Lo que no iba a pasar
A veces el mundo, metido en una vorágine tecnológica por la que nunca alcanzamos el futuro, avanza a grandes pasos hacia el pasado
Hay un momento en que parece que las cosas han sido siempre así y no tendrán marcha atrás. Conoces la historia y las veces en que el mundo se volvió contra sí mismo, pero te dices como si fuera verdad que algunos fantasmas no volverán nunca. Porque es imposible y porque todavía hay diferencia entre el optimismo y la ingenuidad. Sin embargo, luego te preguntas por qué se publican tantos libros que aborden la muerte de las democracias si las democracias eran ese estadio que, una vez conso...
Hay un momento en que parece que las cosas han sido siempre así y no tendrán marcha atrás. Conoces la historia y las veces en que el mundo se volvió contra sí mismo, pero te dices como si fuera verdad que algunos fantasmas no volverán nunca. Porque es imposible y porque todavía hay diferencia entre el optimismo y la ingenuidad. Sin embargo, luego te preguntas por qué se publican tantos libros que aborden la muerte de las democracias si las democracias eran ese estadio que, una vez consolidado, resultaba indestructible.
Aprendes entonces que no es que las democracias caigan de a una sino que se erosionan, según se dice ahora. Se erosionan el sistema y algunos de sus derechos, y las complejidades que explicaban una sociedad se reducen de una manera por la que el mundo se acaba dividiendo en dos. Es una lógica de bloques, que no son ya las izquierdas y las derechas: son democracias imperfectas o autoritarismos en vías de perfección.
Vivimos en plena actualización del diccionario. Varias generaciones se educaron bajo una definición de Europa que no está claro que exista o que vaya a existir por siempre. Al Estado del bienestar, tan vinculado a Europa, lo atenazan intereses ajenos y desigualdades propias. Ocurre también con la idea de la guerra y la amenaza de un conflicto a gran escala, que viene y va lo mismo que el riesgo de un ataque nuclear que se daba por proscrito.
Aquello que se presentaba como imposible e improbable ha perdido los prefijos: las palabras ya apenas se forman solo con su raíz, en sintonía con el brote identitario de nuestro tiempo. A veces el mundo, metido en una vorágine tecnológica por la que nunca alcanzamos el futuro, avanza a grandes pasos hacia el pasado.
La gran pregunta es cómo y con qué grado de cohesión afrontará cada sociedad la incertidumbre. Porque todo es eso: incertidumbre. Política o económica. Cultural. Climática, si fue con esa crisis con la que se vio que una lucha común del planeta —por su sostenibilidad y supervivencia— podía convertirse en una lucha de parte. Resultó la demostración de que los consensos se toman ahora por militancias y de que resultan sospechosas las instituciones que en su origen dieron seguridad y amparo. Empezando por la ONU, claro: porque los intermediarios son los que más molestan.
Aprendimos en la historia que ninguna conquista puede darse por sentada, y que las emociones mueven el mundo tanto como el interés. Emociones son el miedo o el odio, pero también la fraternidad y la esperanza: que, en el diccionario, optimismo e ingenuidad todavía no significan lo mismo.