Milagro en el atasco
En estos tiempos de incomunicación hiperconectada, lo extraordinario es hablar con alguien, con quien sea, sin motivo, pero con propósito
Tengo una exclusiva planetaria. El otro día, uno de esos queridos conocidos que te regala la vida, pero que no terminan de ser amigos por los yugos a los que nos uncen las prisas, me contó cómo estaba en los tres cuartos de hora de atasco entre mi casa y el curro. La cosa fue como sigue: iba una conduciendo medio grogui, en el modo piloto automático de los trayectos rutinarios, cuando me entró su llamada al móvil, la cogí porque no llama nunca y temí que fuera algo grave, y, oh sorpresa, se produjo el milagro. No quería nada. Llamaba por una chorrada, por matar el rato aburrido en la sala de e...
Tengo una exclusiva planetaria. El otro día, uno de esos queridos conocidos que te regala la vida, pero que no terminan de ser amigos por los yugos a los que nos uncen las prisas, me contó cómo estaba en los tres cuartos de hora de atasco entre mi casa y el curro. La cosa fue como sigue: iba una conduciendo medio grogui, en el modo piloto automático de los trayectos rutinarios, cuando me entró su llamada al móvil, la cogí porque no llama nunca y temí que fuera algo grave, y, oh sorpresa, se produjo el milagro. No quería nada. Llamaba por una chorrada, por matar el rato aburrido en la sala de espera del urólogo, y de chorradas estuvimos hablando hasta que le pregunté qué tal su año y va el tío y, en vez de decirme que bien, o tirando, o esas cosas que nos decimos para salir del paso sin que no se nos vea el plumero, va y me lo narra.
Me dijo que no está mal de fatal, ni bien de fenomenal. Que tiene días, y noches. Que ha tenido, en fin, un año durísimo, con una de esas pérdidas irrecuperables que duelen más que te amputen un brazo, y que va bandeando el duelo entregándose al trabajo y celebrando la vida con quienes quedan. Mira, me dejó noqueada. Tanto, que abrí la espita y le solté a chorro mis propias mandangas entre acelerón y frenazo, y así estuvimos, daca y toma, toma y daca, hasta que colgamos porque yo tenía que entrar a galeras y él al matasanos, quedando en vernos más el año próximo, sabiendo que no lo haremos. Da igual. Que nos quiten lo charlado. Eso es lo extraordinario. Hablar con alguien, quien sea, sin motivo, pero con propósito, en tiempos de incomunicación hiperconectada. Puede que en esa llamada entre íntimos desconocidos hubiera más verdad, alma, corazón y vida que en todas las copas de empresa y amigos y todas las comilonas familiares de los fastos navideños. Posdata para la Dirección General de Tráfico: atendí la llamada con un manos libres homologado, no sea que me caiga una multa a lo tonto.