Alma en pena

Este periódico ha decidido no informar, de momento, sobre la desgracia de la bebé de mes y medio de la sobrina de Isabel Pantoja. Pero no hablar de ello no significa que no esté sucediendo

Bebé muerto durante un ataque israelí en el hospital de los Mártires de Al-Aqsa, en la Franja de Gaza, el 14 de enero de 2025.Ramadan Abed (REUTERS)

El martes, en el estudio del programa La Ventana, en la Cadena SER, se produjo uno de esos raros momentos en los que se para el tiempo, a pesar de que lo estás viendo pasar segundo a segundo en el relojazo que tienes enfrente. ...

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El martes, en el estudio del programa La Ventana, en la Cadena SER, se produjo uno de esos raros momentos en los que se para el tiempo, a pesar de que lo estás viendo pasar segundo a segundo en el relojazo que tienes enfrente. Paula Gil, enfermera y presidenta de Médicos sin Fronteras, le estaba contando a Carles Francino lo que habían visto sus ojos supuestamente curados de espanto en Gaza estas Navidades. Lo hacía con esa congoja que sale del alma y ni se imposta ni disimula, y nos tenía a todos los presentes con el corazón en un puño. De los más de 45.000 palestinos asesinados desde el inicio de la ofensiva israelí en su territorio, al menos un tercio son niños. Gil confesó su frustración por no saber transmitir el horror y que ese horror surta el efecto de parar el genocidio. Discrepo. Claro que sabe. Lo hace humana, apasionada, intachablemente. Lo que pasa es que hemos visto tantas fotos terribles, las últimas de bebés de días muertos de frío ante la indiferencia de sus verdugos, que ya ni las vemos. Yo, la primera.

Como una es perra vieja en el oficio y la cabra tira al monte, me dio por comparar tamaña indiferencia con el despliegue de medios, y de audiencia, que están siguiendo al minuto el desgraciadísimo caso de la hija de mes y medio de la sobrina de Isabel Pantoja, ingresada de gravedad en la UCI de un hospital ante el silencio de su familia. Igual la historia no les suena. Este periódico, con buen criterio, ha decidido, de momento, no informar sobre la tragedia, al considerarla privada. Pero no hablar de algo no significa que no esté sucediendo. No hace falta que nadie me lo diga: ya sé que este es un artículo buenista, populista, oportunista y puede que de pésimo gusto. Pero también sé que lo que digo es rigurosamente cierto, porque yo misma soy una de esas hipócritas que sentencian lo que hacen los demás y luego caen en lo que denuestan. Porque, sí, después de escuchar, descompuesta y superconcernida, el relato de Gil, yo, periodista, madre y ciudadana, salí a la Gran Vía madrileña, y me faltó tiempo para meterme en el móvil, esquivando a chavales que me ofrecían suscripciones a organizaciones humanitarias y a mendigos que pedían de comer sentados en el colchón en el que duermen en la acera, a echar un vistazo a las redes, no para ver si se había alcanzado un acuerdo para el alto el fuego en Gaza, sino para chequear la última hora sobre el estado de la pequeña Alma, que así se llama la criatura. No estoy orgullosa.

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