El sudor
La verdad estaba trabajando en aquel edificio de la calle de las Hileras, más que las patrañas sobre la inmigración para consumo populista
Me gustan mucho las calles del centro de Madrid que llevan nombres de profesiones. Tranquiliza pasear por la calle de la Madera, del Pez, de los Bordadores o de los Cuchilleros porque no reciben el nombre de algún criminal de guerra o de alguna estúpida superstición, sino de la laboriosa vida diaria. ...
Me gustan mucho las calles del centro de Madrid que llevan nombres de profesiones. Tranquiliza pasear por la calle de la Madera, del Pez, de los Bordadores o de los Cuchilleros porque no reciben el nombre de algún criminal de guerra o de alguna estúpida superstición, sino de la laboriosa vida diaria. Al hundirse trágicamente un edificio en Hileras, 4, que estaba transformándose en otro hotel en el pleno centro, sentimos que las víctimas representan la verdadera ciudad, el verdadero país que nunca acertamos a ver. Ya pasó cuando se hundió el pesquero Villa de Pitanxo en los mares de Terranova. La lista de fallecidos incluía marineros de origen africano y latinoamericano, que se unían a los nacidos españoles con la fusión que provoca el esfuerzo real, el trabajo diario, ajena a ningún cálculo, a ninguna manipulación subjetiva. A principios de este verano, cuando tan solo estaba empezando la serie de incendios brutales que padecimos bajo el descuido de las políticas ecológicas, también fue llamativo que en Tres Cantos, en una hípica, el fallecido fuera un trabajador de origen rumano llamado Mircea, padre de dos hijos. Y en Lleida, en una finca de frutas en Torrefeta i Florejacs, murió el propietario de la masía junto a un empleado colombiano que dejaba viuda y dos hijas huérfanas que carecían de papeles para proseguir la vida en el país donde él dejaba la suya.
Cuando escuchamos los discursos oportunistas y delirantemente enceguecidos de una parte de los políticos españoles, podemos llegar a creernos las patrañas que fabrican para consumo populista. Sus soluciones son tan peregrinas como la cacería racista que ha desatado Donald Trump en Estados Unidos y que elude a las empresas afines al presidente que necesitan de esos trabajadores para alzar la persiana. Otra idea de apariencia novedosa se puso en circulación tras los disturbios de Torre Pacheco: la expulsión de delincuentes no nacionales. Algo que ya figura en nuestro Código Penal, aunque es dudoso que la expulsión sea más justa que el cumplimiento de la pena impuesta por nuestros tribunales. La repatriación forzosa, otro mantra agitado a mansalva, precisa de acuerdos con los países de origen y esos acuerdos se logran con algo más fino que la diplomacia de cachiporra y el nosotros primero. En este sentido hay que felicitar a la presidenta madrileña, pues es la única en el espectro conservador que celebra la inmigración masiva como una riqueza y ha transformado los festejos del día de la Hispanidad en una reivindicación de la llegada a España de ciudadanos de fuera que buscan una oportunidad para progresar y asentarse.
Por contra, aquellos que atacan al débil, al inmigrante desprotegido, incluso a menores tutelados por las comunidades autónomas, no muestran tanta valentía para acosar al fuerte. Si aspiraran de verdad a reducir el número de inmigrantes que llegan a España solo tendrían que enfrentarse a los grandes empresarios que los demandan para sus negocios, y en esto la construcción es un ejemplo palmario. También podrían ir a violentar a todos aquellos que los precisan para sus explotaciones en el campo o requieren de inmigrantes para cuidar a familiares ancianos o incluso para limpiarles el jardín o conducirles su coche de empresa. Esta es la gran mentira del discurso actual. La verdad estaba trabajando en Hileras, 4. Allí murieron una jefa de obra española y tres trabajadores, cada uno de ellos de un origen diverso. Todos compartían el sudor del esfuerzo, un líquido más fiable que la pureza de sangre.