Los ancianos reivindican el derecho de intervenir en política en Brasil

Si hasta ayer todo confluía para reivindicar los derechos de los jóvenes, considerados el futuro del mundo, hoy una nueva generación de adultos, antes llamados “viejos”, quiere gobernar una ciudad o un país

Celso Loula Dourado (segundo izquierda), candidato de 93 años a vicealcalde de João Dourado, en el noreste brasileño.celsolouladourado13

En contra del tópico de que el futuro es de los jóvenes, en Brasil ha iniciado la revolución de los ancianos que quieren participar en las elecciones. En un reportaje, el diario O Globo ha descubierto que en las elecciones municipales de octubre, consideradas como la antesala de las presidenciales de 2026, entre los miles de candidatos a gobernar las ciudades figuran 169 candidatos mayores de 85 años. La palma de la edad se la lleva, en el Esta...

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En contra del tópico de que el futuro es de los jóvenes, en Brasil ha iniciado la revolución de los ancianos que quieren participar en las elecciones. En un reportaje, el diario O Globo ha descubierto que en las elecciones municipales de octubre, consideradas como la antesala de las presidenciales de 2026, entre los miles de candidatos a gobernar las ciudades figuran 169 candidatos mayores de 85 años. La palma de la edad se la lleva, en el Estado de Bahía, Celso Loula Dourado, con 92 años. Si fuera elegido, acabará su mandato con 96 años. “No soy viejo, soy joven”, replica el candidato.

Estos aspirantes recuerdan a la opinión pública que en Brasil existen hoy 22 millones de ancianos y que nadie mejor que ellos para luchar por los derechos de una parte de la población con índices de vida cada vez mayores. Es lo que recalca con lucidez Alda Santos Cruz, que con 94 años integra la lista de 17 candidatos nonagenarios. Santos Cruz recuerda a los periodistas que “el ser humano es un ser que ya nace político” y que ella así se sintió toda la vida.

En Brasil, el número de los llamados ancianos ha crecido un 57,4% desde 2010. En este momento existen 22,1 millones de ancianos, lo que revoluciona también la política. Es la pugna entre la generación de los jóvenes que aseguran, y con razón, que el futuro es de ellos y la nueva generación de “mayores” que hoy empieza a ser vista a partir de los 80 y que está llamada —si disminuyen los índices de natalidad en el mundo— a ser mayoría. ¿A qué edad una persona era mayor, adulto o anciano en mi infancia, en los años 30, y lo es hoy con candidatos a las elecciones de 93 años?

Si hasta ayer todo confluía para reivindicar los derechos de los jóvenes, considerados el futuro del mundo, y en ellos se colocaban todas las esperanzas y los programas electorales, hoy empieza a nacer una nueva generación en la que, al revés, los “no jóvenes”, ayer llamados “viejos” y hoy simplemente “adultos”, no quieren ser considerados objetos destinados al trastero de la historia, sino activos hasta el punto de pretender gobernar una ciudad o un país cumplidos los 90 años.

Todo ello más que una anécdota presagia, gracias a los avances de la ciencia y de la medicina, un mundo aún desconocido que no dejará de crear una nueva revolución política con todas las consecuencias que ello podrá comportar en un futuro no tan lejano como pueda parecernos.

El pragmático presidente de la República de Brasil, Lula da Silva, que en 2026 ya habrá superado los 80 años, ha dado a entender que su decisión de volver a disputar las elecciones no dependerá tanto de su edad como de su salud. Ha intuido que el problema del futuro ya no será un número, el de los años vividos, sino la capacidad física y sobre todo psíquica para enfrentar una responsabilidad política o empresarial.

Es curioso y paradójico que en un momento de la historia como hoy, de cambios radicales globales y en el que todos los modelos de vida del pasado se encuentran en estado de profunda evolución, mientras los jóvenes forcejean por hacerse con las llaves del nuevo castillo mundial, despunta la generación no ya de los mayores sino de los ancianos, de los que ayer se decía que eran un pozo de vieja sabiduría para encubrir sus deficiencias y que hoy pretenden estar en la brecha conscientes de que también ellos, y en el futuro quizás ellos más que nadie, están llamados a conducir y analizar el mundo con ojos nuevos.

Es una curiosa paradoja, pero no deja de ser cierto, que entre las grandes convulsiones que vive nuestro tiempo, un factor nuevo hasta ayer indiscutible, como el de la edad biológica que evocaba el final del camino, empieza a parecer un factor de novedad que trae de cabeza a todas las ciencias, desde la medicina a la inteligencia artificial, que aún nadie sabe —ni los que la han inventado— hasta dónde puede ser capaz de cambiarnos y de cambiar todos nuestros paradigmas presentes.

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