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Cuidado con la expansión hotelera

La construcción y renovación de 775 hoteles en los próximos tres años no se puede hacer ignorando los riesgos

En medio de un auténtico bum turístico, con 63,7 millones de turistas llegados entre enero y julio solo por avión (un 6% más que en los primeros siete meses de 2024), España tiene previsto ampliar su oferta hotelera con la construcción y renovación de 775 hoteles hasta finales de 2028. La nueva oferta supone un aumento del 4,7% sobre el parque hotelero actual y exigirá una inversión de cerca de 7.800 millones de euros. Ese aumento de la planta hotelera consolida la posición de España entre las principales potencias turísticas mundiales, pero exige a su vez una planificación cuidadosa para no saturar destinos ya masificados, limitar su impacto sobre el medio ambiente y evitar desplazamientos de otras actividades económicas o de los vecinos por culpa de los nuevos proyectos. Todo lo cual hace no solo deseable, sino imprescindible la colaboración entre todos los niveles de la administración para evitar que la industria turística española muera de éxito.

La demanda turística, lejos de estabilizarse, sigue marcando récords año tras año. Pero las protestas contra la masificación son cada vez más numerosas. Los ciudadanos se ven expulsados del centro de sus ciudades para dar cabida a viviendas turísticas, sufren el colapso de los servicios públicos de transporte y el impacto de los establecimientos hoteleros en consumo de agua y energía. De ahí la importancia de planificar correctamente la ampliación y modernización del parque hotelero.

Canarias y Baleares ya iniciaron ese proceso de transformación de su oferta turística hace años. Por eso, los nuevos proyectos hoteleros se concentran principalmente en zonas donde hay margen para aumentar la oferta, como Andalucía o la Comunidad Valenciana. La mayoría (67%) se dirige a establecimientos de cuatro y cinco estrellas, lo que refuerza la apuesta por la calidad y la mejora de la oferta hotelera. España cuenta con una planta hotelera antigua, en muchas ocasiones obsoleta, lo que hace imprescindible su reforma para adaptarse a las nuevas exigencias de los turistas. El sector parece asumir que su futuro no debe pasar por el aumento sin límite del número de visitantes, sino en aportar mayor valor añadido a la oferta, un cambio de modelo que no puede discurrir al margen de las condiciones laborales y que exige incrementos salariales acordes. El aumento de la rentabilidad de las inversiones, deseable y perfectamente legítimo, no puede hacerse a costa de la precariedad laboral.

El turismo es una industria fundamental para la economía española: el 12,3% del PIB y el 11,6% del empleo. También una de las que atrae mayor interés entre los inversores inmobiliarios hasta el punto de superar al atractivo de edificios de oficinas o los centros comerciales. Conviene, por tanto, aprender de los errores del pasado y evitar los riesgos asociados a la saturación, la especulación y el crecimiento acelerado.

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