Abogada de acusado de violación busca hacerse viral

Nadia El Bouromi, la letrada con ínfulas de ‘influencer’ que ridiculiza a Gisèle Pelicot en sus redes, borra la frontera entre justicia, ética y espectáculo para engordar su marca personal

Nadia El Bouroumi, en uno de sus vídeos de Instagram.Instagram

Nadia El Bouromi es abogada de dos de los hombres con los que Dominique Pelicot contactó por internet para que violaran a su mujer mientras se encontraba sedada. Es la misma que el jueves subió un vídeo a sus redes donde baila en el asiento de su coche bajo este mensaje: “A todos los extremistas del pensamiento que intentan amordazarme. ¡Os lo dedico!”. En el clip suena Wake me up before you go-go de The Wham (Despiértame antes de que te vayas), una elección poco más que inquietante sabiendo que sus clientes están acusados de agredir a Gisèle Pelicot mientras estaba inconsciente. Dos días después, la letrada se disculpó lamentando “profundamente” si sus palabras fueron “malinterpretadas”: “En ningún momento intenté burlarme de Gisèle Pelicot, a quien considero una persona vulnerable y una víctima en este asunto”, apuntó escuetamente, para acto seguido colocarse en el centro del debate durante cinco párrafos y denunciar que la “presión mediática me amordaza e impide defender parcialmente a mis clientes”.

Qué curioso es leer a esta abogada sentirse “amordazada” por un “tribunal mediático” mientras se beneficia de la semántica virtual para ganar capital social. Desde que empezó el juicio, lo mismo sube stories donde desacredita las declaraciones de Gisèle —un día fueron 20— o aparece corriendo, bailando y mirando a la cámara, soltando las mismas milongas de influencer coach para triunfar en el capitalismo tardío. Sé que esta mujer de 45 años, novena de diez hijos, creció en el barrio Bourbaki de Toulouse y dejó los estudios por un matrimonio concertado del que huyó víctima de violencia machista hasta poder formarse como abogada. Lo sé porque lo narra con música épica de fondo en uno de sus vídeos de Instagram mientras publicita su libro, una de esas memorias sobre el éxito que vienen a decirte que si quieres, pues claro que puedes.

Los mejores abogados penalistas afirman que la ética legal no tiene por qué ser un oxímoron y que defender a alguien que haya hecho algo terrible no va tanto de eludir la responsabilidad de sus acciones, sino de garantizar que la justicia no se sobrepase en la carga penal. No es, precisamente, la estrategia que estamos viendo en los juicios sobre agresiones, donde las supervivientes son sometidas a una revictimización demencial. El abogado de uno de los acusados de la Manada presentó fotos de “carácter festivo” de la víctima antes de ser violada. El de Brock Turner, nadador de Stanford que violó a Chanel Miller, se empeñó en contabilizar las lagunas provocadas por el alcohol en la vida de Miller previa a la violación, como si aquello motivase su agresión. El miércoles pasado, El Bouroumi chilló y ridiculizó a Gisèle Pelicot poniendo en duda su relato en el juzgado.

En Prima facie, la obra de la letrada australiana Suzie Miller que Vicky Luengo subió al escenario, una cínica abogada de origen humilde que se ha hecho famosa defendiendo a agresores sexuales y ve al sistema judicial como una competición de triunfadores o fracasados, será violada por su pareja y entenderá la perversión del sistema cuando se enfrente a él. En ese soliloquio, el personaje concluye que la ley gira en el eje equivocado y las mujeres, desprotegidas, parecen condenadas a perder.

Como los acusados de violar a Gisèle Pelicot, como Dani Alves, Andrew Cuomo, Bill Cosby, Andrew Tate o como R. Kelly, asistimos a una era judicial en la que los señalados imitan la jugada de Harvey Weinstein y contratan mujeres para defender su caso. Fue el infame productor quien pidió fichar a “la abogada de violadores” Donna Rotuno alegando que, ahí fuera, la óptica sobre un hombre manchado es distinta si llega al juzgado sostenido por una mujer. El Bouroumi no solo sabe eso. También está dispuesta a borrar la frontera entre justicia, ética y espectáculo para un objetivo mucho más perverso: engordar, a costa de una víctima, el alcance de su marca personal.

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