Desnudos en X

Los periodistas, más protagonistas que nunca, se desahogan en Twitter para diversión de un auditorio que confía cada vez menos en los medios de comunicación

Fotografía de archivo de un usuario de Twitter con el logotipo de la red social X.ETIENNE LAURENT (EFE)

Las entrevistas son siempre un género complejo. En manos del entrevistado, el protagonista suele medir hasta la última palabra para no desentonar. Por si acaso, una cohorte de jefes de prensa, directores de comunicación y expertos en todo supervisan el encuentro, no sea que surja alguna frase espontánea, un dato noticioso, que acabe inesperadamente en un titular no deseado. El objetivo es que la conversación se integre en el magma inmenso de entrevistas olvidables y repetitivas que habitan los medios de comunicación.

Pero la verdad está ahí afuera —...

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Las entrevistas son siempre un género complejo. En manos del entrevistado, el protagonista suele medir hasta la última palabra para no desentonar. Por si acaso, una cohorte de jefes de prensa, directores de comunicación y expertos en todo supervisan el encuentro, no sea que surja alguna frase espontánea, un dato noticioso, que acabe inesperadamente en un titular no deseado. El objetivo es que la conversación se integre en el magma inmenso de entrevistas olvidables y repetitivas que habitan los medios de comunicación.

Pero la verdad está ahí afuera —Mulder y Scully dixit— y ni siquiera se requiere de un gran esfuerzo para descubrirla. Solo hay que conectarse a Twitter y practicar un poco el scroll. Enseguida se topa con un escritor llamando “rata sectaria” a un político, con cargo de un partido acusando a un expresidente del Gobierno de animar al “golpe de Estado” o con la tensión no resuelta entre Stephen King y Elon Musk. Declaraciones que difícilmente se pronunciarían ante el piloto rojo encendido de una cámara de televisión, servidas sin más filtro que la pantalla de un móvil.

Pero la red social no desnuda solo a famosos, políticos, escritores y ricos. La falsa intimidad de Twitter afecta también a usuarios de —no se ofendan— menor rango. El calor del sofá y la manta con el que se tuitea a veces se confunde con la confianza de la charla con un grupo de amigos. “Este fin de semana pensaba viajar fuera de España. Lo anulé por la situación política. No me arrepiento. Somos testigos de la Historia de España, unos a favor, otros en contra, pero Historia de España. Como periodista vocacional, la vida privada puede esperar. Me alegro de estar”, escribió la periodista Estefanía Molina.

El subtexto del tuit sangra por las costuras: los periodistas se sienten importantes. Tanto, que dejan lo demás a un lado. “Esa idea de que para los periodistas vocacionales la vida privada puede esperar es perversa. Sirve para que la conciliación parezca un lujo… Sirve para explotar un poco más”, reprocha la informadora Ana Requena. “No paguéis con vuestra vida privada lo que un medio no quiere pagar en puestos de trabajo suficientes”, se suma María Zuil, del mismo gremio. “La pasión por el trabajo se ha convertido en una excusa para olvidar los derechos laborales”, le envía otro plumilla más.

Nadie puede culpar a Molina de que entienda así el oficio porque así nos lo han enseñado. “Esto es como un sacerdocio”, solían arengar los mayores a los recién aterrizados en una redacción, con pretensiones tan humildes como construir un mundo mejor ejerciendo de corresponsales de guerra. Y si no, como Bernstein y Woodward, destapar la corrupción política y derribar gobiernos ilegítimos. Una vida sin más horario que la actualidad informativa, ni más religión que la noticia, con la exclusiva como su santo profeta.

Un plan a todas luces insensato, que ahora encima los periodistas, más protagonistas que nunca, comparten en Twitter para diversión de un auditorio que confía cada vez menos en los medios de comunicación. Justificaciones públicas de la explotación, propia o ajena, que en función de la encomienda resultan más o menos absurdas. No es igual contar la ley de amnistía que una guerra. No es raro que el oficio de periodista vaya a la baja: mal horario, peor sueldo, y unas perspectivas de futuro poco halagüeñas. Pero aun así, algunos siguen jugándosela por los demás. Solo en un mes, más de 30 periodistas han sido asesinados en Gaza, según datos de Reporteros Sin Fronteras. En Historias contadas al oído (Revista 5w), la periodista Ebbaba Hameida lo resume así: “En los lugares donde no hay periodismo, la vida se asfixia”.

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