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El Rey

Ojalá los nuevos aires en la Casa del Rey sirvan para consolidar los aciertos pasados, reorientar lo discutible y enmendar errores y flaquezas

El nuevo jefe de la Casa del Rey, Camilo Villarino.Angeles Visdomine (EFE)

Nuevos aires en la Casa del Rey. Los encarnará su nuevo jefe, el diplomático Camilo Villarino, prudente de actitud y de trayectoria político-institucional transversal. Ojalá sirvan para consolidar los aciertos pasados, reorientar lo discutible y enmendar errores y flaquezas.

Los principales aciertos de Felipe VI —entre los que habrá que atribuir cuotas variables al cesante Jaime Alfonsín— son generalmente percibidos como tales por la generalidad...

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Nuevos aires en la Casa del Rey. Los encarnará su nuevo jefe, el diplomático Camilo Villarino, prudente de actitud y de trayectoria político-institucional transversal. Ojalá sirvan para consolidar los aciertos pasados, reorientar lo discutible y enmendar errores y flaquezas.

Los principales aciertos de Felipe VI —entre los que habrá que atribuir cuotas variables al cesante Jaime Alfonsín— son generalmente percibidos como tales por la generalidad del personal. Uno, la firmeza y distancia con que abordó la abrupta senda iniciada con la abdicación de Juan Carlos I, su incursión en polémicas operaciones financiero-fiscales, y su volátil residencia. Algo arduo si se trata no solo del predecesor, sino del padre, aunque esa factura vaya con el cargo. Dos, la dignidad inmutable ante los incómodos ninguneos protocolarios por parte de algunas autoridades (sobre todo indepes, pero no solo).

Y tres, la fría actitud ante la polarización ideológica, incluso glacial frente a las querencias envenenadas de las redes ultras. Ya Juan Carlos cuando era Juan Carlos demostró que algunos tigres son de papel, como dejó dicho Mao: que así siga.

También afloran pasivos. El principal está no en el famoso discurso del 3 de octubre (de 2017, tras la rebeldía de la Generalitat de Catalunya y el referéndum ilegal del 1-O), que fue certero en la descripción y activo en la oportunidad ante un Gobierno que arrastraba, pasivo, los pies (el de Mariano Rajoy), sino en lo que olvidó. Muchos echaron en falta un guiño de empatía a los desafectos, sobre todo de base, incluidos los antimonárquicos, como jefe de un Estado propiedad también de todos ellos. Aunque el retrovisor sea ventajista, también alecciona. Conviene preguntarse si pudo usar su poder constitucional de moderador para haber intentado revertir el desencuentro.

Otro yerro, más académico, es el comunicado del 22 de agosto de 2023 en el que se proponía como candidato a la investidura al líder del PP, porque siempre se hizo así con el cabeza de la lista que atesoraba “mayor número de escaños”, una “práctica que se ha ido convirtiendo con el paso del tiempo en una costumbre”. Suponía arrogarse sin base un poder normativo: la costumbre es fuente del Derecho.

A futuro inmediato es de esperar que la imagen del Rey se visualice asociada a sectores sociales distintos al pueblo anónimo o los altos cuerpos del Estado. Preside muchos actos empresariales, bravo, pero ¿y sindicales? Y que sea más contundente como voz y símbolo de la variedad lingüística y cultural española. Tiene para ello una ventaja capital: sabe. Puede.


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