Palestina: reconocer lo obvio

La opción política que se crea con la mayor legitimidad perderá todo tipo de razón si niega el reconocimiento a la dignidad de la condición humana y el derecho de los civiles a vivir

Pedro Sánchez, reunido en octubre de 2023 con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina Mahmud Abbas en El Cairo.BORJA PUIG DE LA BELLACASA (Moncloa)

Se ha puesto de actualidad el verbo reconocer y eso explica muchas cosas. Para empezar, explica el momento, porque si se ha vuelto noticia que se reconozca a algo o a alguien será porque en algún momento dejó de hacerse eso que parece tan obvio y fundamental para mantener cualquier conversación: admitirle al otro cierta dignidad o, como poco, una entidad suficiente solo por el hecho de que exista. Lo contrario es negar que existe, o ignorarlo. ...

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Se ha puesto de actualidad el verbo reconocer y eso explica muchas cosas. Para empezar, explica el momento, porque si se ha vuelto noticia que se reconozca a algo o a alguien será porque en algún momento dejó de hacerse eso que parece tan obvio y fundamental para mantener cualquier conversación: admitirle al otro cierta dignidad o, como poco, una entidad suficiente solo por el hecho de que exista. Lo contrario es negar que existe, o ignorarlo. Reconocer implica asumir que hay otros, aunque resulta de lo más polémico cumplir con lo más sencillo. Por ejemplo, con aquello que se haya aprobado antes en decenas de resoluciones.

El reconocimiento es clave en la vida política y diplomática, pero la reflexión va más allá. Buena parte del debate público ha crecido a partir de la premisa de dejar de reconocer al otro, lo cual es paradójico porque si se niega al otro se niega el debate. Así se entienden algunos discursos y así se entiende el punto del debate.

Se deja de reconocer a la ONU, por citar un caso. O a lo que siempre fueron consensos básicos para una sociedad y su convivencia. Se puede dejar de reconocer la sentencia de un tribunal internacional y hacer lo contrario de lo que han dictado los jueces. Se puede, además, en un sentido literal, porque no pasa nada.

Se deja de reconocer a alguien por su condición o creencia, por su lugar de nacimiento o por su renta. Se deja de reconocer a un rival político o a un Gobierno y su legitimidad. Ni siquiera en el teatro ocurre lo que en la vida se da en ámbitos tan distintos, porque hasta en los monólogos teatrales se reconoce al espectador. Los Gobiernos han de reconocer a la oposición y su deber fundamental de crítica y la oposición ha de reconocer a un Gobierno democrático. Es obvio, pero ese también es un rasgo que define la época: conviene mentar lo obvio.

No hace falta acudir a la historia, tan llena de ejemplos, para adivinar lo que hay al final de la falta de reconocimiento. Tampoco hace falta visitar las tablas de desigualdades para constatar los efectos sociales de la discriminación. Pero quizá sea necesario recordar que incluso la opción política que se crea con la mayor legitimidad perderá todo tipo de razón si niega a los demás aquel reconocimiento del que nunca podrán despojarles: la dignidad de la condición humana y el derecho de los civiles a vivir.

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