De la abaya al uniforme escolar
La decisión de prohibir en los colegios franceses prendas por su carácter presuntamente religioso puede generar un efecto contrario al que persigue
La vuelta al colegio en Francia estuvo marcada este año por la decisión de prohibir en las aulas el uso de la abaya —el vestido o bata larga de origen árabe y norteafricano — y el qamis —la camisa larga que usan tradicionalmente los varones en África, Oriente Próximo y otras regiones de Asia— y cualquier indumentaria parecida por su carácter presuntamente religioso y, concretamente, islámico. La decisión generó la controversia esperada ...
La vuelta al colegio en Francia estuvo marcada este año por la decisión de prohibir en las aulas el uso de la abaya —el vestido o bata larga de origen árabe y norteafricano — y el qamis —la camisa larga que usan tradicionalmente los varones en África, Oriente Próximo y otras regiones de Asia— y cualquier indumentaria parecida por su carácter presuntamente religioso y, concretamente, islámico. La decisión generó la controversia esperada y hay quien piensa que el Gobierno francés logró su propósito: poner el foco en un asunto menor, de potencial carga simbólica fuerte, y desviar la atención de cuestiones más incómodas como la falta de profesores, la disparidad social y territorial entre establecimientos educativos o el abandono escolar. Los críticos cuestionaron que se caracterizaran como religiosas unas prendas que las propias autoridades religiosas musulmanas no reconocen como tales, a diferencia del hiyab o pañuelo islámico, por ejemplo. También que el énfasis se coloque en la intención del portador de mostrar su pertenencia religiosa, pues, ¿es posible demostrar esta intención? O que, en la práctica, termine siendo el origen étnico del portador lo que determine el carácter religioso o no de la prenda.
Personalmente, el debate en torno a la abaya me ha hecho recordar algo que quizá puede parecer obvio, pero que olvidamos con frecuencia: que lo que son prendas cotidianas en un entorno cultural no lo son en otros, donde, además, la frontera entre religión y cultura no siempre existe del mismo modo. Siempre escuchamos que, “cuando estés en Roma, haz como los romanos”, y, sin embargo, cuando se trata de la ropa (y de los alimentos), qué difícil resulta renunciar a nuestros hábitos. Me remito a mi propia experiencia como europea, residiendo y vistiéndome diariamente en un entorno cultural y religioso distinto como la India. Como muchas mujeres occidentales, a lo largo de nuestra estancia en Delhi, fui modificando ligeramente mi indumentaria. Sin embargo, nunca opté por vestirme con un sari o un shalwar kameez con su dupatta a pesar de lo atractivos que me resultan. Ante la extrañeza de verme con las prendas de unas mayorías culturales y religiosas a las que no pertenezco, pude detectar en mí el impulso de reafirmarme en esa no pertenencia, conservando, en este caso, mi ropa y estilo occidentales, asociados también quizá, para algunos en ese contexto, a mi presunta identidad cristiana. Pues, conviene recordar, el canon occidental, desde una perspectiva global, no es cultural ni religiosamente neutro.
Desde esta misma perspectiva global es comprensible que muchas personas que llegan a Europa de otras regiones del mundo conserven sus hábitos a la hora de vestirse y se resistan a reproducir el canon occidental o se lo apropien, mezclando sus prendas con las que aquí son habituales. Las grandes enseñas de ropa han entendido esta realidad mucho mejor que muchas de nuestras instituciones y, así, podemos observar cómo las abayas, los qamis y otras prendas no occidentales forman parte de una moda adolescente y juvenil de alcance global que se copia y comparte en las redes sociales. Cuanto mayor sea la resistencia por parte de las instituciones y la cultura dominante —francesa en este caso— a estas nuevas tendencias, más se empeñarán muchos jóvenes en seguirlas con la intención, ya no sólo de reafirmarse en su identidad —la que sea— y su diferencia, sino de provocar al entorno. Pues, de un modo similar al adolescente punki que, con su cresta roja y sus decenas de piercings, busca llamar la atención, la adolescente que porta una abaya en Francia, tras su prohibición en las aulas, difícilmente podrá no sentir que su atuendo supone un desafío a la cultura dominante.
Francia se caracteriza por su talante asimilacionista y su defensa de la laicidad. Si lo que anhela la República es conservar la escuela como un reducto laico, de estética homogénea, que fomente el sentimiento de pertenencia en una sociedad en la que, como en todas las europeas, hay una presencia creciente de tradiciones, hábitos y modas provenientes de otros lugares del mundo, una solución posible y más consistente sería la imposición del uniforme a todos los alumnos. El debate sobre la obligatoriedad del uniforme en las escuelas ha sido recurrente en el país en las últimas décadas y está de nuevo sobre la mesa. Entre sus ventajas están la igualdad y el fomento de la concentración de los alumnos al eliminar la presión de vestir a la moda. Entre las desventajas, el coste económico que supone para algunas familias y la falta de práctica para vestirse en el mundo real que puede implicar para los estudiantes. En todo caso, decida o no implantar el uniforme en los colegios, haría bien el Ministerio de Educación galo en centrar sus energías en otros temas que aquejan a la comunidad educativa francesa antes que seguir prohibiendo prendas, juzgando intenciones e incitando a la rebeldía de algunos jóvenes en un círculo vicioso sin fin.