Permanecer atentos
Quizá lo que esperamos es la confirmación de que no estamos completamente solos en el interior de nuestra cabeza
Hay días en los que uno se levanta necesitando desesperadamente que ocurra algo bueno. Algo bueno, aunque se trate de algo bueno pequeño, de algo bueno normal, de algo bueno doméstico. Dios mío, si me sintonizas, envíame algo bueno. ¿Nos sintoniza Dios como sintonizamos nosotros una emisora de radio? ¿Mueve Dios un dial por el que un día escucha a Àngels Barceló y otro a Carlos Herrera? Ahí estoy yo también, en todo caso, pidiéndole algo, no un milagro, no una intervención grandiosa, sino un gesto, un guiño, un destello, una disculpa. Y me pregunto si la señal le llega distorsionada, como cuan...
Hay días en los que uno se levanta necesitando desesperadamente que ocurra algo bueno. Algo bueno, aunque se trate de algo bueno pequeño, de algo bueno normal, de algo bueno doméstico. Dios mío, si me sintonizas, envíame algo bueno. ¿Nos sintoniza Dios como sintonizamos nosotros una emisora de radio? ¿Mueve Dios un dial por el que un día escucha a Àngels Barceló y otro a Carlos Herrera? Ahí estoy yo también, en todo caso, pidiéndole algo, no un milagro, no una intervención grandiosa, sino un gesto, un guiño, un destello, una disculpa. Y me pregunto si la señal le llega distorsionada, como cuando las emisoras de radio se mezclan entre sí y no sabes si hablan a favor de Ucrania o en su contra.
Aun así, sigo pidiendo. Cuanto más ateo me vuelvo más pido, aunque sospeche que nadie se encuentra al otro lado. Porque uno pide incluso cuando sabe que es uno mismo quien debe conseguirse ese algo bueno. Permanecemos aferrados a aquella parte de la infancia en la que el mundo podía transformarse en un instante por la aparición de un regalo inesperado del Ratoncito Pérez, de una palabra de reconocimiento del profesor de Lengua, de la luz que entraba por la ventana el día de Reyes.
Quizá lo que esperamos es la confirmación de que no estamos completamente solos en el interior de nuestra cabeza. Que hay un orden secreto, una coreografía mínima, un pacto silencioso entre lo que pensamos y lo que sucede. Un pacto que a veces se cumple y a veces no, como ocurre con las señales de radio cuando el viento cambia de dirección y se mueve la antena. Me gusta creer que lo bueno que pedimos no siempre llega en el envoltorio imaginado. Que a veces se disfraza de rutina, de una conversación trivial, de una sonrisa que aparece donde no la esperabas. Y que, si existiera ese Dios radiófilo, tal vez nos revelaría que la oración más eficaz es la que emitimos cuando dejamos de suplicar y empezamos, simplemente, a permanecer atentos.