Ciegos ante el racismo

Las redes sociales son la prueba de un odio rampante, gestado a plena luz del día, tan descarado que no se sabe ver

Éric Zemmour, el candidato ultraderechista francés, en una fotografía de archivo.Francois Mori (AP)

Si por casualidad se pasa la noche del sábado en Francia, antes de sus elecciones legislativas, se comprueba con facilidad la preocupación que vive el país ante el probable triunfo de la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen. Si se trata de un cumpleaños en el que se sientan a la mesa profesoras de sociología, matemáticas, activistas, exconcejales, exdiputados, exsindicalistas… todos dentro, más o menos, de esa gran familia mal avenida que es la izquierda, es posible que la política, con cierto aire de derrota, vertebre la vigilia.

“¿Cómo se ve desde España?”, preguntan, sobre la situación de un país en el que su presidente, Emmanuel Macron, puede desaparecer de la noche a la mañana del panorama político. Al menos en una ocasión, se habla de “guerra civil” entre dos bloques que parecen no tocarse y que no toleran ni siquiera mirarse de frente. “Twitter [ahora X] no es la realidad”, rebaten, restándole importancia, quienes opinan que las redes sociales ofrecen una realidad hipertrofiada y unos debates enconados, de los que la mayoría social vive ajena.

Pero es cierto que la extrema derecha ha encontrado en internet el lugar donde medrar cómodamente con un discurso abiertamente racista. En X sigue colgado el tuit de Éric Zemmour, el candidato a la derecha de Le Pen, del pasado 25 de junio, en el que se le ve bailando al ritmo de Je partira pas, una canción que se burla de un error gramatical atribuido a los inmigrantes —No me irá—, y anima a la deportación masiva. El tuit ha tenido 4,9 millones de visualizaciones. La canción se ha hecho viral en TikTok.

Por debajo de los Pirineos, un ejemplo del uso de las redes para crecer políticamente es el de Sílvia Orriols, la líder del partido xenófobo Aliança Catalana, que ha logrado dos diputados en las últimas elecciones autonómicas. Orriols escribe o retuitea de media una decena de posts diarios, con momentos álgidos, como su estreno el pasado miércoles en el Parlament. Un breve discurso, de dos minutos, en el que habla de la “tercermundialización” de Cataluña, el fin de la “corrección política”, y de supuestas políticas proinmigración destinadas a quienes han venido a “cuestionar” valores occidentales y a “disputar el dominio cultural, demográfico y político” de Cataluña. Y a delinquir, por supuesto. En total, 142.000 visualizaciones.

Un discurso que encuentra otros aliados en la red social, y también en los medios de comunicación. “¿En qué momento Iker Jiménez se ha convertido en la peor gentuza?”, se pregunta el periodista Alfredo Pascual, que cuelga un fotograma del programa Horizonte del popular presentador de Mediaset. En un lado se le ve a él, y en otro hay un grafismo, en que se puede leer: “¿Cómo se cubrió la noticia las primeras 48 horas?”. Se refiere a un homicidio en la localidad alicantina de Gata de Gorgos. Y debajo, hace un listado de medios, divididos entre quienes “sí dicen que eran marroquís” los presuntos autores, “no dicen que eran marroquís”, “no hablan de la noticia”.

Estos días se ha estrenado en Disney+ la serie Lucrecia: un crimen de odio, que explica el primer asesinato racista cometido en España, en 1992. El documental habla del homicidio de Lucrecia Pérez, una mujer llegada de República Dominicana, de 32 años, que dejó una hija y un marido en su país para salir adelante en España. Pero también de una sociedad, que ya entones clamaba “los españoles primero”, y de un caldo de cultivo que creo el clima propicio para su asesinato.

Pasó hace 32 años, en una discoteca abandonada de Madrid, pero no sorprendería si ocurriese hoy. Y si 30 años más tarde alguien realizase un documental, las redes sociales serían la prueba del racismo rampante, gestado a plena luz del día, tan descarado que no se supo ver.

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