Espartaco y Nerón

La esencia de la política es ajustarse a la realidad: una vez entras en el remolino del lodo, no puedes salir

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, el pasado 10 de abril en el Congreso.Samuel Sánchez

El problema de España es que el Gobierno se cree Espartaco, el esclavo rebelde que cita a menudo Yolanda Díaz, y la oposición piensa que es Nerón, el tirano populista que arruinó las finanzas públicas. Ninguna de estas dos comparaciones es correcta, pero la actualidad presenta un paralelismo inquietante con la historia de Roma: tras cinco centurias, la mayestática República cayó porque sus actores políticos, encabezados por Julio César, abandonaron las vieja...

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El problema de España es que el Gobierno se cree Espartaco, el esclavo rebelde que cita a menudo Yolanda Díaz, y la oposición piensa que es Nerón, el tirano populista que arruinó las finanzas públicas. Ninguna de estas dos comparaciones es correcta, pero la actualidad presenta un paralelismo inquietante con la historia de Roma: tras cinco centurias, la mayestática República cayó porque sus actores políticos, encabezados por Julio César, abandonaron las viejas convenciones y empezaron a jugar sucio contra sus adversarios. No fue la ideología, o la innata inmoralidad, de los dos grandes partidos, los populares y los optimates, sino las prácticas de sus líderes, que inundaron de fango el foro de debate público. Ningún bando era intrínsecamente malo, pero ambos acabaron cometiendo atrocidades y entregándose a caudillos.

Estamos en una situación muy distinta, pero es bueno recordar que el cesarismo fascista nunca ha brotado en los terrenos áridos del autoritarismo, sino en los suelos fértiles de las democracias: la antigua Roma, la revolucionaria Francia o el periodo de entreguerras. Como señalan algunos historiadores, el fascismo y la democracia se alimentan de discursos. La diferencia estriba en si son aseados o hediondos. ¿Cómo podemos limpiar la atmósfera política en España, que el Financial Times califica como “una de las más tóxicas de Europa”? El primer paso es cambiar la hipótesis de trabajo de los principales partidos, que es que las elecciones no se ganan vendiendo gestión, sino crispación. Sus asesores defienden verter excrementos verbales sobre los políticos de la oposición, como los de César optaron por tirar un cubo de heces humanas sobre el cónsul rival. A corto plazo, humillar es ganar. A medio plazo, es un desastre. También para sus promotores.

Desde el PSOE se repite que su espectacular derrota en las autonómicas y locales del año pasado fue porque se centraron en las políticas sustantivas, mientras el PP embarró el debate. Pero quizás la gente castigó al PSOE por la gestión —no de la economía, que funcionaba bien, pero sí de la ley del solo sí es sí y de las reformas del Código Penal para satisfacer a sus socios—. Y la remontada del 23-J, ¿se debió a que el PSOE activó la crispación o simplemente a la penosa gestión de los pactos PP-Vox en junio? Agredir, verbal o físicamente, no es una estrategia óptima, porque no permite la esencia de la política: ajustarte a la realidad. Una vez entras en el remolino del lodo, no puedes salir. Que se lo pregunten a Espartaco.

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