Apología de la vista gorda
El disfraz de Koldo ha caído, pero ya hay sobre el tapete otro asunto: el del novio de Díaz Ayuso
Fue en 1995, en julio, una noche que, para más señas, había luna llena. No sé muy bien por qué, pero ayer por la mañana, mientras repasaba en las redes sociales las últimas noticias sobre Koldo García y el novio de Isabel Díaz Ayuso, me acordé de aquel tipo que, hace ya casi 30 años, me instruyó en las leyes del contrabando en su casa de Gibraltar. Se lla...
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Fue en 1995, en julio, una noche que, para más señas, había luna llena. No sé muy bien por qué, pero ayer por la mañana, mientras repasaba en las redes sociales las últimas noticias sobre Koldo García y el novio de Isabel Díaz Ayuso, me acordé de aquel tipo que, hace ya casi 30 años, me instruyó en las leyes del contrabando en su casa de Gibraltar. Se llamaba Francis Mercieca Escalona.
—Pero todos me conocen —dijo mientras se señalaba el rostro— por Cara Quemada.
Mercieca, de padre maltés y madre de la isla gaditana de San Fernando, cumplía entonces arresto domiciliario después de que, durante una persecución, atropellara a un guardia civil con su Mercedes 280 blanco: “Si me llego a quedar parado, me matan. Tenga usted en cuenta que unas semanas antes yo le había partido la cara a otro agente”. Francis Mercieca, ya lo habrán adivinado, era un pieza, pero hablaba claro y por derecho, y aquella noche, tal vez porque la luna llena es incompatible con el contrabando, decidió explayarse sobre los secretos de un oficio tan antiguo como el Peñón. Entre las cosas que aquella noche dijo Cara Quemada —y que mucho más tarde volvería a escuchar a otros tipos de parecida calaña en Ciudad Juárez o en Nápoles— estaba el de ciertos códigos, ciertos equilibrios, hasta una cierta ética muy particular que, cuando se rompe, todo estalla en pedazos. Una de esas reglas, fundamental, es la de aceptar la derrota. Hoy ganas tú, mañana yo, se pagan los platos rotos y la partida continúa.
Ahora ya no hay duda —y si todavía la tienen, les recomiendo el excelente reportaje de mis compañeros Iñigo Domínguez y Jacobo García del pasado domingo— de que Koldo García, chófer, guardaespaldas, amigo, asesor y confidente del exministro José Luis Ábalos, amasó una considerable fortuna gracias a que alguien en particular o muchos en general hicieron la vista gorda. El diccionario viene a definir esa virtud tan humana, tan peligrosa a veces, tan necesaria otras, como el acto de “fingir con disimulo que no se ha visto algo”. Ahora ya son muchos los que, aunque todavía bajo condición de anonimato, admiten que no solo se extrañaron del ascenso fulgurante del tal Koldo —de chófer a asesor del ministro, y de asesor a un puesto en el consejo de Renfe—, sino que llegaron a poner sobre aviso a Ábalos, y hasta el propio exministro confesó en una entrevista haber recibido el aviso de que tuviera cuidado con su amigo Koldo...
El disfraz ya ha caído en este caso, pero ya hay sobre el tapete otro asunto —el del novio de Isabel Díaz Ayuso, al que la Fiscalía ha denunciado por defraudar a Hacienda 350.000 euros— en el que la vista gorda ha tenido también que jugar un papel: mirar para otro lado, o no querer mirar a sabiendas. El escritor Juan Tallón tiraba de ironía en la red social X: “Es durísimo ver a tu familia forrarse. Pero durísimo. Puedo adivinar el horror. Todos esos seres queridos ganando dinero a espuertas y tú sin poder hacer nada. Qué impotencia”.
El espectáculo es lamentable, pero no basta con rasgarse las vestiduras ni llamarse a escándalo (fingido). Antecedentes los hay, en la familia socialista, en la popular, en la independentista, y también en la que habita el palacio de la Zarzuela, del tal forma que habrá que actuar en consecuencia. Ya que las leyes de las personas honorables no alcanzan, habrá que recurrir a los códigos de la frontera, del contrabando, de todos aquellos que se aprovechan de la oscuridad —de la larga noche sin luna de la pandemia— para sus negocios turbios. El que la hace, la paga. Y sus jefes también. Por tontos, o por demasiado listos.