Un golpe de suerte

Conviene tomar testimonio de todo, hasta de que te trague una ballena,para que las imágenes o las palabras nos protejan de confusiones y de tergiversaciones maliciosas

Adrián Simancas momentos antes de ser tragado momentáneamente por una ballena jorobada el pasado día 8 en Punta Arenas (Chile).RR SS

Dice que fue un segundo, pero ya se sabe lo que pueden llegar a los segundos si se viven bien: pueden ser minutos, días y noches. Dice que él navegaba con su bote por el estrecho de Magallanes y que cerró los ojos, como si ya supiera que se iba a quedar a oscuras, en la boca de una ballena. Todo lo demás, Adrián Simancas lo sintió en un segundo, que fue eterno. Se sintió en la boca gelatinosa de un animal y sintió que se iba a morir. ...

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Dice que fue un segundo, pero ya se sabe lo que pueden llegar a los segundos si se viven bien: pueden ser minutos, días y noches. Dice que él navegaba con su bote por el estrecho de Magallanes y que cerró los ojos, como si ya supiera que se iba a quedar a oscuras, en la boca de una ballena. Todo lo demás, Adrián Simancas lo sintió en un segundo, que fue eterno. Se sintió en la boca gelatinosa de un animal y sintió que se iba a morir. Quizá fue por eso que contuvo la respiración y dejó que el instinto le cerrase la nariz y los ojos. Los abrió fuera, cuando la ballena lo devolvió al mar y a la vida, y cuando pudo escuchar en otro bote la voz tranquila de su padre, que parecía recién salido de una historia mágica de García Márquez en la que fuese lo más corriente que un animal inmenso escupiera a su propio hijo. “Tranquilo”, le gritó el padre con una templanza capaz de domar las aguas: “No te subas al bote. Agárrate a mi cuerdita”. La otra noche, Adrián Simancas, de 23 años, rememoró el pasaje en la radio. Contó que su padre iba haciendo lo que habrá que hacer cada vez con más frecuencia: grabar, para que nadie pueda desmentir lo que hayamos vivido. Al cabo, están cambiando muchas cosas en muy pocos segundos y existen muchas pulsiones por desmentir lo que hemos visto, asistidas por tecnologías que permiten sofisticados engaños. Por eso conviene tomar testimonio, para que las imágenes o las palabras nos protejan de confusiones y de tergiversaciones maliciosas. De nosotros mismos y de los trucos que permita la inteligencia artificial.

Por eso el valor inmenso de esa pequeña cámara, puesta en un confín del océano, para captar el instante en que una ballena se tragó a un hombre. Sin esa imagen, difícilmente habrían creído el relato de Adrián y de su padre. Quién sabe si les habrían tomado por buscadores de fama, que es lo que buscan ahora los cazatesoros. Pero lo grabaron, e hicieron lo único que puede hacerse con un material histórico y extraordinario: compartirlo por el grupo familiar en whatsapp. El resto, es historia. Dijo Adrián Simancas en El Larguero que había oído cierto debate sobre el sentido que tenía lo que le había sucedido. Pasa mucho, que los otros discuten sobre lo que te ha pasado a ti. En ocasiones, hasta te explican lo que te pasa. Hubo debate por saber el significado que tendría ese segundo fugaz en el que se lo tragó una ballena, si sería un milagro o una prueba o una segunda oportunidad. Puede que fuera todo a la vez y nada de eso, porque, por momentos, el destino que parece inexplicable se resume en un golpe de suerte y un padre que te pide, en mitad del mar más bravo, que te agarres a la cuerdita. Como si no bastara con tanto.

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