Detonación metafísica
Es posible que la Iglesia haya resuelto el misterio de la eucaristía con una pedagogía eficaz: creer sin sentir
Según la doctrina, cuando el sacerdote consagra la hostia y el vino, aquella se convierte literalmente en el cuerpo de Cristo y este en su sangre. No metafóricamente, no simbólicamente, no: de forma literal. Una operación ontológica de primer orden, un cambio radical de sustancia. Pero entras en una iglesia y lo que ves es un hombre en casulla con gesto cansado, unos monaguillos distraídos y ...
Según la doctrina, cuando el sacerdote consagra la hostia y el vino, aquella se convierte literalmente en el cuerpo de Cristo y este en su sangre. No metafóricamente, no simbólicamente, no: de forma literal. Una operación ontológica de primer orden, un cambio radical de sustancia. Pero entras en una iglesia y lo que ves es un hombre en casulla con gesto cansado, unos monaguillos distraídos y un puñado de fieles pensando en la lista compra. Uno esperaría, ante tal milagro, que el altar fuera declarado zona de peligro sísmico. Si lo que la doctrina afirma es cierto, ahí ocurre un terremoto en la materia. ¿Cómo es posible que no haya ambulancias en la puerta ni cardiólogos de guardia para atender a los celebrantes y al público? ¿Acaso no deberían caer fulminados ante la trascendencia de una maravilla semejante?
Imaginemos a un sacerdote que se lo cree. Que llega a la sacristía temblando, que se revisa el pulso, respira hondo y repite para sí: “Hoy, otra vez, convertiré el pan en carne divina y el vino en sangre celestial”. Subiría al altar muerto de miedo. Y cuando pronunciara las palabras mágicas esperaría que el aire cambiara de densidad, que los vitrales se partieran, que algo confirmara el peso de ese suceso extraordinario. Y, sin embargo, nada. La señora de la primera fila sigue bostezando y el niño tira de su manga porque se aburre. ¿No es como para que le dé un infarto al cura?
Es posible que la Iglesia haya resuelto este asunto hace siglos con una pedagogía eficaz: creer sin sentir. La eucaristía como un rito vacío más que como detonación metafísica. Eso permite que el clérigo vuelva al desayuno sin convulsiones o que los comulgantes abandonen el templo intentando recordar dónde aparcaron. Una transubstanciación higiénica, sin efectos secundarios. Aunque quizá, por otra parte, el verdadero milagro sea ese: que la humanidad pueda asistir a un hecho extraordinario como el que ve Cifras y Letras.