Enseñar las tetas no es feminismo

Reivindicar cuestiones que tenemos ya superadas haciéndolas pasar por derechos del siglo XXI solo esconde las necesidades reales y mucho más urgentes que tenemos las mujeres

La actriz Susana Estrada recogía en febrero de 1978 un premio del diario 'Pueblo' de la mano de Enrique Tierno Galván.MARISA FLÓREZ

Vaya por delante que cada una puede lucir su cuerpo, partes del mismo, como mejor le venga en gana, sea Eva Amaral o sea quien sea. Vaya por delante que no se debe detener a nadie por enseñar las tetas; afortunadamente, ...

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Vaya por delante que cada una puede lucir su cuerpo, partes del mismo, como mejor le venga en gana, sea Eva Amaral o sea quien sea. Vaya por delante que no se debe detener a nadie por enseñar las tetas; afortunadamente, el policía que hizo bajar del escenario a Rocío Saiz hace unas semanas ya fue expedientado. Vaya por delante que es patético que alguien se moleste porque alguna mujer enseñe las tetas en el escenario, y os aseguro que no he leído en las redes ninguna reacción en contra escrita por algún personaje relevante desde la derecha; es más os diría que muchos “machirulos” coinciden en su punto de vista con Irene Montero, celebrando que un acto reivindicativo de una mujer pase por enseñar unas tetas que muestran la fragilidad de las mujeres sobre el escenario (quién sabe si ahí tenemos unos cuantos candidatos a sustituir a la ministra de Igualdad, dicho sea de paso). Vaya por delante todo esto, digo, antes de que alguien salga a decirme que si soy moralista, que si la derecha, que si el machismo, que si bla, bla, bla…

Pero vayamos a lo concreto: ¿a santo de qué hago este preámbulo?

Pues veréis, resulta que hace unos días Eva Amaral enseñó el pecho en un concierto en Aranda de Duero al hilo de una conocida canción suya titulada Revolución: “Esto es por Rocío, por Rigoberta, por Zahara, por Miren, por Bebe, por todas nosotras, porque nadie nos puede arrebatar la dignidad de nuestra desnudez, la dignidad de nuestra fragilidad, de nuestra fortaleza. Porque somos demasiadas. Y no podrán pasar por encima de la vida que queremos heredar. Donde no tenga miedo a decir lo que pienso. Porque hoy es el día de la revolución”.

El acto en sí —una cantante quitándose la camiseta, quedándose con las tetas al aire…—, a buen seguro habría pasado desapercibido de no ser porque —sin saber bien cómo, quizás agosto anda necesitado de noticias frescas, que siempre es mejor que seguir hablando de las casi 10 víctimas de violencia machista que ha habido en julio que “no da buen rollo”— han intentado hacerlo pasar por una ¿”reivindicación feminista”? (aplauso de ministras y aspirantes a presidentas incluido).

Dicho esto, vayamos por partes.

La revolución feminista, como parece evidente, no pasa por sexualizar a la mujer y que el hecho se aplauda desde redes y medios —¿no habíamos quedado que había que cambiar el vestuario de las azafatas de eventos deportivos por estar cosificadas?—; ni tampoco tiene nada que ver con que una enseñe sus pechos en público o no —eso ya lo hizo Susana Estrada a finales de los setenta con Tierno Galván—. En definitiva, lo verdaderamente feminista pasa porque la reivindicación no resida en fijarse en el cuerpo de la mujer: ni tapadas hasta los tobillos, para no provocar a los hombres, ni enseñando las tetas para provocarlos, dos caras del mismo control sobre las mujeres. Por si no había quedado claro, parece evidente que en una sociedad hipersexualizada como la que vivimos enseñar el pecho no tiene nada de reivindicativo. No solo eso, sino que justamente hacerlo refuerza el estereotipo de mujer objeto. Quizás en los sesenta hacer algo así era un acto revolucionario; ahora no es, creedme, ni siquiera una novedad.

Reivindicar temas que tenemos ya superados haciéndolos pasar por derechos del siglo XXI no hace más que esconder las necesidades reales y mucho más urgentes que tenemos las mujeres. Si pedir que escondan los pechos es retroceder cien años, presentar como un logro enseñarlos supone acompañarles aplaudiendo ese retroceso. Con el pequeño detalle de que, insisto, no he visto a ningún personaje representativo de la derecha polemizar sobre el asunto Amaral. Es más, viendo las redes, tengo la impresión de que es una polémica en bucle de parte de la izquierda líquida. La derecha ni se ha inmutado.

Lo verdaderamente revolucionario, políticamente hablando, no es ni enseñar las tetas ni pintarse los labios de rojo. Lo verdaderamente revolucionario, desde un discurso articulado y con cierto componente de clase, es seguir defendiendo la agenda feminista abolición de la prostitución, ilegalización de los vientres de alquiler, violencia machista, ley trans, igualdad de derechos laborales, mejorar la presencia de mujeres en el deporte, la política o las ciencias…— que, dicho sea de paso, parece que las mismas que reivindican lucir un pecho han olvidado.

A ver si las tetas no os han dejado escuchar la canción, y deberíamos reivindicar el talento, la autonomía personal, la igualdad de derechos, temas todos que a buen seguro que sí molestan a la derecha, incluso, como en la canción de Amaral, para que creamos de verdad en “todas las canciones que empiezan a nacer para no ser escuchadas y al fin lo van a ser. Cantadas con rabia por los que siempre callaron”. Porque solo si nos dejan hablar, pensar, crear y trabajar sin preocuparnos de las tetas podremos conseguir una sociedad verdaderamente feminista.

Carmen Domingo es escritora. Su último libro es #cancelados. El nuevo macartismo (Círculo de Tiza).

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