Putin y las dos Alemanias

En las elecciones en Turingia y Sajonia, dos estados del Este donde no se comparte la visión del Oeste alemán, ha calado el mensaje emocional y catastrofista de los más ultras

Cinta Arribas

Seamos sinceros. 33 años después de la reunificación, sigue habiendo dos Alemanias. Y la del Este, “la otra”, la antes denigrada, la de los “vagos y desagradecidos”, ha enviado un mensaje contundente: así no se puede seguir. El modo de hacer política en Berlín no funciona, sobre todo en los antes denominados “nuevos estados federados”. Los ciudadanos de Sajonia y Turingia han votado a la extrema derecha no ya como señal de prote...

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Seamos sinceros. 33 años después de la reunificación, sigue habiendo dos Alemanias. Y la del Este, “la otra”, la antes denigrada, la de los “vagos y desagradecidos”, ha enviado un mensaje contundente: así no se puede seguir. El modo de hacer política en Berlín no funciona, sobre todo en los antes denominados “nuevos estados federados”. Los ciudadanos de Sajonia y Turingia han votado a la extrema derecha no ya como señal de protesta —porque el 74% se siente como alemanes “de segunda”— sino porque están convencidos de que Alternativa para Alemania (AfD) tiene respuestas y les escucha. Los programas electorales de AfD siguen siendo pobres en contenido; sus líderes y cuadros medios carecen muy a menudo de formación política o profesional seria, esquivan a la prensa crítica y rehúyen los debates con otros partidos. Se sienten más cómodos en los mítines que en las sesiones parlamentarias. Pero los populistas tienen un mérito: están haciendo sobre todo una política sobre el terreno, mucho más próxima al hombre de a pie y a sus miedos: la recesión, el malestar ante una titubeante política de inmigración y asilo (aunque en el este no hay tanta inmigración), el aparente aumento de la criminalidad.

Hay dos Alemanias, y así lo consideran sociólogos como Steffen Mau en su libro Ungleich vereint (Juntos y desiguales), publicado este año, o historiadores como Frank Trentmann, que afirma en su libro Out of the Darkness. The Germans 1942-2022 (Fuera de la oscuridad. Los alemanes 1942-2022) que están “unidos pero divididos”. La palabrería oficial de la reunificación casi culminada suena a autoengaño. Las autoridades deberían asumir esa realidad y este nuevo reto si no quieren que el cisma este-oeste se consolide o se siga viviendo eternamente en sociedades paralelas . El próximo 22 de septiembre se celebran elecciones en otro estado del este, Brandeburgo, y desde allí puede llegar la siguiente bofetada, porque Alternativa para Alemania supera en intención de voto a los socialdemócratas, quienes han gobernado en Potsdam desde 1990.

No es casualidad que la participación en las elecciones de este domingo haya sido histórica: 73,6% en Turingia, 74% en Sajonia. Los ciudadanos querían expresar su disgusto con el gobierno federal (un 82% piensa que se preocupa más de sus líos internos que de los problemas de la gente). Pero también gritar al mundo que ya no funciona la demonización de Alternativa para Alemania. El proceso de “normalización” de la extrema derecha es un hecho indudable, y también en Europa. Los medios de comunicación tratan a sus líderes como si fueran tan democráticos como los demás y éstos disfrutan del dinero público y las prebendas del cargo para seguir atacando al sistema. No quiere decir que los alemanes del este rechacen la democracia, sino que la actual parece que no les sirve, lo cual plantea todo un desafío.

“La política racional ha perdido”, afirma el sociólogo Matthias Quent. Ha calado el mensaje emocional, catastrofista, que azuza los miedos, y también la convicción de que muchos en los Länder orientales ya no comparten necesariamente la visión atlantista, pro EE UU y pro Israel del establishment. Aciertan, de alguna manera, aquellos que afirman, en un tono más o menos humorístico, que, en realidad, es Putin quien ha ganado en estas elecciones.

No es un fenómeno exclusivamente alemán. Los partidos tradicionales decepcionan una y otra vez, cada vez más alejados de las preocupaciones del hombre normal y con menos propuestas novedosas y eficaces. Se ven obligados a reaccionar solo cuando el populismo triunfa y lo hacen aproximándose a esas posiciones extremas o haciendo concesiones. El canciller Olaf Scholz es una sombra política, más dedicado a conseguir treguas en la guerra interna que persiste dentro de la coalición gubernamental con verdes y liberales. El descrédito del gobierno federal hace que la victoria de Alternativa para Alemania no sea, en el fondo, ninguna sorpresa. Los sondeos y los resultados de la extrema derecha en las elecciones europeas ya auguraban unos buenos resultados en Sajonia y Turingia. Lo que ha sorprendido es que, por ejemplo, entre el 30% y el 36% de los jóvenes menores de 26 años haya votado por la extrema derecha y que Los Verdes, antes populares entre la juventud, hayan logrado un fracaso sin precedentes en esta zona y en ese grupo de edad. La ecología no vende si supone innovaciones caras y pérdida de empleo.

Hay varios hechos sociológicos que explican este fenómeno: Alternativa para Alemania es un partido de hombres, aunque una de sus dirigentes actuales sea una mujer, Alice Weidel. Alternativa ha sufrido varias crisis internas en sus 11 años de existencia, y en las últimas ha surgido Björn Höcke, un profesor de Historia que coquetea demasiado con el nazismo y sus símbolos, triunfador en Turingia como “el hombre fuerte” que necesita el partido y la nación. Y en esta formación tan de machos arios los mensajes se concentran en esos varones, sobre todo jóvenes, que se sienten perdedores en una sociedad donde las mujeres emigran a la mitad occidental, donde hay más trabajo y más oportunidades. La huida femenina tiene consecuencias demográficas claras: descenso de natalidad, sin duda; menos posibilidades de encontrar pareja, más frustración por parte de los varones y más posibilidades de sentirse atraídos por partidos que apuestan por la violencia, la búsqueda de chivos expiatorios, el supremacismo blanco, el antisemitismo y la xenofobia.

Alternativa para Alemania triunfa sobre todo en las zonas rurales, donde apenas hay extranjeros, pero no sólo allí. A pesar de que se han invertido billones de euros en la antigua Alemania Oriental, y de que ciudades como Leipzig, Dresde, Weimar o Rostock han florecido, sigue habiendo diferencias entre el este y el oeste en el nivel de vida y en las posibilidades de encontrar un buen trabajo. El choque social también tiene una vertiente económica. Poca gente emigra voluntariamente al este desde la Alemania Occidental. Los emprendedores tienen problemas a la hora de gestionar y hacer negocios allí. El capitalismo moderno no se consolida en unas regiones todavía marcadas por el credo socialista y donde hay más pensionistas, obreros y campesinos que profesionales liberales. Por otra parte, los éxitos de Alternativa van a tener un regusto amargo en este terreno económico. Empresas alemanas e internacionales con empleados extranjeros o con posibles inversiones en el Este temen no sólo por la imagen exterior del país, sino por el clima de violencia, intolerancia y xenofobia que puede contaminar aún más la convivencia. Coincidencia o no, el día después de los comicios la multinacional Volkswagen anunciaba, por vez primera en sus 87 años de historia, recortes importantes en personal y cierre de factorías en suelo alemán, también en Sajonia, donde se encuentran tres de ellas en Dresde, Zwickau y Chemnitz.

Objetivamente, la gran novedad de esta cita con las urnas ha sido el éxito de Sahra Wagenknecht. Una excomunista de 55 años, nacida en Jena (Turingia) de padre iraní y madre alemana, fiel a sus orígenes, casada con una antigua e importante figura de la socialdemocracia alemana, Oskar Lafontaine, fundador del partido La Izquierda, que ella lideró. Una figura casi marginal hasta ahora, que lanzó su movimiento, Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), hace nueve meses. Disidente de La Izquierda, sólo presente en debates televisivos por su buena capacidad retórica, se ha convertido, para su propia sorpresa, en el elemento fundamental para la formación de los gobiernos en Sajonia y Turingia.

Y esto nos lleva a otro fenómeno inédito en la vida política alemana: la democracia cristiana, la CDU que lideró Merkel y ahora su íntimo enemigo, Friedrich Merz, se ve obligada a romper otro de sus cordones sanitarios (además del ya existente contra AfD): ha empezado a negociar con Wagenknecht y sus excomunistas rusófilos para intentar cerrar un gobierno en Sajonia y Turingia y hacer así frente común contra Alternativa para Alemania. Konrad Adenauer y otros grandes del partido se revolverán en sus tumbas, porque es otro tabú a punto de romperse, un matrimonio muy forzado. Pero se trata de evitar un bloqueo político total en Sajonia y Turingia, del que saldrían victoriosos solo los extremistas de derecha.

Todo el mundo da por hecho que las negociaciones con Wagenknecht van a ser muy complicadas porque se van a centrar en dos puntos muy sensibles: el giro necesario en la política de inmigración y asilo (forzado por los últimos atentados) y el apoyo político y militar a Ucrania, que Wagenknecht rechaza.

Un 68% de los votantes de Sajonia y Turingia cree que el gobierno de Berlín se preocupa más del bienestar de los inmigrantes y demandantes de asilo que de los propios alemanes. No quiere decir esto que todos los ciudadanos del país piensen lo mismo, pero la República Federal no es ajena al giro conservador que se está produciendo en toda Europa. De hecho, Scholz quiere un acuerdo de Estado con el principal partido de la oposición, la CDU, para intentar diseñar una posición común al respecto. De momento, lo que está sobre la mesa es acelerar las deportaciones de los demandantes de asilo que no son aceptados, mejorar la tramitación de expedientes de inmigrantes y expulsar a aquellos que viajen de vacaciones a sus países de origen, prohibir el uso de cuchillos y puñales para evitar atentados como el de Solingen y vigilar más estrechamente a los elementos islamistas infiltrados en las comunidades musulmanas y a los más violentos. La CDU quiere muchas más deportaciones e incluso expulsar a la frontera a cualquiera que haya llegado a Alemania a través de un país vecino.

Con este panorama, la pregunta que flota en el ambiente es cómo puede sobrevivir el gobierno de coalición actual un año más y con un tal grado de deterioro hasta los comicios generales de septiembre del 2025. Todo depende de los resultados de Brandeburgo y de si el SPD será castigado severamente allí o incluso si se verá superado por AfD. Los liberales (FDP), un partido burgués que sólo tenía sentido en la antigua Alemania Occidental y que va camino no sólo de la irrelevancia sino de la desaparición, juegan con la idea de dejar el gobierno tras esos comicios, a pesar de que ocupan el puesto clave del ministerio de Hacienda. Sería un harakiri en toda regla.

En la democracia cristiana las cosas tampoco están claras al cien por cien porque Merz está siendo retado constantemente por el actual presidente de Baviera, Markus Söder, mucho más populista y popular que él. Vista la crisis económica y la recesión en la que vive Alemania, el deterioro del prestigio de la clase política, el desencanto —cuando no la rabia— de los ciudadanos contra los poderosos y la falta de brillo y presencia internacional de las élites berlinesas, tal vez unas elecciones anticipadas seguidas de otra Gran Coalición CDU-SPD o de un gobierno CDU-Verdes podría ser una salida. Pero para los ciudadanos germanoorientales esto modificaría muy poco su sensación de olvido o de tutorización sin fin.

Rusia también juega su baza en este caos. No sólo porque sus espías y hackers actúan en la sombra esparciendo desinformación y dudas, sino porque pueden colocar en dos gobiernos del Este a personas afines ideológicamente y con planteamientos que aviven la Ostalgie, la nostalgia de los tiempos de la RDA en los que todo funcionaba relativamente bien y no había crimen ni inmigración. Y, como la Historia tiene sus paradojas, el Kremlin y los neonazis comulgan con los mismos intereses y principios: en el Este protestante, conservador, pequeñoburgués que negó tras 1945 cualquier responsabilidad por los crímenes nazis y el Holocausto, crece el populismo de extrema derecha negacionista, antisemita y xenófoba, considerada oficialmente como un “peligro para la democracia”. Los jóvenes que nacieron tras la caída del Muro se sienten fascinados por las figuras fuertes y carecen de memoria histórica. Los representantes de estos extremistas de derecha, que están en el foco de los servicios secretos, son financiados, como es el caso del partido de Marine Le Pen, no sólo con el dinero de los contribuyentes alemanes, sino a través de sociedades y bancos pantalla rusos. Putin, como el francés François Mauriac, ama tanto a Alemania que se alegra de que siga habiendo dos.

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