Te he dicho buenos días
Uncidos a las prisas y a los asuntos propios, demasiados vamos por la vida como vaca con el móvil por cencerro y ni nos saludamos si no queremos algo
Tengo una prima viuda algo mayor que yo, no mucho, que, a las siete y media de la mañana, todas las mañanas del año, agarra el móvil, abre el grupo de WhatsApp que alguien creó hace siglos en algún momento de exaltación familiar en alguna boda o fune...
Tengo una prima viuda algo mayor que yo, no mucho, que, a las siete y media de la mañana, todas las mañanas del año, agarra el móvil, abre el grupo de WhatsApp que alguien creó hace siglos en algún momento de exaltación familiar en alguna boda o funeral de alguno de los nuestros, y teclea tres palabras: “Hola buenos días”. Así, sin comas ni exclamaciones ni gaitas ortográficas, pero con profusión de emoticonos de cafés, cruasanes y corazones fibrilando para dejar claro su entusiasmo. En vano. No le contesta ni el tato. Y eso que entre la veintena de miembros de ese chat que solo ella mantiene con vida están, además de la descastada de la prima hermana que firma esta columna, sus propios hijos, hermanos y sobrinos carnales. Da igual. Ella persiste en el empeño, inasequible al desaliento, saludando a los suyos como la civilizada forma de empezar la jornada que le enseñaron sus viejos y, sospecho, como orgulloso acto de resistencia ante la desidia ajena. A ver, mi prima no me preocupa. Vive sola, pero no lo está en absoluto. En su pueblo, la gente aún se saluda por la calle, y me consta que sus hijos, hermanos y sobrinos se echan cuenta entre ellos. Se ven, se hablan, se tocan, se enfadan, se arreglan, se echan de más, más que de menos, en fin, aunque no respondan todos los días a su buenos días. De mí no estoy tan segura.
Uncidos a los horarios, las prisas, las distancias, las pantallas y los asuntos propios, demasiados vamos por la vida como vacas con el móvil por cencerro y demasiados días ni nos saludamos si no queremos algo. Durante mucho tiempo, he bromeado con la insistencia de tuneladora de mi prima, pero cuanto más le empieza una a ver las orejas al lobo y más da una los buenos días sin obtener respuesta, menos gracia le hace y más la comprende. El día que no me despierte el vibrador del móvil a las siete y media de la mañana con la jodienda de su mensaje de marras empezaré a preocuparme. Y, quizá, entonces sea demasiado tarde. Mañana le contesto. O pasado, ya si eso.