Un dolor que no encaja en el eslógan
Estamos debatiendo sobre si las clínicas que practican abortos deben ser públicas o privadas en lugar de analizando las razones que cada año llevan a miles de mujeres hasta ellas
Cuando conocí a Leire Navaridas en el plató de Espejo Público me sorprendieron dos cosas: su serenidad y que estuviera allí. Nunca antes había oído un testimonio como el suyo, mucho menos en un gran medio. Leire abortó voluntariamente en 2008 y diez años después, en 2018, asistió feliz a la manifestación del 8M con el que ella llama “su tercer y único hijo nacido” en brazos. Los carteles reivindicando el aborto como un derecho feminista removieron algo en ella y decidió hacer público su testimonio: según cuenta, estuvo varios años en tratamiento psicológico por las secuelas que le provo...
Cuando conocí a Leire Navaridas en el plató de Espejo Público me sorprendieron dos cosas: su serenidad y que estuviera allí. Nunca antes había oído un testimonio como el suyo, mucho menos en un gran medio. Leire abortó voluntariamente en 2008 y diez años después, en 2018, asistió feliz a la manifestación del 8M con el que ella llama “su tercer y único hijo nacido” en brazos. Los carteles reivindicando el aborto como un derecho feminista removieron algo en ella y decidió hacer público su testimonio: según cuenta, estuvo varios años en tratamiento psicológico por las secuelas que le provocó ese aborto voluntario, tras el cual vino otro espontáneo.
A Leire Navaridas no le dolió que hubiera gente rezando a las puertas de la clínica, porque no la había. Tampoco los días de reflexión que entonces eran de obligado cumplimiento antes de someterse a un aborto. No fueron las complicaciones del trámite, que no las hubo, ni las preguntas impertinentes, que tampoco tuvieron lugar, ni el estigma social el que provocó su dolor: fue que de él brotó en Leire la certeza de que abortar es acabar con una vida. Con la vida de un hijo. Según me contó fuera de cámaras, para ella la sacralidad de la vida no tiene que ver con argumentos teológicos sino humanos.
Pienso mucho en Leire estos días porque parece que su experiencia es menos válida que las que recoge la web lanzada hace unas semanas por el Ministerio de Sanidad, en la que en la pestaña de testimonios sobre el aborto no encontramos ninguno con un matiz negativo. Y quizá peco de poco caritativa, pero me da la sensación de que tras el disfraz de buenos samaritanos que a veces usan nuestros políticos y opinadores hay en realidad mercaderes del dolor ajeno a quienes les interesa el sufrimiento solo en la medida en la que puedan utilizarlo para beneficio propio. Por eso estamos debatiendo sobre si los abortorios deben ser públicos o de gestión privada en lugar de analizando las razones que llevan a miles de mujeres hasta ellos cada año.
Uno de los pocos estudios publicados que abordan la cuestión, realizado por la Asociación de Clínicas Acreditadas para la IVE en 2012, arroja unos datos terribles: el 22% de las mujeres que abortaron no lo habrían hecho si hubieran tenido una mejor situación económica, y el 8% habría seguido adelante con su embarazo si hubiera tenido mejores condiciones laborales. Así que la que tomaron esas mujeres se parece muy poco a una decisión libre y empoderante. Si a quienes dicen defender nuestros derechos les concernieran realmente, este estudio estaría llevado a cabo por entidades públicas, se actualizaría cada año y se trabajaría por reducir ese vergonzoso 30%.
Sucede igual con la salud mental de las que abortan: si a quienes dicen defender sus derechos les importara de verdad, se ocuparían de exigir e implantar protocolos y recursos públicos para ellas en lugar de en estigmatizar su dolor porque no encaja en los eslóganes.
Uno de los planteamientos más controvertidos de Leire Navaridas, que fundó una asociación llamada AMASUVE tras recibir cientos de testimonios similares al suyo, es que vendrá un feminismo que se plantee el aborto no como un derecho sino como un trago que deberíamos intentar evitarle a cualquier mujer. Pueden pensar ustedes que es una chifladura, pero ya hubo quien abrió esa senda: Clara Campoamor, quien escribió que “la sociedad tiene la ineludible obligación de ocuparse del todavía no nacido”. Para ello puso el foco en la protección de las mujeres embarazadas. Y lo hizo en términos que escandalizarían a algunas de quienes se consideran sus herederas.