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El curso sin móviles

La restricción del uso de los dispositivos electrónicos en colegios e institutos contribuirá a fomentar la atención y la socialización del alumnado

El que acaba de empezar es el primer curso escolar en el que casi todas las comunidades autónomas—menos Navarra (que está ultimando su reforma legal) y el País Vasco— tienen alguna restricción al uso de dispositivos electrónicos, especialmente teléfonos móviles, en los centros educativos de primaria y secundaria.

Culmina así un proceso que empezó hace más de una década y que en 2024 recibió un espaldarazo ­decisivo del Consejo Escolar del Estado, que aprobó por ­unanimidad limitar la utilización de móviles y tabletas en ­secundaria (salvo en casos médicos y pedagógicos) y prohibirlo ­directamente en primaria. El Gobierno vasco ha dado libertad a sus colegios e institutos para decidir si adoptan limitaciones similares y la mayoría lo ha hecho.

Al hablar de dispositivos electrónicos hay que distinguir los teléfonos móviles de uso personal, donde el consenso científico es que son dañinos para los niños, y otros como tabletas y portátiles, cuyo potencial como herramienta formativa es innegable. El proceso de control de la tecnología en las escuelas —que un día la acogieron con entusiasmo acrítico— está plenamente justificado. Aunque todavía no tengamos una certeza total de lo que implica sacar los móviles del aula —los beneficios de la medida quedan lastrados cuando el veto se compensa con un exceso de uso fuera de clase—, sí hay evidencias suficientes del peligro de que sigan dentro de ella, especialmente en los casos de ciberacoso. Además, según la Asociación Española de Pediatría (AEP), el uso de los móviles en clase disminuye la atención tanto de quien emplea el dispositivo como de quienes lo rodean, que dedican menos tiempo a la actividad física, y tienen un menor interés por la socialización cara a cara. Incluso fuera del ámbito escolar, la recomendación es de, como máximo, una hora diaria.

Es cierto que los niños conviven y convivirán con los móviles durante toda su vida, pero esa convivencia puede muy rápidamente llevar a relaciones de dependencia, que ya son problemáticas entre los adultos pero que con los menores pueden ser devastadoras para su formación, la académica y la emocional.

Queda ahora la parte más difícil: construir metodologías formativas más allá de la prohibición para que los niños tengan una educación consciente del papel de las pantallas en su vida y que a la vez les enseñen que hay vida más allá de los dispositivos. Si el propósito fundamental de la educación es formar ciudadanos responsables, indispensables para una sociedad abierta y democrática, estos han de serlo en todas partes, sea en un aula, en la calle o en una red social.

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