¿Está Serbia dispuesta a cambiar?
Los años que debían haber sido los de la transición democrática solo han servido para profundizar la brecha social entre la ciudadanía serbia y hacer que proliferen los discursos de la exclusión, la intolerancia y el victimismo
Serbia es una sociedad dividida en la que, a juzgar por los resultados electorales de este domingo, una tercera parte de la población aboga —desesperadamente— por el cambio, con la mirada dirigida a Europa y apoyando las opciones políticas de la izquierda. Mientras, casi la mitad de la población prefiere seguir con un Gobierno de centroderecha que no oculta su orientación nacionalista y prorrusa. Los comicio...
Serbia es una sociedad dividida en la que, a juzgar por los resultados electorales de este domingo, una tercera parte de la población aboga —desesperadamente— por el cambio, con la mirada dirigida a Europa y apoyando las opciones políticas de la izquierda. Mientras, casi la mitad de la población prefiere seguir con un Gobierno de centroderecha que no oculta su orientación nacionalista y prorrusa. Los comicios están, sin embargo, lejos de poder considerarse claramente democráticos. Hay que leer el triunfo de Aleksandar Vucic —11 años en el poder— desde su casi total control de los medios de comunicación. Su figura y su discurso son omnipresentes. En un país salido de los conflictos bélicos de la última década del siglo XX —en los que Serbia jugo el papel de malo— ese control es aún más grave porque el país necesita voces reconciliadoras, pacíficas y racionales. De momento, sin embargo, parece inalcanzable la “Serbia contra la violencia” que da nombre a la coalición opositora. La víspera electoral yo misma fui increpada en el centro de Belgrado por comprar la prensa independiente.
La televisión estatal y algunas cadenas privadas con las que el régimen intercambia favores, moldean la opinión de una parte considerable de la población. Solo así se explica que el Partido Progresista Serbio (Srpska Napredna stranka), sumido en la corrupción, que aún exhibe a los criminales de guerra como héroes y se niega a sancionar a Putin, pueda alcanzar la mayoría absoluta en la primera ronda electoral. Con todo, el proceso electoral ha estado rodeado de irregularidades: desde subvenciones a pensionistas y jóvenes el mes pasado hasta la presencia en Belgrado de votantes irregularmente censados —se habla de cuarenta mil traídos desde el resto de la república o de la república serbia de Bosnia— para evitar que el Partido Progresista perdiera el poder en la capital. Los observadores internacionales encargados de controlar el proceso electoral ya han informado al respecto.
El balance de la década de Vucic en el poder es una sociedad radicalmente dividida entre “ellos” y “nosotros”. Años que debían haber sido los de la transición democrática solo han servido para profundizar la brecha social, hacer que proliferen los discursos de la exclusión, la intolerancia y el victimismo. Además, el partido gobernante ha sabido aprovecharse de la fragilidad social: una tercera parte de la población vive en el umbral de la pobreza; otros tantos, en zonas de conflictos étnicos aún abiertos, como el norte de Kosovo o de la República serbia de Bosnia. La matanza de 10 adolescentes en un céntrico colegio de Belgrado, perpetrada por otro alumno en mayo, desveló que en la mayoría de los hogares hay armas de fuego. Y como explica Chéjov en su teoría dramática, si una escopeta cuelga en la pared en el primer acto, es de esperar que dispare antes del final de la obra.
De momento, Serbia contra la violencia y sus seguidores no han logrado imponerse en estas elecciones parlamentarias y municipales. Han empezado las protestas contra lo que muchos consideran “robo electoral”. “Llevamos 32 años manifestándonos” se escucha entre la muchedumbre. Muchos ciudadanos consideran estas citas vespertinas ante el Parlamento como su única esperanza y catarsis. “Se necesita mucho esfuerzo para acabar con un poder autocrático” dicen. Pero es difícil esperar cambios radicales en una sociedad tan crispada. El antropólogo y geógrafo de origen serbio Jovan Cvijic (1865-1927), comparaba a la gente de su pueblo con las arañas, que tejen a su alrededor “una tela que a la vez los aísla del resto del mundo y los vuelve arcaicos”. “La tejen con prejuicios históricos y soberbia nacional”, decía. “Nada puede comprometer tanto el desarrollo de los eslavos del sur como la mencionada forma de pensar”. Serbia es un país pequeño, pero ha tenido un papel decisivo en acontecimientos a gran escala a lo largo de todo el siglo XX. Hasta tiempos recientes. Puede que la única vía hacia la verdadera democracia sea la integración en la Europa democrática. La pregunta sigue siendo, ¿está Serbia dispuesta a cambiar?