Israel e Irán juegan con fuego
La falta por ahora de consecuencias graves del enfrentamiento directo entre ambos países no debe llevar a relativizar la gravedad del conflicto
Aunque, siguiendo la costumbre del ejército israelí, no ha sido reivindicado oficialmente, el muy medido ataque lanzado ayer contra una base militar en la ciudad iraní de Isfahán y la comedida reacción del régimen de Teherán parecen haber conjurado, de momento, la preocupante escalada que vive el enfrentamiento militar directo entre ambos países, que comenzó el 1 de abril con el bombardeo del consulado de Irán en Damasco —murieron ocho personas— y...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Aunque, siguiendo la costumbre del ejército israelí, no ha sido reivindicado oficialmente, el muy medido ataque lanzado ayer contra una base militar en la ciudad iraní de Isfahán y la comedida reacción del régimen de Teherán parecen haber conjurado, de momento, la preocupante escalada que vive el enfrentamiento militar directo entre ambos países, que comenzó el 1 de abril con el bombardeo del consulado de Irán en Damasco —murieron ocho personas— y elevó dramáticamente el tono el pasado sábado con el masivo ataque con drones y misiles contra territorio de Israel. Igual que este último, la acción de ayer se saldó sin consecuencias especialmente significativas.
El mundo ha respirado aliviado ante lo que parece la ralentización de una espiral bélica imprevisible. Aunque justificada por el peligro que se corría, puede tratarse de una sensación engañosa si no se adoptan urgentemente las medidas necesarias para evitar la reactivación del conflicto en sus peores términos.
Son varios los factores que —pese a que el riesgo de guerra abierta no ha desaparecido— contribuyen a rebajar la gravedad del ataque de ayer contra Irán. En primer lugar, los continuos llamamientos de contención a Israel por parte de la comunidad internacional y en especial de su gran valedor, Estados Unidos, con la intervención directa del presidente Joe Biden ante Benjamín Netanyahu. Después, la acostumbrada ausencia de reivindicación del ataque, algo que esta vez ha ayudado al Gobierno iraní a no reconocer abiertamente haber sido atacado en su propio territorio y por su gran enemigo. A esto se ha unido la rapidez con la que Teherán ha anunciado que no va a adoptar represalias inmediatas y el hecho de que la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) comunicara enseguida que la central nuclear de Isfahán no ha sufrido daño alguno.
Esta secuencia —positiva solo porque la dinámica de acción-reacción en la que viven embarcados Israel e Irán no ha subido de escala— no debe sin embargo restar importancia a las continuas agresiones que se vienen sucediendo entre los dos países. La opinión pública internacional y sus responsables políticos no pueden obviar que en menos de una semana se ha cruzado un peligrosísimo límite: por primera vez, ambas potencias militares se han agredido mutuamente dentro de sus respectivas fronteras y de manera abierta. Sería una irresponsabilidad acostumbrarse a elevar el umbral de tolerancia ante un conflicto potencialmente catastrófico. Los recientes bombardeos entre Israel e Irán tienen que ser los últimos, no los primeros. Es obligación de la comunidad internacional, y en especial de las superpotencias aliadas de ambos países, dejar claro este mensaje a sus radicalizados líderes.