Tribuna

¿Qué pasará después de la guerra con Hamás?

La carrera política de Netanyahu, construida sobre la promesa de la seguridad, se enfrenta a un desenlace vergonzoso. Cuando se calme la violencia y llegue la introspección, será el momento de que Israel saque lecciones sobre la paz con los palestinos

NICOLÁS AZNÁREZ

La operación múltiple que lanzó Hamás contra Israel el pasado sábado, un día después del aniversario de la guerra de Yom Kipur (1973), tiene inquietantes semejanzas con aquel conflicto. Audaces e inesperados, ambos ataques tomaron a Israel por sorpresa y dieron un golpe mortal a la idea israelí de invencibilidad. Queda por ver si, como en 1973, el ataque de Hamás provocará un terremoto en la política israelí y en la relación del país con lo...

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La operación múltiple que lanzó Hamás contra Israel el pasado sábado, un día después del aniversario de la guerra de Yom Kipur (1973), tiene inquietantes semejanzas con aquel conflicto. Audaces e inesperados, ambos ataques tomaron a Israel por sorpresa y dieron un golpe mortal a la idea israelí de invencibilidad. Queda por ver si, como en 1973, el ataque de Hamás provocará un terremoto en la política israelí y en la relación del país con los palestinos.

En la guerra de 1973, Egipto y Siria sorprendieron a Israel y penetraron en su territorio. En los primeros días del conflicto, la situación fue tan terrible que el ministro de Defensa, Moshé Dayán, recomendó el uso de armas nucleares. La comisión Agranat, a la que más tarde se le encargó investigar la guerra, acuñó el término conceptziyya para referirse a la soberbia de los servicios de inteligencia. El aparato de inteligencia militar de Israel estaba convencido de que el abrumador poder de fuego del país disuadiría un ataque árabe. En concreto, el concepto sostenía que Egipto no iba a atacar mientras no contara con poder aéreo suficiente para golpear objetivos muy dentro del territorio de Israel y neutralizar su Fuerza Aérea.

Hoy esas organizaciones se han aferrado al concepto de que el abrumador poder israelí bastaba para disuadir a la milicia palestina de Hamás de iniciar una nueva guerra contra el Estado judío. Sus amos políticos, encabezados por el primer ministro Benjamín Netanyahu, concluyeron que los periódicos estallidos de violencia palestina eran una molestia manejable e imaginaron que los palestinos aceptarían una ocupación interminable.

La operación de Hamás demuestra lo falaz de esas ideas. Ya es indudable que Israel no puede permitirse que en su frontera siga habiendo una entidad que pide una y otra vez su destrucción y secuestra a sus civiles.

Tras la publicación en 1974 del informe preliminar de la comisión Agranat, la primera ministra Golda Meir y el ministro Dayán renunciaron. Meir dio un paso al costado, pero Dayán criticó a los que pidieron su dimisión, porque no estaba en las recomendaciones de la comisión.

Es seguro que Netanyahu hará lo mismo que Dayán. Pero también es indudable que sus 40 años de carrera política se enfrentan a un desenlace vergonzoso. Aunque su retórica intransigente le ganó simpatizantes dentro y fuera de Israel, siempre estuvo alejada de la realidad. La operación llevada a cabo por Hamás bajo su responsabilidad lo ha convertido ipso facto en un tigre de papel. Prometió que sus políticas tendrían a los palestinos controlados, y terminó viéndolos lanzar el peor ataque en la historia de Israel. Aseguró que los paquetes de ayuda económica los apaciguarían y descubrió que el apego palestino a sus tierras era más fuerte que el bolsillo. La estrategia de Netanyahu nunca fue más allá de dar vía libre a los militares en los territorios palestinos.

Y es algo que demostró hace mucho tiempo. En sus primeros 11 años en el poder, rechazó la presión de los gobiernos demócratas en Estados Unidos (durante la presidencia de Barack Obama), y aseguró que el conflicto hallaría solución bajo la tutela de un presidente republicano. Pero durante el Gobierno del republicano Donald Trump (2017-2021), Netanyahu se apropió de las concesiones de Estados Unidos (como el traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén) sin ofrecer a los palestinos ningún beneficio tangible.

La defenestración de Netanyahu llevará su tiempo. La de sus subordinados se producirá en cuestión de semanas cuando amaine la violencia. La comisión Agranat sólo recomendó destituir a unos pocos oficiales, casi todos del sector de inteligencia. Pero en esta guerra, el examen de responsabilidades va a penetrar más profundo en el ejército y se extenderá hasta los escalones superiores del servicio de seguridad interna israelí.

Es posible que a Hamás le aguarde una rendición de cuentas similar. El aparato israelí de inteligencia suele hablar de destruir “la infraestructura terrorista”. El ataque le dará una oportunidad para hacerlo.

Una invasión terrestre israelí a gran escala es segura, y es probable una ocupación a largo plazo. La dirigencia de Hamás se trasladará a búnkeres subterráneos, pero es dudoso que consiga un refugio seguro.

Aunque Hamás y otras organizaciones islamistas se sitúan en el marco de la historia musulmana, tal vez una mirada al Nuevo Mundo resulte más aleccionadora. En 1996, el movimiento revolucionario peruano Túpac Amaru tomó cientos de rehenes en la residencia del embajador japonés en Lima. El espectacular ataque concitó la atención del mundo; pero después, una operación militar liberó a los rehenes y dio a la organización un golpe mortal del que nunca se recuperó.

La comunidad internacional dará a Israel amplio margen para hacerle lo mismo a Hamás. Las protestas usuales por las bajas civiles se acallarán, como durante la guerra de Israel contra Hezbolá en 2006. Pero los gobiernos occidentales tienen a su disposición una herramienta más eficaz: presionar a Qatar y Turquía para que expulsen a los funcionarios de Hamás, cierren sus oficinas y le impidan recaudar fondos.

La pregunta más importante es si el ataque cerrará un capítulo en la historia de Israel. El resultado de la guerra de 1973 (junto con la revelación en 1977 de que la esposa del sucesor de Meir tenía una cuenta bancaria ilegal en el extranjero) fue el final de 29 años de gobiernos laboristas en el país.

Hoy las trompetas de Israel claman venganza. Cuando se callen llegará la introspección. Los israelíes cuestionarán el concepto de que pueden disfrutar los beneficios de un Estado nación occidental y al mismo tiempo acostumbrarse al sufrimiento que sus vecinos buscan infligirles.

Pero es improbable que la izquierda israelí renazca o se renueve el proceso de paz. Desde el rechazo palestino de 2000 al plan de paz israelí que trataba de impulsar el presidente Bill Clinton en las conversaciones de Camp David, la izquierda está sumida en la apatía. El laborismo se ha hundido de las cimas del poder a ser una de las facciones más pequeñas en la Knéset israelí.

En 1973, la revelación de que Israel no era inexpugnable puso al país en una senda de paz con Egipto. La mayor tragedia de esta guerra será la incapacidad de hacer lo mismo con los palestinos.

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