abuelo de 19 hijos y nietos está decidido a conseguir que vuelvan a tener una ropa presentable.

Mohammed Qannan, de 44 años, propietario de la tienda y uno de los pocos sastres que quedan en Jan Yunis, en el sur de la Franja, escucha a Maqdad, examinando cada prenda durante algún tiempo, antes de decir, en un tono casi definitivo: “Están demasiado gastadas para arreglarlas”. “No tengo otra opción”, susurra Maqdad, visiblemente avergonzado, tratando de que los demás clientes no lo oigan. “A mis hijos no les queda nada más que ponerse”. Tras lo que a Maqdad le parece una eternidad, Qannan asiente con un simple movimiento de cabeza antes de sumergirse en sus bolsas de telas e hilos, buscando trozos iguales para remendar la ropa.

Maqdad abandonó su hogar en el campo de refugiados de Al Shati, en la ciudad de Gaza, en noviembre. Desde entonces se ha visto obligado a huir varias veces con su familia, la última a Rafah, antes de trasladarse de nuevo a Jan Yunis. Él y su familia forman parte de ese casi 85% de la población del enclave que fue obligado a desplazarse después del ataque perpetrado por Hamás contra Israel el 7 de octubre y las represalias israelíes que siguieron. “Tuve que pedirle prestada a mi hermano una tienda de campaña para refugiarme”, relata. “No tengo dinero para comprar ropa nueva. Mi máxima prioridad es proporcionar comida y agua a mis hijos y nietos, aunque tengan que llevar ropa muy gastada”.

El sastre tarda menos de una hora en remendar la ropa de la familia de Maqdad. Le entrega las prendas, advirtiéndole de que no podría volver a repararlas. “Aquí no hay alternativas”, lamenta Maqdad.

Remendar como nunca

Después de que un ataque aéreo destruyera su negocio en el oeste de Jan Yunis, Qannan trasladó su máquina de coser y la mercancía a su ahora popular tienda de campaña cerca de Al Bahr, y cambió su oficio de sastre por el de los arreglos de ropa para mantener a sus cinco hijos.

“Ahora me dedico sobre todo a remendar y arreglar la ropa gastada de los desplazados, algo que nunca había hecho antes a esta escala”, explica. “Las prendas suelen estar estropeadas debido a un uso intensivo o a desgarrones parciales causados por bombardeos, metralla o escombros de edificios. Algunas están es un estado irreparable, pero mis clientes hacen todo lo posible por arreglarlas”.

Levanta un par de pantalones de hombre para mostrar la importante pérdida de peso de su propietario, que necesitó una reducción de varias tallas en la cintura. “Yo mismo he perdido 28 kilos desde el comienzo de la guerra, sobre todo durante el desplazamiento de hace cuatro meses”, afirma. “Algunos de mis clientes han perdido más de 40 kilos y acuden a mí para que les cambie el tamaño de la ropa”.

Con una máquina de coser que funciona con energía solar, Qannan atiende a clientes (desde niños de 10 años hasta adultos) centrándose en los remiendos y los cambios de talla. “En mis 30 años de profesión, nunca había visto tantos clientes que necesitaran arreglar su ropa vieja, unos 30 al día o más. Antes de la guerra, solía ser uno por semana, si acaso”, declara. “Los desplazados están en paro y no tienen ingresos para comprar ropa nueva”, explica. “Escucho muchas historias dolorosas de los clientes”.

El deterioro de las condiciones de vida de los desplazados del enclave también se aprecia en el puesto de reparación de Deir al Balah, donde decenas de personas hacen cola en la acera con su calzado gastado en la mano. Los zapatos rotos se amontonan alrededor de Yassin Abu Hamad, de 37 años, que se afana en martillar pequeños clavos en los tacones de los zapatos estropeados o utiliza su máquina de coser para reparar los que están en mejor estado. “Recibo docenas de clientes al día, muchos con zapatos que ya han sido reparados varias veces y están demasiado estropeados para seguir utilizándolos en circunstancias normales”, explica. “Pero las terribles condiciones de la guerra obligan a la gente a seguir usándolos”.

En el transcurso del conflicto, muchas personas han tomado la arriesgada decisión de volver a sus casas para recoger ropa y otros artículos de primera necesidad, como sábanas, con la esperanza de mejorar —por poco que sea— sus condiciones de vida.

“A pesar de que se introdujeron zapatos a través de los pasos fronterizos antes del último cierre, sus precios siguen siendo elevados e inasequibles para muchos”, afirma Hamad. “La gente prefiere arreglar lo que tiene. El conflicto bélico y el desplazamiento han simplificado la vida de las personas hasta el punto de que ya no se preocupan por su aspecto”.

En un contexto en el que la economía está destrozada por la guerra y la inflación es galopante, debido a la escasez de suministros de primera necesidad y la altísima demanda, el zapatero dice que ha mantenido el precio de las reparaciones de calzado sin cambios, normalmente en torno a un dólar (90 céntimos de euro), dependiendo de la envergadura de la reparación, a pesar de que sus gastos cotidianos se han disparado. “El flujo de clientes compensa el bajo precio que pido. La demanda es muy alta, casi sin precedentes”.

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